Jean-Louis Tauran

Cardenal Tauran. Un libro recoge sus intervenciones en el Meeting

Colaborador de tres papas, estuvo en Rímini varias veces entre 1998 y 2015. Para recordarlo, un libro recoge sus palabras sobre derechos humanos, diálogo, fundamentalismo. Con una convicción: «Las religiones son parte de la solución, no el problema»
Maurizio Vitali

Uno nunca podría imaginar que simplemente recoger en un librito las seis intervenciones del cardenal Jean-Louis Tauran en el Meeting por la amistad entre los pueblos, entre 1998 y 2015, podría suponer una aportación tan valiosa a los derechos humanos y a la libertad religiosa en nuestra época. Sin embargo, La virtù del dialogo (coordinado por Roberto Fontolan) es exactamente eso.

Tauran (Bordeaux, Francia, 1943 – Hartford, EE.UU, 2018) fue durante más de treinta años uno de los protagonistas de la diplomacia vaticana, ministro de Exteriores del papa Wojtyla como titular del Consejo de Asuntos Públicos, que luego pasó a ser la Sección de Relaciones con los Estados, y presidente del Consejo para el diálogo interreligioso con los papas Benedicto y Francisco. En sus intervenciones (y en sus actitudes) se documenta su personalidad, fundada en una fe cierta y en su pasión por la libertad religiosa y el diálogo. «Sí, ¿pero para qué?», se preguntaba en su intervención del 23 de agosto de 2013. «Para asegurar a todos unas condiciones positivas que permitan a cada uno vivir su propia religión y adorar a su propio Dios. Para poder proponer a todos aquellos que lo deseen el mensaje espiritual del que viven los creyentes y que consideran un tesoro. Proclamando el respeto efectivo de la dignidad de la persona humana y de sus derechos fundamentales, fortaleciendo así el bien común y educando en el sentido de la fraternidad y la solidaridad, contribuyendo a la humanización de la sociedad de la que somos miembros de pleno derecho (pensemos en los hospitales, el voluntariado, etc.)».

En el Meeting, Tauran no solo fue un prestigioso invitado sino también un amigo habitual.
Participó por primera vez en la edición de 1998, que llevaba por lema “La vida no es sueño”. El Meeting ponía en guardia ante el “nuevo paganismo”, panteísta y espiritualista, la new-age y otras corrientes que engañaban al hombre con la idea de salvarse separándose de la realidad, convirtiéndole así en un súbdito fácil del poder. Tauran, en el ciclo de encuentros sobre “Más sociedad hace bien al Estado”, dio una gran lección sobre derechos humanos cuando se cumplían cincuenta años de la Declaración universal (de 1948) proclamada por Naciones Unidas. «No se trata de la construcción teórica de un filósofo sino del grito de desesperación y de esperanza de la humanidad después de dos guerras mundiales». Destacó que «esos derechos y libertades hunden sus raíces en la naturaleza humana y preceden al derecho positivo del que son expresión». Por tanto, son criterio de juicio para la política y para los Estados, porque todo hombre «tiene derecho a un orden social e internacional en el que los derechos y libertades enunciados en esta Declaración puedan ser realizados plenamente». Los papas siempre apoyaron sus esfuerzos por actualizar los derechos del hombre. En la Iglesia –explicó el cardenal– no han pasado por algo que la Declaración no haga referencia a Dios sino más bien a un vago racionalismo laico. «Sin embargo, el texto en su conjunto es aceptable». Además, está lejos del individualismo de la Declaración francesa de 1789.

“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, era el título de la lección de Tauran. Un título profético. Cuando en 2008 Tauran tuvo que hablar de las “Condiciones de la paz”, habían sido derribadas las Torres Gemelas, se había librado la segunda guerra contra Iraq y se había dado paso al Nuevo Desorden Mundial, preparado para desencadenar nuevas erupciones. Al lado del ministro italiano de Exteriores Franco Frattini y del secretario de la Liga Árabe, el cardenal citó a Clémenceau: «Es más fácil hacer la guerra que la paz». El lema de aquel Meeting era “O protagonistas o nadie”. Tauran ofreció una serie de líneas maestras para una pedagogía de la paz que formara a un nuevo protagonista en el escenario del mundo, «no creemos en la fatalidad de la historia», ni en el homo homini lupus, es decir, que el hombre sea solo e irremediablemente malo, porque «Dios le ha dotado de una inteligencia y de un corazón, y con sus ayuda puede ser protagonista de un mundo mejor».

El corazón, la relación con el infinito, la emergencia-hombre, fueron los temas de los siguientes Meeting en los que Tauran participó. La crisis económica mundial no daba tregua, Oriente Medio, de Egipto a Siria, ardía, los cristianos sufrían persecuciones muy violentas, el terrorismo de matriz islámica aterrizaba en Europa. Volvía también la vieja tentación ilustrada de acusar a las religiones de causar división y conflicto, así como la cerrazón nacionalista y populista.

La lección de Tauran, en sus intervenciones de estos años, proclama –y testimonia– que la libertad religiosa es el nudo decisivo de la historia contemporánea. Porque «la naturaleza del hombre es relación con el infinito», como decía el lema del Meeting en 2010. De modo que «los que creen se encuentran». Tauran conversó públicamente con el rector de la universidad-monasterio budista del Monte Koya y con el imán de la mezquita de Bordeaux. Dos años después defendía la centralidad de la «libertad religiosa en la política internacional», sentado al lado del presidente de la asamblea general de la ONU.
“La libertad religiosa es el camino de la paz” era el título de su quinta conferencia en Rímini. Aquella vez había entre sus interlocutores un miembro del Tribunal Constitucional egipcio. En 2015, el año de la matanza de Charlie Hebdo, del museo del Bardo en Túnez, de nuevo en París con 130 muertos, otra vez puso en el centro la libertad religiosa –«Las religiones son parte de la solución, no el problema»– en un diálogo nada menos que con el rector de la mezquita de Francia y el rabino jefe de Francia.

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Poner en el centro la libertad religiosa no era la obsesión de un eclesiástico metido a diplomático vaticano. Era la conciencia plena de que «el hombre es religioso por naturaleza y el hecho religioso no solo se refiere al mundo religioso sino que es constitutivo de la existencia...». Es un derecho fundamental, más aún, el primero de los derechos fundamentales de la persona, que los Estados y el orden internacional deben reconocer. «Un mundo sin Dios es un mundo inhumano… Sí, hoy el hombre tiene que descubrir que su dignidad le viene de Otro».
En resumen, un libro que puede leerse como un texto de catequesis o de educación cívica. O ambas cosas.