Pippo Molino (Foto Luca Fiammenghi /Fraternità CL)

La voz de una historia

Pippo Molino, músico y compositor, cuenta cómo nació el canto en CL. «Nace en una comunidad viva y es proporcional a la experiencia que se vive. Es caridad pura»
Paola Ronconi

Una cosa es segura: en el movimiento de CL se canta. Cuando hay Ejercicios espirituales, durante la liturgia, antes de un encuentro. Pero también en una excursión o en una velada entre amigos. Tal vez sea una de las características más evidentes. «Es una sensibilidad, una educación que está desde el principio», explica Pippo Molino, músico que desde los años 70 es responsable de los cantos de CL, sobre todo del coro. Hace poco publicó un libro donde cuenta la historia del canto en CL. «Si aquí se canta bien, no es por mérito de alguien en particular, sino de una historia que empezó con don Giussani y que sigue viva», dice.

¿Por qué a la gente le llama la atención el canto de CL? Incluso dentro de la Iglesia.
En todas partes, porque no solo cantamos en la iglesia sino también cuando vamos de excursión. Llama la atención porque en general ya no se canta. Una vez, en 2004, don Giussani me dijo: «Pippo, ¡ya no se canta!». Ya entonces le preocupaba que se hubiera dejado de cantar. Antes no era así. La gente, por ejemplo, cantaba mientras trabajaba. En ámbitos eclesiales muchos reconocen que «nadie canta como CL». Pero, insisto, no es por mérito de alguien en particular.

¿Por qué se ha convertido en algo tan raro? Ya ni siquiera es obvio que se cante en misa, y menos que se cante bien.
Lo cierto es que el canto es proporcional a la experiencia que uno vive. Tú oyes cantar bien en una iglesia donde hay una comunidad cristiana viva, o donde hay monjes o monjas que creen. Donde hay fe hay canto, donde hay una humanidad verdadera. Y hablo del canto del pueblo, no tanto de una genialidad particular. Luego, de un pueblo salen solistas. Nuestros cantautores más famosos han salido de un pueblo. Primero Adriana Mascagni, que también dirigía el coro, y después Claudio Chieffo, con canciones importantes. Y muchos otros.

Quiere decir que es una consecuencia.
¡Sin duda! Alguien dijo una vez que el canto en el movimiento había nacido con sus cantautores. Cuando don Giussani oía algo así, lo corregía: «En la primera misa de GS, la primera en absoluto: allí nació el canto del movimiento.... No hay diferencia. Nace el movimiento y se canta».

¿Cómo era trabajar con don Giussani? ¿Qué le pedía?
De joven, en el liceo Berchet, o en la Universidad Católica, siempre estuve cerca de él porque ayudaba con los cantos. En 1986, con casi cuarenta años, decidí hacerme cargo del coro. Nuestra amistad se hizo más libre, con él la libertad era importantísima, tanto que él nunca me pidió que asumiera esa responsabilidad, lo decidí yo, con mucha lentitud en comparación con mi historia. Trabajar con él era sobre todo una gran libertad. «Es caridad pura. El coro, el canto, es el servicio más útil y gratuito para una comunidad. Si una comunidad no tiene coro, es que no tiene pasión». Cuando releo estas observaciones, me doy cuenta de que todavía no estoy en el punto que él me reclamaba, sigue siendo un reclamo ahora. Siempre me pregunto: «¿Cómo hago este servicio?».

¿Cómo se eligen los cantos para los momentos importantes en la vida del movimiento?
De la elección de los cantos siempre se encargaba don Giussani, nosotros hacíamos propuestas y él siempre decía que quien dirige el movimiento es quien debe elegir los cantos. Así fue con Julián Carrón y ahora con Davide Prosperi: quien guía el gesto decide. Porque el canto es un aspecto fundamental. Una vez estábamos en los Ejercicios de los universitarios y queríamos aprender un canto nuevo. Lo estábamos ensayando cuando oí llegar a don Giussani y le pregunté qué le parecía. «Es bonito aunque si puedo decir algo, un poco pegajoso». Comprendí que aún había que trabajarlo y lo dejamos para otra ocasión. Él tenía oído y no lo digo por adularlo sino porque lo había educado desde muy joven. En mi libro cuento también ese momento en el que Giussani cuenta que su padre elegía ir a misa allí donde sabía que había un coro. Al pequeño Luigi la polifonía le parecía una confusión de voces hasta que escuchó el Caligaverunt, uno de los responsorios de De Victoria para Viernes Santo. «Desde entonces –decía– me enamoré de De Victoria y de toda la polifonía». Iba dando pasos con intuiciones como esta. Todas sus observaciones, si nos fijamos, nunca las hacía como anotaciones al margen de las cosas que vivía sino desde dentro, y por eso sus palabras nos ayudan ahora. Otro ejemplo: Jueves Santo de 1994. Ensayo del coro, llega, nos mira y dice: «Poned vuestro sentimiento en este servicio… es decir, pronunciad las palabras como si fueran vuestras. Aunque no sea de verdad. Aunque ahora no sea de verdad, vosotros hacéis que lo sea». No era un discurso espiritual sino que estaba dentro del canto. ¡Apasionante!

«En los Ejercicios de la Fraternidad no se trata de hacer un solo “delante” sino ¡“para” dieciséis mil personas! Vosotros expresáis a esos dieciséis mil, su conciencia, sois la voz de un pueblo, de un destino», decía en 1994. ¿Cómo se aprende algo así?
Se aprende identificándose con la experiencia del movimiento, es tan verdadero hoy como lo era con él. Gracias al cielo, hemos avanzado en esta sensibilidad. La gente viene a nuestro coro por la experiencia que se vive. No solo para cantar. Carlo y yo nos encargamos de las audiciones. Cuando se acaba la universidad, se sale del coro de los universitarios. La última vez recibimos ¡120 solicitudes! Por tanto, no es una cuestión de “cuando estaba Giussani”, sino de ahora. En 1994 también decía: «Si puedo daros un consejo, no os preocupéis demasiado por vosotros mismos, por vuestra capacidad para expresaros. El contenido de vuestra preocupación no puede ser la expresión de vosotros mismos, sino expresar la conciencia de este pueblo. Para este coro, el canto es el servicio más útil y gratuito para la comunidad». Hay una forma de cantar que es diferente cuando uno se identifica, cuando es religioso podríamos decir.

En tu libro hablas de “modalidad expresiva” y enumeras una serie de indicaciones prácticas, ¿cómo surgen?
Con la práctica, gradualmente. Cuando iba al Berchet de jovencito, rezábamos laudes pero sin tono recto. Poco a poco, con el tiempo Giussani vio con los Memores Domini que el tono recto, tomado del canto gregoriano, ayudaba y era más ordenado. La dificultad de mantener la nota refuerza la vigilancia que hay que tener al rezar. Cuando decimos que es una experiencia, también se ve en esto, en el hecho de que con el tiempo pasan muchas cosas.

Entonces, ¿el rezo de las Horas es un canto?
No hay una línea fronteriza entre lo que es canto y lo que no. Por ejemplo, los salmos de Gelinau, que tanto le gustaban a Giussani, dan música al salmo respetando el tono recto.

Hablemos de la variedad de nuestros cantos, ¿qué tienen en común todos los géneros?
La variedad nace de la vida y de la gratuidad de una historia. Giussani empezó con Vero amor è Gesù, con O cor soave, por ese sentido del pueblo. Hay cantos para cantar juntos o para escuchar. Empezó con estos, luego siguió con los cantos de montaña como La traccia o el Inno alle scolte (la integridad del hombre medieval que rezaba por la salvación de su ciudad y de su alma). Iba siguiendo lo que iba sucediendo: una vida.

Luego llegaron los cantautores…
Aparte de Mascagni y Chieffo, hubo gente como Roscio, Valmaggi, Riro Maniscalco o Antonio Anastasio. Y luego está el gregoriano. Todos los papas dicen que es el canto de la Iglesia, ¿pero quién canta gregoriano hoy? O los cantos rusos y populares… La mayoría de estas opciones nacen de la pasión de Giussani. Y de encuentros que tenía, como pasó con el canto napolitano.

En la vida del movimiento hay momentos más estructurados, pero en vacaciones el canto también es importante.
Claro. El canto es importante en la normalidad de la vida, es una forma preciosa de estar juntos, de escucharse. Es una educación. Y así te enteras de que en Taiwán, en un mundo totalmente distinto al nuestro, cantan nuestras canciones. O los africanos que hace unos años interpretaron cantos alpinos en el Meeting, y lo hacían bien. Se notaba que la voz era distinta, pero se identificaban con lo que estaban cantando. ¡Una maravilla!

Entonces volvemos a la pregunta inicial, ¿qué une a todos esos cantos?
El mérito está en no separarse del método de don Giussani. Cuando buscamos cantos, cuando pedimos a nuestros cantores que nos hagan propuestas, supone un trabajo enorme porque a veces hay piezas de una profundidad inmensa pero dificilísimas de cantar juntos.

Cuando se escucha a un solista, a un coro, dan ganas de cantar. ¿Esa pasión es contagiosa?
Absolutamente. Y educa. Cuántas veces decía Giussani que del canto se puede entender mucho más que «de lo que yo digo». En nuestros encuentros el canto tiene la misma importancia que la palabra del que habla, y a veces permite entender antes el concepto que se quiere comunicar.

Decía san Agustín que «quien canta reza dos veces».
El canto bien hecho genera silencio. En la Iglesia es así y Agustín lo vivía así. Es una gracia que nosotros también vivimos.