Un momento del congreso en la Universidad Católica de Milán

«Esperar de lo humano»

Las nuevas «exigencias y emergencias educativas» han sido el centro del congreso anual de varias asociaciones que se proponen «el coraje de decir “sí”»
Stefano Giorgi

«Oyendo a mis compañeros, escuchando las canciones de moda... todo a mi alrededor me dice que todo es un asco, que hay que quejarse, protestar y acostumbrarse a vivir tristemente. Pero me niego, para mí la vida es hermosa porque siempre se puede buscar un bien presente». Así abrió un alumno de tercero una conversación que tuve hace poco con estudiantes de bachillerato.

Describe muy bien el clima que se respira en clase: la realidad “da asco”. Lo único que importa es el resultado, pero eso muchas veces equivale a fracaso: en los estudios, con los amigos, en casa… También es el reflejo de las “nuevas exigencias y emergencias educativas” en las que se centró el congreso anual celebrado por todas las asociaciones educativas el pasado 24 de febrero en la Universidad Católica de Milán, bajo el título “Esperar de lo humano”.

Una ocasión esperada e importante para mí, que en septiembre cumplí 40 años dando clase, aunque encuentro en mis alumnos las mismas miradas de cuando empecé, confusos a veces pero llenos de preguntas y deseos que, cuando me los tomo en serio, despiertan mis ganas de lanzarme a la aventura de “habitar” en la realidad, que, como decía don Giussani, «nunca me ha traicionado».



Una aventura que no puedes asumir solo sacando músculo. Sobre todo porque en estos cuarenta años han cambiado muchas cosas, como recordaba al principio del congreso Francesco Valenti, presidente de la asociación “El riesgo educativo” y director de colegio, resumiendo el trabajo de muchos colegas profesores. «La soledad masiva afecta a niños y adolescentes. Estamos asistiendo a un derrumbe de las competencias relacionales: un individualismo muy fuerte, falta de amor a la realidad, incapacidad para tener relaciones no mediadas por la tecnología y una continua sensación de inadecuación. Luego está la desconfianza de los profesores en la escuela y viceversa, como si los adultos hubieran sucumbido a una especie de “hijocracia” (estupendo neologismo). Como si, en el fondo, la propuesta cultural que se respira es que el futuro ya no existe».

Una dura situación que Cesare Maria Cornaggia, psiquiatra y profesor de la Universidad Bicocca de Milán, describió apasionadamente. «La población joven post-Covid es distinta de la anterior: ha perdido la corporeidad de la palabra y la búsqueda del otro como recurso. A eso se añade la pretensión de abolir el límite y las diferencias en las sociedades posmodernas. Nos hemos llenado de miedos y de omnipotencia». Sin embargo, aunque los chavales también viven «en este humus terrible», emergen dos rasgos irreducibles: «la realidad y el corazón, que la sociedad posmoderna pone en cuestión pero no puede eliminar porque están inscritos en lo más hondo de la naturaleza humana».

Una naturaleza que es «exigencia de verdad y de realidad», como aclaró Michele Lenoci, profesor de Filosofía teórica en la Universidad Católica, en una ponencia que pasó por santo Tomás, Hegel, Nietzsche, Heidegger. «Exigencias objetivas que se basan en la naturaleza intrínseca del ser humano, que son constitutivas de la persona. Objetivas, que no constrictivas». Hablando del ser humano, «no podemos compararnos con un mero ser vivo, sino con alguien que es inteligente y libre, capaz de amar, es decir, que tiende al bien para sí mismo y para los demás. El hombre es apertura al mundo y a los demás seres». ¿Apertura para qué? «Para encontrarse con la realidad y captar su sentido, que es lo que permite una acción no solo eficaz sino buena. Por tanto, es necesario conocer con verdad». Llama la atención ese reclamo a la verdad como adecuación a la realidad (veritas est adaequatio rei et intellectus, decía santo Tomás), porque si bien es cierto que nuestra naturaleza es apertura a la realidad, esto es posible por la «apertura de la realidad a nosotros». Es decir, «hay una verdad de las cosas. Las cosas son verdaderas cuando tienen un sentido, son verdaderas si se adecúan a la idea para la que han sido pensadas». Las circunstancias son una ocasión porque la realidad no existe “por casualidad”, la verdad de las cosas nos abre a la afirmación de un Dios personal.

¿Entonces? ¿Qué hacer ante la emergencia educativa? «Hay que tener coraje educativo –afirma Cornaggia–, la capacidad de decir (que para un padre coincide con el deseo de “morir” para que su vida se cumpla). Capacidad de decir porque estamos generados por un . De decir a la realidad nace cada una de nuestras jornadas y ese es nuestra primera introducción al ser en relación». Eso es lo que necesitan los jóvenes: nuestro a la realidad, nuestro como reconocimiento a ellos, de manera que «puedan caminar por el mundo sabiendo que existe un lugar donde se les espera y al que siempre pueden volver».

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Es como recuperar aliento y energía para continuar con la aventura, agradecidos por todo el trabajo que supone llegar a un momento como este, como decía en su mensaje de saludo –y de disculpa por no poder estar presente– sister Zeph, profesora paquistaní ganadora del Global Teacher Prize 2023: «Me llama la atención la entrega de vuestra asociación a la formación y educación de profesores a lo largo de toda su carrera profesional. Me impresiona vuestro compromiso por construir una comunidad de educadores que comparten valores y metodologías». Un trabajo que es para todos, para sostenernos a nosotros mismos y a nuestros alumnos en su .