Romanae Disputationes en el Teatro Duse de Bolonia el 22 y 23 de marzo

Cuando la educación vuelve a empezar

Tres iniciativas del mundo educativo tres años después de la pandemia. Protagonistas: los alumnos, su lucha con el estudio, y sus profesores. Entre las dificultades, el testimonio de gente que ya se ha vuelto a poner en marcha
Davide Perillo

Veinticinco preguntas. Una detrás de otra, en una fila de chavales que se alargaba desde el escenario. El tiempo de la lección se alargaba. Debía durar poco más de una hora, pero llegó a las dos y media. El tema era “En los confines de la realidad”. En escena, ante los miles de estudiantes y profesores que participaban en las Romanae Disputationes (Bolonia, Teatro Duse, 22 y 23 marzo), estaba Costantino Esposito, profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Bari. Pero era evidente que esos días de encuentros, debates y “experimentos sobre el terreno” de la argumentación y la búsqueda del sentido iban mucho más allá de una (preciosa) reseña filosófica llegada a su décima edición. Había preguntas e intervenciones sin parar, directas a los puntos neurálgicos.

Igual que pasó en los Coloquios Florentinos la semana anterior: 2.500 invitados en el Pala Wanny de Florencia para hablar de Italo Calvino, pero sobre todo para preguntarse qué tenía que ver con ellos. Y unos días después, en la Universidad Católica de Milán, el congreso de la asociación “El riesgo de educar”, con el título “Aprender a ser maestros”.

Coloquios Florentinos en elPala Wanny de Florencia (16-18 marzo)

Tres eventos en menos de dos semanas con miles de participantes y una colección infinita de aportaciones, testimonios y cuestiones abiertas. Puestas en fila, tienes la imagen plástica de cómo un trabajo enorme como el de educar por fin ha reanudado sus ritmos completos después de los años de confinamiento, restricciones y una crisis relacional que están pagando sobre todo los jóvenes, y muy cara.

En orden cronológico, empezamos en Florencia. Pietro Baroni, profesor de literatura y alma de los Coloquios, dice que desde el primer momento le ha llamado la atención el «enorme entusiasmo», que evidentemente se debía también a estos últimos años oscuros. «Nada más abrir los pabellones, un montón de compañeros vinieron a darme las gracias por poder hacer por fin algo así juntos».

Los años del Covid, dice Baroni, «nos han postrado a todos. Han sacado a la luz un sufrimiento que ya había antes, eso está claro, pero nos temíamos que ese impacto se hiciera sentir. Nos daba un poco de miedo que muchos vinieran solo por pasar fuera tres días, pero desde el punto de vista organizativo esta ha sido la edición en la que todo ha ido más fluido. A pesar de algún que otro inconveniente técnico, había un deseo común que daba razones y energía para aceptar los pequeños desafíos que un evento tan complejo como este supone para todos».

Pero la sorpresa de verdad llegó con el contenido. «Los trabajos de los chavales han sido especialmente intensos», explica Baroni. «Como si el sufrimiento de estos años –que he podido ver en muchos alumnos– hubiera dado cauce a una experiencia humana que entra en diálogo con el autor. Han surgido muchas preguntas».



Algunos ejemplos. «El escritor Valerio Capasa habló de tres novelas de Calvino –El caballero inexistente, El barón rampante y El vizconde demediado– que abordan la cuestión del ser diezmado, incompleto, y plantean la pregunta de la identidad, qué quiere decir ser “yo”. Pues bien, estos temas han sacudido mucho a los chavales. Han provocado preguntas y reacciones, ha sido como si la herida que han sufrido estos años hubiera encontrado un punto de confrontación en Calvino. Y que todo esto sucediera delante de cientos de compañeros no es para nada secundario. Ha favorecido una intensidad humana muy fuerte».

Era la edición número 22 de los Coloquios, la primera que reanudaba el encuentro presencial, «pero no hemos tomado precauciones al prepararla», explica Baroni. «Hemos seguido proponiendo el estudio de la literatura, como los demás años. Por un motivo muy sencillo: los autores, si son auténticos, siempre dialogan con el drama de la existencia. No hacía falta cambiar algo, pensar –qué sé yo– en una ponencia ad hoc sobre el tema del malestar… Calvino, como también Buzzati el año pasado, o Leopardi, bastan para hablar de la vida».

Dice Baroni que uno de los trabajos que más le ha impactado es «la tesina que un grupo ha titulado Descubrir y descubrirse. La idea era muy sencilla, pero decisiva: estudiar literatura puede significar conocerse uno mismo. Nada obvio. Tengo alumnos que después de unos meses de clase me dicen: “Perdone, profe, pero esto que usted hace no es dar clase de literatura…”. Yo les pregunto: ¿por qué? “Nosotros estamos acostumbrados a buscar las figuras retóricas de un texto, decir a qué corriente literaria pertenece el autor, estudiarnos su nacimiento, su muerte y sus obras. Stop. Lo que usted hace es filosofía…”. No, esto es compararse con la obra: leer, confrontarse y dejarse interpelar por lo que se ha leído. Para ellos es una revolución. Pero los Coloquios también ayudan a esto». A volver a ponerse en marcha.

Romanae Disputationes

Como también les ha pasado a los que se dedican realmente a la filosofía. Las Romanae Disputationes cumplían diez años. Aquí el corazón del asunto es «intentar innovar la didáctica, apostando por volver a despertar la pasión de los chavales y poner en práctica metodologías distintas», afirma Marco Ferrari, director de un instituto de Bolonia y alma de este evento. La fórmula es un concurso. Para participar, hay que escribir un paper al estilo universitario –con notas y bibliografía– y proponer videos, elaborar exposiciones, participar en debates. «El punto fuerte es la altura de la propuesta», dice Ferrari. «A los chavales les entusiasma. Descubren su pasión por la investigación, aprenden a dar razón de lo que piensan y a hacer cuentas con las razones del otro».

Este año el título era una potente pregunta: “¿Qué es la realidad?”. Volver a hacerlo de forma presencial también ha supuesto una novedad en este caso. «Por mil motivos. En estos dos años hemos visto fragilidades muy profundas. Hemos visto los cincuenta matices del gris durante el confinamiento, del cinismo para arriba, pero aquí hemos visto chavales que han cambiado su mirada. Muchos estaban dispersos, confusos, propensos a pensar en la realidad como si fuera un sueño, o una pesadilla, pero han participado de una riqueza que les ha despertado».

La razón no solo era el trabajo propuesta, con el listón puesto muy alto, sino el contexto. «Sobre todo, una relación: entre ellos y con los profesores. Es un punto positivo decisivo para ellos, y durante el Covid lo han echado muchísimo de menos. Siempre digo que la relación profesor-alumno es la única condición por la que tiene sentido seguir dando clase. La escuela debe ser un momento de trabajo en común, no solo de explicación. Aquí se hace visible para todos una forma y un nivel de relación, y por tanto de educación, que es apasionante».

Congreso de la asociación ''El riesgo de educar'' (Milán, Universidad Católica, 25 marzo)

De ahí el bombardeo de preguntas, como pasó después de la lección de Esposito. «No solo preguntas de comprensión, sino personales: ¿cómo puesto estar seguro de lo que experimento? También por parte de los docentes. ¿Cómo podemos interesarnos más por el mundo digital en el que viven los jóvenes?». Algunos trabajos eran muy profundos. «Uno de los ganadores se titulaba “Lo real y lo que muere”. La idea es que todo lo que existe en la realidad tiende a corromperse, pero esa misma conciencia muestra la novedad que supone vivir. Otro hablaba de una chica que se había encerrado en sí misma, tipo hikikomori, y de lo que cuesta retomar el contacto con la realidad». Pero al final el hilo sutil de la positividad, de una búsqueda de sentido por la que “vale la pena”, se nota con mucha fuerza en todas partes.

La última etapa ha sido el 25 de marzo en el congreso milanés de “El riesgo de educar”: 1.200 personas y un público muy diverso, algunos presentes y otros conectados. En este caso todos son profesores. «Durante los años del Covid no hemos parado», cuenta Francesco Valenti, presidente de la asociación. «En el confinamiento era muy fuerte la necesidad de compartir experiencias. Solo podía ser a distancia, pero se notaba mucho la exigencia de entender si así era posible educar de verdad». La cuestión ahora es un poco distinta. «Por un lado, reflexionar sobre la naturaleza de nuestro trabajo; por otro, profundizar en el contexto en el que debe trabajar el profesor. Obviamente, no solo está marcado por las secuelas de la pandemia, también por la guerra y los miedos que la acompañan».



¿Cuáles son los rasgos de este contexto? «Se nota una mayor fragilidad, no cabe duda. Lo dicen los datos y lo confirman las peticiones que recibimos de los centros, que muchas veces se preguntan más sobre “cómo se puede vivir” que sobre el conocimiento. Hay una mayor dificultad social y problemas con el lenguaje. Es como si el desafío se hubiera desplazado, respecto a cómo era antes, y entonces tú también tienes que desplazarte. Tienes que repensar cuestiones esenciales a todos los niveles. El chaval que llora y te dice: “no sé por qué lloro” es un nuevo desafío, pero por otro lado vuelve a ponerte delante la necesidad de siempre cuando hablamos de educación: se necesitan adultos. Hace falta encontrarse con alguien que tenga u na gran conciencia de la realidad, que te ofrezca una hipótesis de significado».

En un congreso en el que se ha hablado mucho del futuro de la educación, de la externalización y del auto-aprendizaje, ha vuelto a salir un punto central: «La persona. Luisa Ribolzi, socióloga de la educación, citaba una expresión de Pigi Bernareggi, uno de los primeros misioneros de CL en Brasil, que me impactó mucho. Decía que el hombre es capaz de modificar constantemente sus comportamientos porque “su energía es el misterio de la persona”. Me parece decisivo. Al menos tanto como otra idea que el profesor Marcello Tempesta tomaba de Péguy: la escuela debe ser un “espacio de resonancia, y no de repetición”. Un lugar donde las cuestiones fundamentales cobran vida. Solo así la educación vuelve a empezar».