Davide Prosperi durante su intervención en Recanati

“Querido Leopardi”

El 23 de marzo Davide Prosperi fue invitado por el alcalde de Recanati a recordar la relación entre Luigi Giussani y el gran poeta italiano. De fondo, la historia de un centro cultural fundado hace 40 años y una pasión que aún perdura
Mario Elisei

¿Por dónde empezar? El propio Leopardi decía que «el infinito solo se puede expresar después de haberlo sentido». Esa es la característica del acontecimiento. Cuando estás dentro de un hecho, de una circunstancia que te llena de asombro, es difícil entender del todo lo que está pasando. Hace falta tiempo para comprender, pero por el momento podemos decir que la presencia de Davide Prosperi en Recanati el 23 de marzo, invitado por el alcalde Antonio Bravi a hablar de la relación entre Giussani y Leopardi, fue una circunstancia realmente excepcional, empezando por el hecho de que se enmarca en una historia que viene de lejos.

El Centro Cultural Giacomo Leopardi nació en 1981 por obra de un fraile agustino, el padre Mario Mattei, con un puñado de jóvenes entre los que estaba yo. Hoy el padre Mattei está en el paraíso y aquellos jóvenes hemos envejecido. Con el tiempo el grupo fue creciendo, se incorporaron otros jóvenes y no tan jóvenes de todo el país, favoreciendo que se mantuviera aquel atrevimiento ingenuo –como diría don Giussani, primer socio del Centro Cultural– «por el que cada día de la vida se concibe como un ofrecimiento a Dios». Situado en una ciudad donde abundan los eventos y congresos dedicados a Leopardi, el Centro Cultural está obligado a hacer un gran trabajo sobre su prosa y poesía.

Aula Magna del Ayuntamiento de Recanati durante el encuentro

La relación con estudiosos y expertos que periódicamente pasan por la ciudad procedentes del mundo entero hace posible tomar en consideración una crítica nueva sobre Leopardi, que tiene su origen en la lectura que hace Giussani del poeta, incorporándola en su propuesta educativa. Esa lectura nueva era el núcleo de la intervención de Prosperi en el Aula Magna del Ayuntamiento de Recanati, la misma donde habló también el fundador de CL en 1982. «Don Giussani siempre nos animó a no regodearnos en nuestra herida –señaló Prosperi–. De hecho, la pregunta como eje estructural de la persona se vacía cuando falta la categoría más elevada de la razón humana, que es la categoría de posibilidad. Posibilidad de una respuesta. Si el corazón sigue siendo el motor fundamental que nos mueve a construir en la vida, el riesgo que corremos es el de caer en lo que don Giussani llama, en El sentido religioso, “la evasión estética o sentimental” de las preguntas últimas. Creo que este es un punto crítico sobre todo del hombre actual, perdido en la ilusión de una estética como fin en sí misma. Como si mi pregunta por el sentido pudiera obtener gusto y significado por sí misma (¡cómo nos enseña precisamente Leopardi que eso es una gran ilusión!) y no en una relación con un Tú, con otro, del que esa pregunta expresa de hecho una inmensa nostalgia».

¿Qué resultado cultural ha tenido este juicio nuevo? Con el paso de los años, el Centro Cultural Giacomo Leopardi empezó a ser un interlocutor creíble incluso en ámbitos que antes eran ideológicamente hostiles y los libros que ha editado también se pueden adquirir ya en la librería de la “Casa Leopardi”, que cuenta con un comité de expertos especialmente estricto. También han surgido muy buenas relaciones con editoriales críticas con el catolicismo, en algún caso han llegado a surgir amistades inesperadas.

Saludo de Antonio Bravi, alcalde de Recanati

Tras una visita con los amigos del Centro Cultural y de la comunidad de Recanati y alrededores a algunos lugares “leopardianos” (la colina del Infinito, la torre del gorrión solitario, la plaza del sábado en la aldea…), Prosperi leyó su intervención titulada “Cara beldad, un pensamiento original en Leopardi y Giussani”. Su conclusión se convierte en punto de partida para seguir nuestra apasionada profundización, como Centro Cultural pero creo que también como posibilidad de experiencia personal y comunitaria, de lo que generó el encuentro entre don Giussani y Leopardi. «Leopardi, leído por Giussani, se nos hace querido porque nos ayuda a reconocer y a que prevalezca en nosotros la positividad estructural de una cierta “sublimidad del sentir”, como lo definía el propio Giussani, que es la descripción de esa actitud humana, esa exaltación de nuestro sentido religioso que es fundamental para reconocer a Cristo allí donde tiene su “morada”, es decir, donde se le puede encontrar hoy. Nos ayudó a mantener la pregunta a la que la fe ofrece en cada instante una respuesta dramática [porque nunca se nos quita el drama, cualquiera de nosotros podría decirlo pensando en su propia vida], sugiriendo siempre una respuesta. En ese sentido, Giussani nos enseñó a vivir como Leopardi. En cierto modo, como alguno de nosotros dijo una vez –exagerando un poco pero no demasiado–, “si Leopardi no hubiera existido, tampoco habría existido el movimiento”».