La misa "de corpore insepulto" por Jesús Carrascosa (Foto Lupe de la Vallina)

«Ha sido padre porque ha sido hijo»

La homilía de Javier Prades durante en la misa de corpore insepulto de Jesús Carrascosa. Madrid, 11 de enero de 2024
Javier Prades

Nos hemos reunido esta tarde para celebrar la Eucaristía en acción de gracias y ofrecimiento por Jesús Carrascosa, Carras para la mayoría de nosotros, Carrascón… Seguimos acompañando y velando con afecto y fe sus restos mortales hasta que sean depositados mañana en la tierra. Si queremos comprender bien, hasta el fondo, lo que hemos vivido durante muchos años de amistad con Carras, lo que estamos viviendo, nos dejamos iluminar por la mirada más real que hay, la que nos ofrece el Misterio mismo a través de su Palabra.
La primera evidencia que se impone es que la vida de Carras era verdad, es verdad y será verdad para siempre, una vida inseparable de la de Jone, con la que celebró los 50 años de matrimonio no hace tanto.

Ha sido una vida muy fecunda, que ha transmitido el gusto de la vida, el sentido de la vida, a decenas y centenares de personas. Por ello es justo reconocer lo que tantos habéis dicho en estos días: era un padre, por esa paternidad que nace del encuentro cristiano y que a su vez se alimenta de haber sido hijo. Por eso, para entender la fecundidad de la vida de Carras hay que mencionar al mismo tiempo su paternidad y su filiación, ha sido padre porque ha sido hijo, y lo ha seguido siendo hasta los 84 años.



La forma histórica de esa fecundidad es la vida nueva que nace de Cristo por el don del Espíritu Santo, que él ha recibido con el acento singular del carisma de don Giussani. El encuentro con él cambió su vida y Carras ha transmitido esa fecundidad en la misma vida del movimiento para toda la Iglesia. Una fecundidad eclesial que se reconoce enseguida en la sobreabundancia con que nos ha tratado. Es lo opuesto a la idea tan difundida de que lo cristiano encoge la vida y el gusto por la vida, en todas sus expresiones, como si el sello típico de ser cristiano fuera que se vive menos humanamente por ser cristiano.

En el caso de Carras vemos una humanidad rica e intensa como cualquiera puede reconocer. Se ve en su recorrido a lo largo de tantas décadas: desde sus orígenes familiares en Gijón, y los años de formación en el noviciado de la Compañía de Jesús, hasta los años intensos y turbulentos de la militancia en la HOAC y las experiencias de compromiso social, en los años del posconcilio, junto a sus amigos queridísimos José Miguel y Carmina. Por limitarnos a los años en que ya están en Madrid, para ellos ha supuesto vivir en la chabola de Palomeras, luego en un piso de realojo en Vallecas, después en una vivienda en el Puente de Vallecas, y luego en distintas residencias en Roma, hasta la última casa preciosa de Via Aurelia, durante los últimos años en que Jone atendía a los Papas San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Si nos fijamos en su actividad quizá lo más obvio es decir que ha sido un educador de generaciones de estudiantes sobre todo de bachillerato, y que ha acompañado igualmente a centenares de universitarios, de matrimonios tanto jóvenes como adultos, de ancianos, de gente con necesidades de todo tipo junto con Jone, en su forma de concebir la fisioterapia y la dimensión social de ese trabajo que es tan valioso para los que lo necesitan…
Pero describir solo estos hechos no sería suficiente para captar el origen de su fecundidad, que ha crecido hasta este último periodo en España, donde a los 82 años ha vivido un nuevo inicio, hasta el último suspiro, con ánimo sereno y alegre y un impacto incluso mayor que el de su sorprendente ritmo de visitas y viajes en estos últimos años a distintas comunidades y grupos. La raíz concreta, consciente y querida, es su sí a Cristo, a través de la obediencia a don Giussani y al movimiento en todos sus responsables, que le ha llevado a hacer lo que no hubiera hecho si no hubiera seguido la obediencia de la fe (la vocación): ser limpiador, vender libros, ser profesor de religión, ser encargado de relaciones públicas ante altas autoridades de la Iglesia y civiles, es decir, desempeñar trabajos muy humildes, asumir cargos de responsabilidad y también dejar de desempeñarlos cuando ha sido oportuno. No es difícil entender, desde esa experiencia, lo que dice Pablo a los Efesios: «que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento».

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Si hay un rasgo inconfundible de la vida de Carras y Jone es su hospitalidad ininterrumpida en el tiempo y verdaderamente desmesurada. Por eso nos resulta tan comprensible el signo al que el profeta Isaías vincula el tiempo de la consolación definitiva del Señor, su victoria sobre el mal y la muerte: «Aquel día preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados». ¡Qué bien sabemos los que estamos aquí que no es una metáfora! Tampoco necesitamos muchas explicaciones para entender que aquellos banquetes era signo de algo más, siempre de algo más, que su atención a cada uno de nosotros era, de algún modo, un servicio para la salvación de todos, como aparece en el relato de san Lucas sobre la eucaristía que hemos escuchado: «Fueron y lo encontraron como les había dicho y prepararon la Pascua. Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él… Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». Pocas afirmaciones de los sinópticos tienen tanta densidad para identificar el misterio de Cristo como estas frases. Pues esa hospitalidad desbordante y ese servicio de Carras, al que hemos visto con el paño de la cocina y el delantal puesto innumerables veces, era para colaborar al bien y la salvación de las personas, y lo ha mantenido hasta el final. Hemos visto lo que dice san Bernardo: «La medida del amor de Dios es amarle sin medida» (De diligendo Deo VI, 16).

A Carras le gustaba fijarse en frases de la “escuela de comunidad” que repetía como fórmulas pedagógicas, algunas estupendas y que han demostrado su eficacia porque nos acordamos de ellas: «Vence el que abraza más fuerte». Es Carras puro. Algunas eran chascarrillos, como él mismo reconocía riéndose de sí mismo. Me acuerdo de una muy bonita. Repetía que «la prueba de que la Iglesia es continuidad de Cristo es que es una, santa, católica y apostólica; la Iglesia es comprensiva e incluyente, y esos son rasgos humanamente imposibles». La conciencia madura, dice don Gius, se convierte en unidad para comprenderlo e incluirlo todo. Tenemos muchos indicios en la vida de Carras y Jone de ese aspecto «comprensivo e incluyente», de esa síntesis humanamente imposible, como, por ejemplo, la ternura viva y la intimidad afectiva entre ellos hasta el último suspiro, por la que han disfrutado de estar juntos en ese espacio en el que por hipótesis todos los demás sobran, que se daba siempre junto a la disponibilidad infatigable de los dos para la misión encomendada a través del servicio al movimiento. También supo ir, por ejemplo, más allá de la dialéctica “escuela pública-escuela privada”, tan frecuente en España. Aquí estáis muchos que habéis encontrado a Carras en colegios privados de la zona norte de Madrid y vuestras vidas han cambiado porque hubo un profesor de religión dando clase en colegios de esta zona bien. Y aquí estáis muchos vallecanos que habéis cambiado de vida porque os habéis encontrado con un profesor de religión en los institutos de Vallecas. Iba más allá de esas contraposiciones que humanamente parecen insuperables. Ha sido amigos de ricos y de pobres, ha vivido en la pobreza y ha vivido en casas estupendas. Ha acompañado a matrimonios y familias desde los primeros que os ibais casando en España cuando empezábamos hasta las familias adultas; ha tenido una estima infinita por los consagrados laicos, Memores Domini, con los que estaba compartiendo estos últimos tiempos; y ha querido bien a los sacerdotes y los ha cuidado con esmero toda su vida. Ha ido más allá de las contraposiciones que dividen y empobrecen a la Iglesia.

¿Se puede imitar una vida así? Quizá no. Probablemente, si cualquiera de nosotros quisiese reproducir como un esquema los rasgos de su humanidad, saldría una imagen, una especie de modelo externo que tendría algo de caricatura, de grotesco. Pero podemos seguir aquello que ha hecho posible que la humanidad de Carras haya sido así. Todos nosotros podemos seguir y aprender en la historia que él ha vivido en la Iglesia, que muchos de los que estamos aquí vivimos en el movimiento, hasta que la fe informe nuestra vida. La fe en Jesucristo ha informado la humanidad de Carras, que era la suya, irrepetible, pero la fe es la misma y el fruto que produce la fe que informa la vida florece de las maneras que Dios quiere en la vida de cada uno.

La última palabra que le he oído decir a Carras en esta vida fue el domingo al terminar la celebración de la eucaristía con un hilillo de voz: «Gracias». Es una buena palabra para terminar. Como me quedo corto y quizás todos nos quedaríamos cortos, vamos a dar gracias a Dios por la vida presente y futura de Carras, con las palabras de san Pablo a los Efesios: «Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros; a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén».