El Pabellón de las Naciones en los jardines de la Bienal durante el evento dedicado a la arquitectura en 2018 (Ansa/Andrea Merola)

Venecia. La visita de Francisco a la Bienal

«Hacer las paces» y volver a acercarse al mundo del arte contemporáneo. Un camino que la Santa Sede emprendió hace más de medio siglo con Pablo VI y que llevará hasta allí a Bergoglio el 28 de abril
Luca Fiore

La Bienal de Venecia es probablemente el evento más importante del mundo del arte contemporáneo. Artistas, críticos, galeristas, directores de museos y fundaciones, periodistas especializados, todos se paran a mirar lo que pasa en la ciudad de san Marcos. Algo así como lo que sucede en el cine o en la música con los Oscar o los Grammy. Las luces de los focos alumbran lo que se expone en Venecia. No se trata solo de visibilidad o éxito. La Bienal es una especie de sismógrafo del mundo contemporáneo. Quien visita la exposición principal o los pabellones nacionales lo hace, en el fondo, porque quiere entender cómo interpretan los artistas el momento presente. Tampoco será una excepción el Papa. Su presencia el 28 de abril suscitará sobre todo curiosidad, pero también deseo de estar presente allí donde pasan las cosas, moviéndose entre los hombres, sin esperar que la gente vaya hacia él. Es una visita que pone de manifiesto una postura cultural.

Francisco se acercará a la ciudad Serenísima para participar en este evento y será el primer pontífice de la historia que lo haga, visitando el pabellón de la Santa Sede, que se instalará en la cárcel femenina de Giudecca. Promovido por el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, será una de las 88 iniciativas nacionales que convivan con la gran exposición principal del brasileño Adriano Pedrosa, titulada “Extranjeros en todas partes – Foreigners Everywhere” y que tendrá lugar, como cada dos años, en los jardines de la Bienal y en los del Arsenal. Las iniciativas nacionales están invitadas a elegir a uno o varios artistas que consideren representativos de lo que está pasando en cada país.

La Santa Sede es evidentemente una presencia anómala. Presenta el legado del mayor promotor de arte de la historia de la humanidad, pero en su territorio no habita ningún artista. Será la quinta vez que el Vaticano esté presente en la Bienal. La primera fue en 2013, por la insistencia del cardenal Gianfranco Ravasi, entonces presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, y luego en 2015. En 2018 y 2023 participó en cambio en la Bienal de arquitectura. Este año, el cardenal Tolentino ha encargado este pabellón a dos comisarios de primer nivel: Chiara Parisi, directora del Centro Pompidou-Metz, y Bruno Racine, director del Palacio Grassi. La exposición llevará por título “Con mis propios ojos” y se ubicará en un lugar simbólico: la cárcel femenina de Giudecca. Esta prisión está situada en los edificios de un antiguo convento de monjas que nació para hospedar a prostitutas que se convertían y que al tomar esta decisión pasaban a ser indigentes. Los artistas previstos son: Maurizio Cattelan (el artista italiano vivo más conocido del mundo, al que le gusta la controversia), Bintou Dembélé (bailarín y coreógrafo, pionero de la danza hip hop), Simone Fattal (artista y escritora nacida en Siria y criada en Francia), Claire Fontaine (colectivo artístico formado por James Thornhill y Fulvia Carnevale), Sonia Gomes (artista brasileña conocida por su obra textil), Corita Kent (una famosa monja artista de Los Ángeles que marcó la época del Pop Art), Marco Perego & Zoe Saldana (él cineasta italiano y ella estrella de Hollywood), Claire Tabouret (pintora francesa afincada en Los Ángeles). Como en años anteriores, no se tratará de una exposición de “arte litúrgico”. No es ese el sentido de su presencia en Venecia. Pero será una nueva ocasión de diálogo, antes que con el público con los propios artistas.

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De hecho, esta iniciativa está pensada como una etapa en el largo camino de re-aproximación de la Iglesia al mundo del arte contemporáneo, que empezó con el inolvidable discurso de Pablo VI a los artistas en 1964: «De esta forma vuestro lenguaje ha sido dócil para nuestro mundo, pero casi atado, sin iniciativas, incapaz de encontrar su libre voz. Y entonces hemos sentido la insatisfacción de esta expresión artística. Y –rezaremos el Confiteor completo, al menos esta mañana aquí– os hemos tratado peor, hemos recurrido a los sustitutos, a la “oleografía”, a la obra de arte de poco precio y de pocos gastos, aunque, para nuestra disculpa, no teníamos medios para hacer cosas grandes, hermosas y nuevas, dignas de ser admiradas; y también nosotros hemos andado por callejas estrechas, donde el arte y la belleza y –lo que es peor para nosotros– el culto de Dios, han quedado mal servidos. ¿Hacemos las paces? ¿Hoy? ¿Aquí? ¿Queréis volver a ser amigos?». Fue un nuevo inicio que continuó con otros Papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco. Todos han buscado el diálogo con los grandes artistas, un diálogo que no podía remontarse a un pasado glorioso, sino renacer en el presente con las condiciones del presente. Sin salir corriendo a encargar iglesias, palacios, retablos, sino recuperando una relación, al menos de estima mutua, esperando que pueda llegar a convertirse en amistad.

Como en toda exposición, la del pabellón de la Santa Sede también habrá que visitarla antes de juzgarla, teniendo en cuenta que se trata de un intento dentro de un camino. Nadie puede saber a priori qué deparará ese itinerario. Y es bueno que así sea. En la vida de la Iglesia hay que estar preparados para acoger y contemplar las sorpresas de Dios.