Monseñor Pavlo Honcharuk (Andrzej Lange/Epa/Ansa)

Ucrania. «Llamados a seguir siendo humanos»

Dos años de guerra en Ucrania. Hablamos con el obispo de Jarkov, Pavlo Honcharuk. «Con el sufrimiento incomprensible que nos ha tocado vivir, mi relación con Dios es lo que me permite estar aquí»
Luca Fiore

Hasta al 24 de febrero de 2022 ni siquiera sabíamos de su existencia. Pero Jarkov es la segunda ciudad de Ucrania: más de millón y medio de habitantes, y un importante centro universitario e industrial a pocos kilómetros de la frontera rusa. Hasta ese día en que los telediarios empezaron a retransmitir imágenes de edificios bombardeados, familias huyendo, paradas de metro convertidas en búnkeres. Salían riadas de gente dejándolo todo. Así fue como Jarkov se convirtió en una especie de nueva Sarajevo.
Monseñor Pavlo Honcharuk es el obispo de rito latino en esta ciudad desde 2020, cuando tenía 42 años. Bajo su custodia hay fieles que viven en lugares de los que hemos oído hablar en las noticias: Donetsk, Lugansk, Sumy,Bajmut, Mariupol. Desde que empezó la invasión rusa a gran escala, nunca abandonó su puesto. Ha compartido con sus fieles la vida de quien permanece en una ciudad que no deja de vivir, pero que en cuanto hace falta huye a los refugios y luego cuenta a sus muertos y heridos. Para luego volver a empezar. O al menos intentarlo. En esta entrevista nos cuenta lo que ha vivido con su comunidad durante estos meses en guerra.

¿Qué han significado para usted los dos últimos años?
Es difícil responder. Es complicado encontrar las palabras. Es como cuando esperas fuera del quirófano donde están sometiendo a alguien que quieres a una intervención complicada. En un momento dado se te acerca el cirujano, pero no sabe qué decirte. Entonces te das cuenta de que la situación es grave. Estamos viendo sufrir a nuestro país. Miles de soldados mueren en el frente, mucha gente se ve obligada a salir de
sus casas y los que se quedan viven con el terror de las bombas. Un país es como un cuerpo y sus habitantes son la sangre: estamos asistiendo a una hemorragia.

¿Qué está pasando?
Comprendo que cuesta entender cuando uno no lo ve con sus propios ojos. Solo en Jarkov han entrado medio millón de personas que lo han perdido todo: casa y trabajo. Viven en casa de conocidos y no saben qué pasará mañana. Los cementerios están llenos de tumbas nuevas. El sufrimiento es físico y mental. Hay muchos suicidios. Los niños no pueden ir al colegio y se quedan encerrados en búnkeres. La gente pierde la esperanza y empieza a beber para huir de la realidad. Hace unos días cayó un misil en una gasolinera y murió una familia entera. La madre abrazó a su hijo para protegerlo y murieron quemados los dos juntos, pegados. No había forma de separarlos y los enterraron en un mismo féretro. Pero esa es solo una historia entre otras muchas. Luego oímos en las noticias que Europa quiere dejar de ayudar al ejército ucraniano, y eso aumenta el sufrimiento.

Járkov (Ximena Borrazas/Zuma/Ansa)

¿Cómo ayudan a la población?
Desde que empezó la guerra, nuestra comunidad cristiana ayuda a mucha gente necesitada. Con la ayuda humanitaria que llega de Europa a través de Cáritas y otras muchas organizaciones que traen comida, medicinas y ropa. También intentamos ayudar a la gente que se ve obligada a abandonar las zonas más peligrosas.

¿Cuáles son los momentos más difíciles para usted?
Los funerales de jóvenes que mueren en el frente. Ves a sus novias, a sus padres. Piensas en los proyectos de vida que tendrían: formar una familia, tener hijos… y la guerra se lo lleva todo. Jóvenes que mueren porque alguien ha querido empezar esta tragedia, que han querido ir a defender su país y lo que más querían. Es un sufrimiento inexplicable. Otro momento sobrecogedor es ver, en las estaciones de tren, a familias que se separan. Se despiden sin saber si volverán a verse.

¿Qué le sostiene en medio de todo esto?
La conciencia de lo que somos y para qué estamos hechos. Lo que está pasando me interpela mucho, pero lo que me genera por dentro es mi relación con Cristo. Con la oración, en diálogo con Él, me entiendo mejor a mí mismo y el sentido de mi vida. Eso es lo que todos necesitan, estoy convencido. Mi tarea, mi misión consiste en ayudar a los demás a encontrar a Dios, y encontrar en él la esperanza. Veo a muchos sacerdotes y creyentes que, como yo, se dedican a esto. Quedarse aquí es difícil, pero tenemos muy claro por qué nos quedamos.

¿La oración es algo a lo que aferrarse para no hundirse en la desesperación?
La cuestión no es encontrar dónde agarrarse, sino recordar lo que somos, lo que soy. Soy un ser humano y nuestra vocación es seguir siendo humanos. Con todo el sufrimiento incomprensible que nos ha tocado vivir, lo que hace posible mi humanidad es mi relación con Dios. Eso es lo que nos permite estar delante de esta situación. Mi vocación es estar, estar aquí con y por los demás. Eso es lo que hace crecer la conciencia de mi fe y el conocimiento de Cristo.

Pero su tarea también implica tomar decisiones.
Sí, pero antes hace falta lo que decía. Cuando logro responder a la pregunta de quién soy, empiezo a entender cómo actuar. La respuesta a esa pregunta parte de una experiencia del amor de Cristo. Mediante la relación con Dios descubro ese amor, y dentro de ese bien descubro quién soy yo. Es un sentimiento muy fuerte y profundo, que nadie puede acallar. Cuando soy yo mismo, soy feliz. Cuando la madre y el padre quieren a su hijo, el hijo se siente fuerte.

Entonces, ¿hay que recuperar la conciencia de ser amados?
No digo “la conciencia”, sino “la experiencia”. Eso es lo que yo vivo, y también lo veo en otros que ya no pueden concebir la vida sin la experiencia del amor de Cristo. Una vez le pregunté a una mujer: «¿Se imagina cómo sería su vida sin conocer a Jesús? ¿Cómo sería?». Su respuesta fue: «Miserable». La miseria es lo que tienen en común los dos frentes en esta guerra: el que ataca y el que se defiende. La circunstancia que estamos viviendo lleva dentro un grito: «Necesitamos a Dios». Hay que entenderlo, hay que experimentar la respuesta a esa necesidad. Solo así podremos alcanzar la paz en nuestro corazón.

¿Y eso lo ha entendido mejor en estos dos años de guerra?
Sí, es el descubrimiento más importante de mi vida.

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¿Qué podemos hacer nosotros para ayudar?
Todo lo que hagáis por vuestro país lo hacéis también por nosotros. Para ser un país grande y fuerte, deben serlo sus habitantes. Por tanto, hay que recuperar la fe, la relación con Cristo. De eso depende cómo mirar y valorar las cosas que pasan en el mundo, también lo que nos está pasando en Ucrania. De eso depende el nombre que ponemos a las cosas que suceden, cómo miramos a la gente que huye y el juicio que hacemos. Nuestra manera de contar las cosas influye en nuestra forma de actuar.

¿Cómo?
Podéis ayudar diciendo sencillamente que en Ucrania hay una guerra, que los ucranianos están protegiendo a su país y que Putin es el agresor. Nos ayudáis cuando no nos decís que debemos rendirnos y que la solución de la guerra es ceder a Putin parte de nuestro país a cambio de la paz. Es una cuestión de justicia.
No podéis pedirnos que dejemos de defendernos. Es importante. Ayudad también a los muchos ucranianos que hay en vuestro país y rezad por la paz en vuestras misas. Y si queréis hacer algo más, ofrecednos vuestra amistad, venid a vernos y traednos ayuda humanitaria. Ya lo habéis hecho y lo seguís haciendo. Y por eso os doy las gracias.