El cardenal Zuppi durante la misa por don Giussani en Bolonia

Don Giussani. Algunas homilías en su aniversario

Más de 200 celebraciones en todo el mundo tras 19 años de la muerte del fundador de CL y 42 del reconocimiento pontificio de la Fraternidad

Bolonia, 21 de febrero
Cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana
En 1968 Giussani decía que la comunión es «una estructura nueva del yo», que no consiste tanto en un conjunto de fórmulas, dogmas, conceptos abstractos o ideas, sino en «una realidad física, la pertenencia a Cristo, pero Cristo no es el Cristo de hace dos mil años, Cristo es una realidad que se cumple, que se hace presente en su cuerpo místico, en la Iglesia». Son muchos los que buscan un signo, lo necesitan. Nuestra experiencia nos dice que la vida puede cambiar, que todo puede ser distinto, transformado. (…) Recordemos el amor que tenía don Giussani por la Iglesia, que se concretaba en el amor al obispo que ostenta la cátedra de Pedro, cuya memoria se celebra justo mañana. Pienso en una imagen que nos ha acompañado estos años, dulcísima, que resume la vida entera, más elocuente que muchas palabras, que muestra su actitud y la nuestra ante el sucesor de Pedro –sea quien sea– que ha sido llamado a ocupar esa cátedra. Don Giussani, ya débil, se arrodilla delante de Juan Pablo II al término de su testimonio en aquella Pentecostés extraordinaria que debe dar paso a una madurez consciente, no tibia sino radical y exigente en el seguimiento de Jesús por parte de hombres que no viven tristes sino llenos de ese vino nuevo y cada vez más rico del Espíritu. Giussani recibió a cambio un abrazo lleno de ternura, un abrazo protector que respondía plenamente a aquella petición suya y nuestra de ser mendigos de amor. En aquella ocasión, dijo Juan Pablo II que «el paso del carisma originario al movimiento ocurre por el misterioso atractivo que el fundador ejerce sobre cuantos participan en su experiencia espiritual», y aquellos que hoy tienen esa responsabilidad y se ponen al servicio de este camino defienden y generan comunión, ese vínculo entre nosotros y con la Iglesia. No deja de generar vida, como demuestra la presencia de tantos jóvenes. (…) La unidad se nutre de la riqueza personal de cada uno en relación con el cuerpo que todos amamos y que necesita lo que cada uno es, no por sí solo, sino juntos. Todos podemos colaborar custodiando la unidad, como os ha escrito el papa Francisco, porque nunca podemos dar por descontado la unidad, pues no es algo pasivo sino que implica toda nuestra vida. No seamos meros espectadores de la unidad, que tiene un gran poder para sanar las heridas inevitables que causa el caminar juntos. Decía don Giussani que la unidad «es una gracia divina». En efecto, la unidad es «un ideal perfecto», pero «se despliega –a lo largo del tiempo que pasa– en mil actos cotidianos imperfectos». Nos amamos siendo imperfectos y estamos unidos por su gracia, que nos hace ser una sola cosa en el amor. Por eso la unidad no teme a la diversidad, sino a la división.
Despidiéndose de una comunidad, don Giussani recomendaba así la unidad y la libertad al vivir la pertenencia al movimiento: «No hay unidad viva más que en la libertad. La libertad es una característica propia del estar hechos a ima¬gen y semejanza del misterio de la Trinidad». ¿Y qué significa libertad? No se trata de decir: «hago lo que quiero», sino «la capacidad de adherirse al ser»; la libertad es «una fuente impetuosa de afecto, una fuerza de pertenencia». Es más libre, mucho más libre, uno que pueda decir «yo pertenezco a», que uno que diga: «yo no pertenezco a nadie». Más aún, «uno que dice “yo no pertenezco nadie” está en peligro». Nuestra unidad nos la da Jesús, que es su centro y su artífice, pero nos involucra a todos, pidiéndonos que nos concibamos juntos. Decía: «Darte crédito no porque me gustes o te es¬time; darte crédito es sentirme una sola cosa contigo, es buscar la uni¬dad de vida y de pensamiento contigo; la unidad contigo es origen de los criterios y de los juicios de sentimiento y de valoración, de acción, de programa, porque también tú has sido aferrado por este anuncio, has sido aferrado y lo recibes, lo acoges también tú». Y añadía que tenía delante a gente a la que hasta hacía unos minutos no conocía: «Y ahora la siento más que a mí mismo».

La misa en Roma con el cardenal Angelo De Donatis

Roma, 14 de febrero
Cardenal Angelo De Donatis, vicario general de Su Santidad en la diócesis de Roma
Ser cristianos, decía don Giussani, es adherirse a una presencia y siguiendo a esa presencia, es decir, participando en las provocaciones de esa presencia, es como uno cambia, como uno entiende y cambia.
Con una cláusula bellísima que el Señor ha subrayado con su fórmula de perfección, al decir: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». ¿Y quién puede ser perfecto como Dios? Cristo señalaba así que la verdadera moralidad es totalmente una tensión vivida, es un camino en definitiva: la vida como camino, homo viator. La gente del Medievo lo comprendió muy bien: la vida es un camino, por eso el valor de una persona consiste en ser fiel a esa tensión, una tensión por aprender y seguir. Si cae mil veces en la jornada, mil veces reanuda el camino. Decía san Ambrosio que no es santo quien no se equivoca, sino quien trata continuamente de no caer. Imaginad a un hombre que se equivocara todos los días y todas las mañanas se levantara diciendo: «Dios mío, te pido humildemente, ayúdame a corregirme», y todos los días se equivocara, y durante cincuenta años estuviera levantándose todas las mañanas con esta petición sincera, con este grito sincero, y todos los días se equivocara… es un santo –¡un santo!–, un santo cuyas jornadas estarían llenas de errores.
La moralidad es una tensión que acontece como un seguimiento, y uno sigue como puede, como es capaz, según la gracia que se le concede. (…) Si, por un lado, la gran conversión que se nos pide estos días que conducen a la Pascua es la de aceptar una invitación a comparecer frente a Dios tal como somos y no como nos gustaría ser, por otro, la voz del profeta Joel nos sigue diciendo que todo lo que llevamos dentro se puede considerar verdadero: «Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios». Todo corazón es necesario, pero también un corazón rasgado para poder volver a Dios, pues no puede haber una profunda sanación si no estamos dispuestos a renunciar a una parte de nosotros mismos en virtud de un incremento de vida. El camino cuaresmal es un camino de conversión, un camino para redescubrir nuestra identidad más verdadera, la de ser pecadores continuamente salvados. El mismo Jesús nos ofrece un camino cotidiano de conversión para liberarnos de los numerosos ídolos de nuestro corazón, un camino que nos permite resituarnos en cada momento ante la mirada de Dios, la mirada de la misericordia. El Señor nos indica cuál debe ser nuestra actitud e insiste en la rectitud interior, dándonos también los medios para crecer en esta plenitud: la intimidad con su Padre. (…)
Señor, concédenos vivir esta Cuaresma como ocasión de conversión de nuestros pensamientos y acciones para ser hombres y mujeres auténticos, que solo en Ti encuentran su recompensa. Que, como en don Giussani, permanezca en el corazón de cada uno de nosotros la palabra “misericordia”: Dios es misericordia.

Monseñor Paolo Pezzi en Moscú

Moscú, 15 de febrero
Monseñor Paolo Pezzi, arzobispo metropolita de la Madre de Dios en Moscú
Probablemente, a los más veteranos en la historia del movimiento les habrán sonado muy familiares las palabras que hemos escuchado hoy en la versión del evangelista Lucas: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?». Si miramos lo que nos está pasando y lo que sucede a nuestro alrededor, podríamos decir que han pasado dos mil años en vano. Por todas partes, la gente trata de adquirir o conquistar el mundo entero, empezando por la familia y acabando con las relaciones internacionales. En efecto, el hombre acelera así la destrucción de sí mismo y de todo lo que él cree que está “creando”. Resultan mucho más realistas las palabras que hemos escuchado al principio, en la intención para la santa misa de hoy: «vivir por amor a la unidad» es estar dispuestos incluso a sacrificar todas nuestras opiniones –por muy brillantes e inteligentes que puedan ser–, lo que pensamos que nos puede permitir ganar el mundo entero, estar dispuestos a sacrificar todo eso por amor a la unidad. Creo que este es uno de esos momentos importantes que don Giussani nos transmitió no solo a nosotros, sino a toda la Iglesia. Por tanto, todos los esfuerzos que hagamos para preservar y desarrollar la unidad se reflejan en la unidad de la Iglesia. Y sabemos que el mejor testimonio que el mundo no puede dar es justamente la experiencia de unidad, algo que solo Cristo puede crear.

La misa en Dublín con monseñor Diarmuid Martin

Dublín, 25 de febrero
Monseñor Diarmuid Martin, arzobispo emérito de Dublín
Durante el funeral de don Giussani, el cardenal Ratzinger recordaba a sus oyentes que la centralidad de Cristo en su vida dio a don Giussani un don especial de discernimiento. Estos días, el papa Francisco invita a los que siguen a don Giussani, en el movimiento de CL, a redescubrir hoy y mañana el carisma del discernimiento que han heredado de él. Este carisma del discernimiento no es una ideología ni un paquete de ideas, sino una llamada a entrar en un sentido semejante en la centralidad del amor de Dios como signo e inspiración del cristiano y de su vida.
Mantener vivo el carisma de Giussani no es como convertirse en una especie de archivo humano donde intentar catalogar las páginas del pasado, manteniéndolas a salvo, protegidas de un ambiente que cambia. Vivir el carisma de don Giussani hoy significa más bien aprender a abrir el corazón para discernir e interpretar lo que es más auténtico en una fe que vive. Una historia de amor se desarrolla y profundiza con el tiempo. Es una tarea, un desafío, un camino hacia la verdad y la madurez (…).
Don Giussani tenía el carisma particular de poder hablar y dar testimonio de la fe en un ambiente laico. Hablaba con los jóvenes en la escuela pública y en universidades laicas. Seguimos necesitando un movimiento de creyentes que mantengan vivo este carisma. Para hablar de fe a los que ya no tienen más que un vocabulario rudimentario que les suena a lo que es la fe, necesitamos algo más que nuevas estructuras y estrategias. (…)
Cuando nosotros los creyentes ardamos por lo que el amor gratuito de Dios significa en nuestra vida, entonces ofreceremos un testimonio de dónde se encuentra nuestra verdadera esperanza. Como un abrazo con el amor generoso de Dios que nos acompaña y da sentido a lo que hacemos. «Quien no da a Dios, da demasiado poco». El legado de don Giussani testimonia sin medias tintas ese amor de Dios que nos llama a una comunión con ese Dios y a una libertad –una liberación– que Dios nos permite y que ofrece a los creyentes una esperanza ante el futuro, que ofrece esperanza a la Iglesia del futuro y ofrece esperanza a un mundo dividido y atormentado.