Monseñor Cesare Nosiglia

Nosiglia: «La Iglesia en salida de don Giussani»

La homilía del arzobispo de Turín en la misa de aniversario del fundador de CL, el pasado 19 de febrero. «Fue un instrumento mediante el cual actuó la potencia de Dios en la historia»
Cesare Nosiglia

Me alegra celebrar esta Eucaristía en recuerdo de don Giussani y os dirijo mi más sincero saludo y deseo a todos en esta circunstancia de alegría y riqueza en agradecimiento al Señor, que suscitó en su Iglesia la figura y la obra de don Giussani, maestro y testigo de fe y de amor a la Iglesia. Quiero retomar el tema de la fraternidad y de la misión, como bases centrales del mensaje de don Giussani, que también nos donó en sus enseñanzas. La palabra de Dios que hemos escuchado ofrece un buen punto de partida. El evangelio y el apóstol Santiago nos invitan a ser coherentes al poner en práctica la palabra, y no solo meros espectadores. Solo así podremos ser reconocidos como discípulos de Cristo y misioneros de su evangelio. El salmo acentúa además el tema de la fraternidad, que nos une mediante el amor mutuo y a todos, rasgo distintivo de nuestra fe, vivida y testimoniada en la Iglesia.

La afirmación del papa Francisco, según el cual todo cristiano es «discípulo misionero», destaca con fuerza el estrecho vínculo que existe entre la formación cristiana permanente y la misión propia de todo creyente en el mundo, especialmente los laicos, inmersos día tras día en sus respectivos ámbitos de vida, trabajo, cultura, política y tiempo libre. Creo que esta consideración resulta hoy la más fecunda y al mismo tiempo la más necesaria. Es el desafío de la sinodalidad fraterna y de la misión, que don Giussani resumió en el binomio “comunión y liberación”, un compromiso que afecta ante todo a cada creyente en particular, además de la comunidad eclesial de la que forma parte.

Por eso me gusta recordar una afirmación de don Giussani a propósito de un tema muy actual, como es el compromiso personal para renovar el rostro de la Iglesia y a través de ella el de la humanidad. Escribe Giussani: «Imaginemos a una mujer, casada, que tiene un hijo pequeño. Imaginémosla ya un poco desilusionada, como suele ocurrir, de su compañero de viaje, quien, cuando vuelve a casa por la noche, se pone a leer el periódico, o a ver la televisión, o, peor aún, se va al bar, sin dignarse a echar una mirada ni a pequeños ni a mayores. Un día el niño se pone enfermo; la casa está algo distante del núcleo habitado del pueblo y la joven mujer no puede dejarle solo para ir a llamar al médico a quien no puede encontrar por teléfono. Finalmente llega el marido y le puede pedir ayuda. Pero él considera excesiva la preocupación de su mujer, está cansado, ha trabajado todo el día. Así que se sienta a leer el periódico asegurando que todo se resolverá. ¿Cuál será la reacción de la madre? ¿Se dirá quizás: “Bien, si para él no es importante tampoco yo me voy a preocupar”? O, más bien, ¿no se pondrá a actuar, sin dejarse frenar por la pereza del marido? Si aquel de quien resultaría obvio esperar cierto compromiso falla, y el otro ama el objeto de ese compromiso, ese otro debe multiplicar sus energías sin esconderse tras el fallo de quien tendría el deber de cumplir con él» (Por qué la Iglesia, Encuentro, Madrid 2014, pp. 199-200).



Como nos dijo el papa Francisco en Florencia, todo cristiano está llamado a ser misionero y anunciar a Jesucristo por todas partes, sin temor ni reserva alguna. «Salid por las calles e id a las encrucijadas: llamad a todos los que encontraréis, ninguno excluido (cf. Mt 22, 9). Sobre todo acompañad a quien se ha quedado al borde del camino, “tullidos, lisiados, ciegos, sordomudos” (Mt 15, 30). Donde sea que os encontréis, no construyáis nunca muros ni fronteras, sino plazas y hospitales de campaña» (Catedral de Santa María de la Flor, Florencia, 10 de noviembre de 2015). Este es el sueño de Francisco para la Iglesia en Italia. Salir no es querer ocupar espacios fuera sino hacer un camino, no es una actividad que sumar a las demás sino un estilo que distingue el ser y la acción del cristiano y de la Iglesia en su conjunto.

¿Qué significa concretamente salir? Creo que ante todo hay que salir de uno mismo, porque nuestro yo siempre está en el centro de lo que llamamos pastoral, que de hecho se dirige a nuestro juicio (“cada sacristía tiene su liturgia” vale también para la pastoral en general). No es fácil asumir esta decisión y hace falta coraje, determinación, compromiso en la conversión y mucha humildad para reconocer en los demás un ejemplo a imitar más que un obstáculo que superar o ignorar. “Mi” casa, “mi” familia, “mi” comunidad, “mis” amigos, “mi” país, “mi” religión, “mi” propiedad… todo lo que es “mío” es un valor y como tal debe ser respetado, acogido, acrecentado; pero ay de quien lo convierta en absoluto, pues cerrará su corazón hacia quien no entre en el estrecho círculo de lo “mío”. Jesús ha venido para enseñarnos un camino mejor: el de ensanchar los límites de nuestra casa, familia, comunidad, patria y cultura a todos los hombres, rompiendo fronteras consolidadas y superando todo tipo de divisiones. Él murió y resucitó para traer la paz entre todos aquellos que estaban divididos, formando una sola familia, la de los hijos de Dios.

Otro punto firme en la salida es el camino de conversión, que tiende a lo esencial y que está representado por la creciente conciencia de que la transmisión de la fe es la primera razón de ser de la Iglesia y de todo consagrado y bautizado. Tal redescubrimiento del primado de la Palabra de Dios como fuente de luz para lo cotidiano y para la acción pastoral es de por sí un movimiento en salida de la aridez del formalismo, del caparazón, de dar prevalencia a iniciativas que no nos abren a la escucha de toda persona ni ponen el encuentro en primer lugar. Nuestra propia vida de cada día, tal como se presenta, es lugar formativo de ese salir de nosotros mismos y de nuestros intereses, para animarnos a hacernos cargo y acompañar a otros, haciéndonos don y siervos, tal como Jesús nos enseña: vámonos a otra parte, porque también allí debo anunciar el evangelio (cfr. Mc 1,38). Él nunca se deja atrapar por el tran tran cotidiano ni por la continua referencia siempre a las mismas personas, a ese círculo habitual de gente que nos busca o nos rodea, sino que va en busca de personas nuevas e incluso desconocidas.

Para salir, hay que abrir las puertas y dejar entrar a los que están fuera. La acogida y el cuidado de las personas –en particular a los que pensamos que ya no nos pueden dar más de lo que ya tenemos o, peor aún, que pueden ser un obstáculo– es la vía privilegiada de salida, que permite participar en las periferias de la gente, favoreciendo una pastoral hecha de gestos y signos que compartir con los que tienen una humanidad herida, débil incluso en la fe, aparte de la vida.

La salida implica por último también la vida interna de nuestras comunidades. Pienso en salir como en un recorrido que prepare en toda comunidad un proceso sinodal, un estilo de escucha y confrontación del pueblo de Dios y no solo de los organismos de participación; que eduque en la audacia del testimonio centrado en el anuncio y en la vida coherente de fe, aparte de la ejemplaridad coherente entre fe y vida; que no corte las alas a formas nuevas de experimentación pastoral, partiendo de las exigencias concretas de las personas a las que se escucha y acompaña. Para ello hay que recuperar una presencia de laicos y consagrados menos clericalizada y dedicada a la pastoral ad intra. Hay que distinguir, por tanto, también en la formación, entre agentes pastorales y laicos en cuanto tales. No hay que confundirlos, como si fueran lo mismo. Los laicos deben presentar a la Iglesia el orden del día del mundo y al mismo tiempo llevar a la Iglesia dentro del mundo, uniéndose entre sí en los diversos ámbitos de vida y trabajo. En esta perspectiva, hay que relanzar los organismos de participación en términos de corresponsabilidad, no solo de participación y colaboración con los presbíteros.

Se trata de un salir del que don Giussani fue maestro y testigo. De hecho, él lo afirmaba con fuerza. «Para esto canoniza la Iglesia a sus santos: para dar indicaciones de cómo, a través de los temperamentos más diversos y las circunstancias culturales más diferentes, es posible vivir en serio la propuesta cristiana. Y esta es también la razón de que la Iglesia sugiera con su aprobación determinadas asociaciones, movimientos y lugares, no únicamente de culto sino también de encuentro, porque la convicción que debería animar a esos lugares de vida –si se viven en lo que son– puede hacer que se perciba lo que es una experiencia cristiana verdadera» (Por qué la Iglesia, Encuentro, Madrid 2014, p. 291). Todo cristiano debe, por tanto, considerarse como un «instrumento por medio del cual actúa en la historia el poder de Cristo».

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Sí, resulta muy oportuna esta última expresión de don Giussani. Él fue un instrumento mediante el cual actuó la potencia de Dios en la historia. Fue un hombre de gran espiritualidad y un maestro que sigue guiando, mediante sus textos, los caminos espirituales de mucha gente que en ellos encuentran la fuente fresca y límpida de su enseñanza de vida, de este moderno padre de la Iglesia, sabio según una sabiduría que no es de la carne sino del Espíritu.

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