Cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación (Catholic Press Photo)

La raíz de la verdadera amistad

Hacia el Meeting de Rímini, marcado este año por una palabra clave que abre mil preguntas y que abordará también el cardenal portugués José Tolentino de Mendonça
Alessandro Banfi

Pavel Aleksandrovich Florenski, gran filósofo y matemático ruso, diría que deberíamos ahondar dentro de nosotros mismos, con calma, un peldaño tras otro, para llegar a entender la frase elegida este año como lema del Meeting de Rímini: “La existencia humana es una amistad inagotable”. Un ejercicio que, lo confieso, yo también he intentado hacer porque este tema exige una revisión radical. O mejor dicho, una confrontación con todo lo que hay en el fondo de nuestra humanidad. Mucho más que otras realidades que ya parecen agotadas, exhaustas, que han llegado al final de su carrera. Incluida la amistad, todo menos inagotable: banalizada, reducida a “likes”, a un conocimiento vago, a mero contacto, a compartir en redes sociales. Para ser fuente inagotable, “fuente viva” que diría Dante, requiere de manera dramática los rasgos de lo improbable, si no de lo imposible. ¿Pero de verdad basta el hombre, basta nuestra existencia humana para reconocer su frescura? Tal vez no, tal vez el drama del hombre contemporáneo requiere que suceda algo para que acontezca ese reconocimiento.

Hablando de amistad y ahondando en las raíces de mi historia, me encuentro con un padre. Y no solo en sentido figurado. Me pregunto por qué siempre he valorado la amistad como una energía indispensable, una inmensa fortuna, y vuelve a mi memoria la historia que quiero contaros. Ahí va. Mi segundo nombre de Bautismo, Lelio, toma su origen en la lectura de mi padre Vittorio en aquel 1959 de un libro de Marco Tulio Cicerón dedicado a la amistad, titulado Laelius de amicitia. Se trata de un ensayo filosófico dedicado a un tema que en ese momento de la vida de Cicerón era fundamental. ¿Quién puede considerarse amigo? ¿Dónde reside la utilidad de la amistad? Esas preguntas entraron a hurtadillas, casi a escondidas, en mi destino. Preguntas profundamente romanas, latinas, poéticas y concretas al mismo tiempo. Ahora que mi padre ya no está, me gustaría discutir con él sobre el porqué de esa semilla que plantó en mi nombre.

Pero luego apareció otro fragmento que encontré en un libro precioso del cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, con un título sencillo, de una sola palabra: Amistad. Afortunada coincidencia que alumbra también la cita de Rímini, donde el cardenal estará presente junto al escritor Daniele Mencarelli. Pues bien, Tolentino escribe en los primeros capítulos algo que enseguida me sonó familiar: muchas veces la amistad implica e incluso se nutre de silencio y presencia. Es justo así, el amigo no necesita que le cuentes todo. Tú estás ahí para el otro, aunque sea en silencio. Una de las películas italianas más bonitas de ese año ha sido Las ocho montañas, donde dos actores extraordinarios interpretan a dos amigos. Su silencio, su estar ahí sin más resulta tan duro y tan bello como la piedra de las montañas del valle de Aosta. Sin duda, para ellos vivir es una “amistad inagotable”

El cardenal Tolentino, de origen portugués, es un poeta, aparte de sacerdote y teólogo, de modo que maneja a la perfección los versos de la gran tradición occidental, desvelando interesantes conexiones. Escribe, entre otras cosas: «Vuelven a mi mente los versos del Canto nocturno de un pastor errante de Asia de Giacomo Leopardi: “¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces silenciosa luna? […] Dime, oh luna, ¿de qué le sirve su vida al pastor, y a ti la tuya? Dime, ¿adónde tiende este vagar mío, tan breve, y tu curso inmortal?”. En esta composición, el pastor errante contempla la luna. ¿Con qué anhelo? ¿En busca de qué? En busca de una profundidad que tal vez nunca llegaremos a alcanzar completamente pero en la que necesitamos sentirnos inmersos. Existe un horizonte más amplio, más allá de la solución individual de mi existencia. Me quedaré incompleto, alguna parte esencial de mí se quedará sin desarrollar si nunca llego a confrontar seriamente “este vagar mío tan breve” con el “curso inmortal”. En latín, la palabra “contemplación” viene de la combinación de dos términos, cum y templum, con los que se indicaba en la antigüedad el espacio abierto en las cúpulas para poder interpretar las señales del futuro. Contemplar no es solo introducir una benéfica lentitud en nuestra mirada. También es percibir el tiempo de la vida como una trama de relaciones, una intersección dialógica que dilata hasta el infinito el sentido que la palabra “amistad” puede contener».

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En la raíz de una amistad verdadera está la pregunta del pastor errante a la luna, que es la misma que tenemos todos. Una pregunta de salvación. En eso consiste la “utilidad” de la amistad, según el gran Cicerón, que en una época precristiana usaba términos como virtud y piedad. Con los amigos de verdad se experimenta la no posesión, la gratuidad, pero también se vive con ellos frente al misterio de lo infinito. Para los cristianos, la amistad de Dios, mediante Jesucristo, es la que cumple hasta el fondo toda la potencia de esta relación. Sigue diciendo Tolentino: «Amistad es aceptar que Dios nos visita a través de nuestro prójimo». El otro. Ese otro que puede ser una visita, un peregrino, un mendigo.