Massimo Borghesi (Foto: Meeting de Rimini)

Giussani y el origen de las obras

La lección del filósofo Massimo Borghesi en el ciclo de encuentros “El yo, el poder, las obras”, celebrado el pasado 1 de julio. Un recorrido por el pensamiento del fundador de CL sobre la dimensión social de la presencia cristiana
Massimo Borghesi

1. Partir de la caridad. El modelo de la Bassa
La cuestión de las “Obras” en don Giussani solo se puede contextualizar históricamente dentro de un proceso educativo. En los años 50-60, con los jóvenes de Gioventù Studentesca, este problema aún no se plantea. Entonces el punto central era enfocar ese espíritu del que más adelante surgiría la posibilidad de que nacieran las obras: la caridad. Se trata de una de las tres dimensiones que, junto a la cultura y la misión, dibujan desde 1958 el horizonte de GS.

Como expresión concreta de la caridad, Gioventù Studentesca propondrá a finales de los 50 la caritativa en la Bassa, una zona de la periferia marcada por la pobreza y los problemas sociales. En ella participaban cientos de jóvenes cuyo objetivo no debía ser «salvar la Bassa», sino aprender el significado concreto de la caridad. Lo que le preocupaba a Giussani era presentar a los jóvenes un nuevo estilo de vida, no tanto cómo resolver graves problemas sociales, un objetivo que superaba las posibilidades y medios de sus chavales.

La finalidad es la misma que la que el joven Jorge Mario Bergoglio había desarrollado en su trabajo educativo en el Colegio Máximo de San Miguel, que dirigió entre 1978 y 1986. «Estando en San Miguel –escribe el futuro Papa– vi las barriadas sin atención pastoral; esto me inquietó y comenzamos a atender a los niños: los sábados a la tarde enseñábamos catecismo, luego jugaban, etc». El biógrafo del Papa, Austen Ivereigh, comenta en este sentido que «el servicio concreto a los pobres en misiones de fines de semana llevado a cabo en los barrios locales relacionaría a los alumnos jesuitas con el “santo pueblo fiel de Dios” y los mantendría asentados en la realidad». Tanto en Bergoglio como en Giussani, la acción caritativa no estaba orientada en apoyar un proyecto de transformación social, sino en la educación de aquellos que la realizaban. A esta finalidad tendía el cuaderno editado en 1961 con el título El sentido de la caritativa. De hecho, en los caseríos y patios de la Bassa miríadas de jóvenes aprenderán lo que significaba compartir con los demás.

Así lo recordará muchos años después Giuliano Pisapia, alcalde de Milán desde 2011 hasta 2016: «Todos los domingos íbamos a la Bassa, una zona deprimida económicamente. En aquellas casas compartíamos la vida, allí se comía y se jugaba. Luego también hablábamos de la fe, pero sin pretensión alguna de adoctrinamiento (…). Sin Giussani no sé si habría entendido el sentido de estar al lado de los más débiles. También me enseñó que la experiencia es más importante que cualquier lectura. Es un valor que luego redescubrí en la izquierda, pero la primera vez que lo vi con claridad fue en aquellos patios de la Bassa de Milán».

De aquella experiencia nos quedan unas fotos estupendas en blanco y negro de la Bassa el 2 de junio de 1964 visitada por el cardenal Giovanni Battista Montini, pero sobre todo nos queda una lección de método: la gratuidad esencial que está en el centro de la caridad no podía resolverse con ningún proyecto de liberación. Desde este punto de vista, el modelo de la Bassa, aunque no se replicará al pasar de GS a Comunión y Liberación, mantiene su valor normativo. Por eso no sorprende encontrar su propuesta en el importante discurso que dio a los universitarios de CL en octubre de 1976 en Riccione, donde el modelo de la “Presencia”, es decir, de un testimonio basado en la caridad, se contrapone al de la “Utopía”, un proyecto de transformación basado en la ideología.

La presencia inicial del movimiento en 1954 se basaba en un interés por los compañeros de clase y, partiendo de ese gesto de amistad, se creó una gran estructura caritativa: cada domingo, mil personas visitaba los caseríos de la Bassa, con importantes sacrificios, no por un proyecto político sino para compartir sus necesidades (las familias de esa zona vivían en condiciones muy complicadas). Luchar por algo que todavía no existe es la mayor ilusión y también la más terrible fuente de decepción en la vida.

La presencia en la Bassa, por tanto, estaba motivada «no en un proyecto político, sino en compartir las necesidades». Esta distinción crítica será la brújula con la que se juzgarán las obras y el nivel político de CL. Como dirá Giussani a Giorgio Vittadini en 1985, «¿para qué sirven todos los análisis y los planteamientos del Movimiento Popular, si después nadie ayuda a nuestros amigos de Alcamo a vender el vino que producen? Es necesario ponerse a disposición de lo que ya existe para ayudar a que siga viviendo». El Movimiento Popular, que había nacido como expresión pública de CL, debía tener como objetivo esencial la promoción de las obras y la valoración de las obras que ya existían. Lo repite en 1986 durante su entrevista con Robi Ronza: «El Movimiento Popular se había concebido y fue propuesto como un posible ámbito de convergencia para los católicos de cualquier matriz, orientado ante todo hacia la creación de una trama de obras sociales. (…) En definitiva, el Movimiento Popular se entendió desde su origen como recuperación del Movimiento católico. (…) La urgencia de la situación política italiana a mediados de los años 70 (…) requirió que las energías de quienes actuaban en el Movimiento Popular tuvieran que concentrarse en objetivos de tipo político o, con más precisión, de tipo electoral. Y así hemos perdido muchos años».

Giussani propugnaba un retorno a la «clarividencia originaria», al «compromiso de crear una trama de obras sociales libremente vinculadas entre sí, con vistas a iluminarse y apoyarse mutuamente». El Movimiento Popular no debía limitarse a ser una corriente política sino que debía concebirse como una «federación de obras».

2. La obra como respuesta a la necesidad del trabajo
La Compañía de las Obras nace el 11 de julio de 1986. «El primer objetivo de esta compañía es favorecer el nacimiento de obras sociales. Obras sociales que, según la tradición del movimiento católico, respondan a los graves problemas que tiene nuestra sociedad: en particular al problema del paro entre los jóvenes, que representa un auténtico atentado a la dignidad de millones de personas» (Luigi Giussani, El yo, el poder, las obras, Encuentro, Madrid 2008, p. 145).

La cuestión del trabajo, unida a la libertad de asociación y de educación, ocupa el centro de la perspectiva social de don Giussani. A lo largo de los años 80, años que ven cómo se impone el neocapitalismo financiero dominante en la era de la globalización, sus intervenciones sobre este tema serán numerosas. El motivo y fundamento de esta preocupación suya –la centralidad del trabajo– coincide también con la publicación de la importante encíclica de Juan Pablo II Laborem exercens, publicada el 14 de septiembre de 1981 y dedicada al aspecto antropológico del trabajo.

El 8 de marzo de 1986, Giussani da una conferencia en la Large Meeting Room de la catedral de Saint Patrick en Nueva York donde, respondiendo a una pregunta sobre los valores de la tradición occidental, dirá que están tomados del cristianismo. Entre ellos, aparte de la libertad y el progreso, «el valor de la persona, absolutamente inconcebible en toda la literatura del mundo; el valor del trabajo, que en toda la cultu¬ra mundial, tanto en la antigua como para Engels y Marx, se concibe como esclavitud, mientras que Cristo define el trabajo como la activi-dad del Padre, de Dios; el valor de la materia, es decir, la abolición del dualismo entre un aspecto noble y un aspecto innoble de la vida de la naturaleza». Durante ese mismo periodo, en su entrevista con Ronza, cuando le pregunta cuál es el valor que sigue a la libertad de educación, responde así: «No sigue, sino que tiene el mismo grado de urgencia la libertad de trabajar, o sea, la lucha contra el paro. No podemos rendirnos tranquilamente ante el hecho de que la reorganización de la economía tenga lugar a costa del empleo. Es necesario actuar y estudiar incansablemente para encontrar una vía de salida a este estado de cosas, que es humanamente insoportable. Está claro que el problema nos concierne a nosotros junto a muchísimos otros sujetos, y que tampoco podemos prever razonablemente tener en el futuro un poder capaz de permitirnos influir significativamente en este problema que, como todo lo que se plantea hoy día a nivel económico, tiene dimensiones mundiales. No obstante, cada uno debe de hacer lo suyo y, en lo que a nosotros se refiere, nos planteamos el objetivo de participar en toda forma seria y con vitalidad económica de luchar contra el paro y no simplemente de aguantar con parches. Sin esperar a que cambie el mundo se puede comenzar a cambiar, juntos, algunas cosas».

Según Giussani, «para conjugar este dramático dilema haría falta ir al núcleo de la cuestión, que es la concepción del “yo” y de la sociedad. Es decir, sería necesario moverse hacia una concepción del “yo” y de la sociedad (totalmente diferente dela que predomina hoy día) en la que el “yo” fuera el que propone la Laborem exercens. Si algo no cambia a este nivel, resultan inevitables ciertas consecuencias. Por ejemplo resulta inevitable que se trate a un gran número de obreros como si fueran maquinaria obsoleta. Toda la sociedad o, al menos, toda la sociedad eclesial, debería hacerse cargo en todos los sentidos de este problema, que es la necesidad sin resolver mayor y más grave de nuestro tiempo. Todos aquellos que el Evangelio llamaría los grandes de la tierra nos están diciendo que el desempleo masivo es un precio inevitable de nuestro desarrollo. Pues bien, la primera cosa que tenemos que hacer es no dejarnos convencer de esa pretendida inevitabilidad. La búsqueda de salidas, tanto en lo inmediato como a largo plazo, solo se mantendrá si esa convicción no se propaga».

Se trata de afirmaciones de gran importancia que coinciden, al pie de la letra, con la crítica al modelo económico del trickle-down (efecto goteo o derrame) que encontramos en el apartado 54 de la Evangelii gaudium, donde el papa Francisco afirma: «En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia».

Lo que Giussani anunciaba en los años 80-90 es un movimiento de libertad-trabajo-justicia movido por la solidaridad –una pietas humana– que tiene su origen en la caridad. Hallamos confirmación de esta perspectiva en los documentos de CL y de la CdO de aquellos años. En 1989, el número 4 de los grandes cuadernos de Litterae Communionis lleva por título “Las obras. La fe sin obras está muerta”. Gran parte de las iniciativas enumeradas supone una respuesta a las necesidades marcada por un ímpetu caritativo. En 1990 la CdO publica un cuaderno titulado “La caridad existe. Obran que cambian la vida”, con una introducción de Pier Alberto Bertazzi y Giancarlo Cesana. Se trata del título del congreso celebrado el 27 de enero de 1990 en el Palalido de Milán con Giussani y el cardenal Carlo Maria Martini, del que hay una foto en la biografía de Savorana.

Previamente, el 25 de octubre de 1986, en Tarcento, Giussani afirmaba: «La caridad añade a la solidaridad la conciencia de estar imitando al Misterio del ser […]. Así pues la caridad es una obra, hace de la solidaridad una obra, en cuanto que crea un sujeto nuevo. […] Sujeto equivale a creador. El hombre se vuelve creador, es decir, alguien que imagina y realiza obras. La obra requiere un sujeto». La obra requiere un sujeto y es para un sujeto. Eso significa que sin sujeto la obra deja de ser obra. Una trama de obras, una estructura, puede acabar convirtiéndose en una jaula o, en la mejor de las hipótesis, en una mera trama de intereses. Algo que pueden hacer todos. Al cristiano se le pide otra cosa. Él imita al Padre, que es el «eterno trabajador». El creador es el eterno trabajador. Trabajar es cambiar la realidad, es demostrar el ser, la existencia. De este modo, obrar, cambiar la vida y la historia, realizar milagros, es la manera en que Dios demuestra su existencia. Esa es la intuición que guía una de las reflexiones más bellas de don Giussani, recogida en el libro Está, porque actúa, publicado en 1994.

El sujeto de las obras es creador porque imita al Padre. Esa creatividad se demuestra en una amistad operativa capaz de afrontar las necesidades, cualquier tipo de necesidades. La obra es la manifestación de un sujeto que se educa a sí mismo obrando. Se educa a sí mismo convirtiéndose en sujeto creador, permaneciendo en la caridad, que es una obra. De este modo, como afirma Giussani en Tarcento el 25 de octubre de 1986, «con esta percepción de sí mismo, cuando una necesidad humana solicita la capacidad de compasión del individuo, este adquiere una educación, adquiere un habitus permanente: comprende que, de igual modo que se comporta frente a la necesidad, debe comportarse con su madre, con su padre, con su mujer o su marido, con sus hijos, con todos. Cuando el compromiso con la necesidad no se queda en una mera ocasión de reaccionar compasivamente, sino que se torna caridad, es decir, conciencia de pertenecer a una unidad mayor, imitación en el tiempo del misterio infinito de la misericordia de Dios, entonces el hombre se vuelve compañero de camino del otro. Se convierte en un ciudadano nuevo».

3. Los tres motivos que hacen fundamental a una obra
Es interesante señalar que la reflexión de Giussani sobre las obras no surge de la nada, de un proyecto ideológico, sino que es resultado de la maduración de la experiencia de los universitarios del CLU que, con las siglas CP (Católicos Populares), ya habían intentado responder a necesidades como las de alojamiento, derecho al estudio, apuntes y libros de texto, comedores. Algo que en la experiencia juvenil de la Bassa aún no estaba presente ahora parece posible. Giussani muestra ahora su interés por que las obras no se superpongan a un proceso educativo, como podía pasar en los años 50, sino que representen toda su capacidad de expresión natural. Las obras resultan fundamentales para la persona, sobre todo cuando tiene fe, al menos por tres motivos.

El primero es que la persona solo se realiza y se conoce a sí misma en acción. Lo afirma, citando a Tomás de Aquino, en el apartado 2 del capítulo cuarto de El sentido religioso: «El yo-en-acción». Lo que en ese contexto podía resultar un paso típicamente especulativo encuentra su ejemplo y su aclaración en el trabajo. Si el yo se conoce en acción y si trabar es una acción, entonces el yo sin trabajo es un yo alienado, alguien que no se puede conocer a sí mismo, sus talentos e inclinaciones. En la asamblea nacional de la CdO del 25 de mayo de 1996, Giussani afirma: «Por ejemplo, al ver que alguien se queda sin trabajo (por citar la terrible plaga de hoy en día, la más grave socialmente), al ver a un parado, si tengo fe, no puedo quedarme quieto. ¡Mientras tenga alguna sensibilidad humana, claro! Porque la fe favorece esta sensibilidad. “Parado” quiere decir que no trabaja, y en la medida en que uno no trabaja ya no se entiende a sí mismo. Dice santo Tomás de Aquino que el hombre se entiende a sí mismo observándose en el trabajo, mientras trabaja, en la acción».
Previamente, el 25 de marzo de 1995, también en la asamblea nacional de la CdO, Giussani había reiterado su «estima sincera del trabajo. Tal estima tiene una señal inequívoca: que el hecho de que mucha gente no tenga trabajo se vuelve insufrible (no en el sentido rabioso, sino etimológico del término: no podemos quedarnos tranquilos). Que haya mucha gente sin trabajo ya no puede dejarme tranquilo. No puedo estar contento de mi trabajo porque vaya bien y me dé resultado y basta. La estima sincera del trabajo, ante todo, hace intolerable el que otros no trabajen, porque la educación en la libertad es abstracta si el hombre no tiene un trabajo que aprender. Al realizar mi trabajo es cuando puedo comprender que soy libre, que me dejan ser libre, que mi libertad es respetada y, al contrario, comprendo también cuando todo se bloquea, se reduce, se restringe, se define y se predetermina inadecuadamente. Es imposible que haya educación en la libertad sin posibilidad de trabajar. Yo les explicaba a los chicos que el hombre sin trabajo sufre un atentado grave a la conciencia de sí mismo, según un principio de santo Tomás que dice que el hombre se conoce a sí mismo solamente en la acción. El hombre no se conoce a sí mismo cuando se pone a pensar en sí mismo (para ello es necesaria una objetividad que pocos alcanzan a través de una educación filosófica adecuada), sino que percibe su valor, sus facultades, aquello de lo que es capaz, trabajando, in actu exercito como dice santo Tomás de Aquino. Un hombre solo se conoce a sí mismo en la acción, durante la acción, mientras está en acción. Por ello, sin un trabajo en la vida, uno se conoce menos a sí mismo, equivoca el sentido del vivir, tiende a perder el sentido por el que vive. ¡Debemos hacer todo lo posible por colaborar con las fuerzas sociales y políticas que intentan encontrar un trabajo para todos!».
Aparte del trabajo, en esa misma intervención se refiere también a la libertad de educación y la justicia. La conclusión es que «nosotros estamos seguros del más allá porque amamos el más acá, por la experiencia que vivimos en el más acá, porque amamos el mundo».

El segundo motivo por el que la obra es esencial para la fe es que ella constituye el “punto de sutura”, el encuentro entre el cristianismo y la historia. En la obra se supera la brecha que a veces puede abrirse entre fe e historia. En Ímola, el 17 de enero de 1988, don Giussani recordaba a uno de los protagonistas del socialismo italiano, Andrea Costa, quien sentado fuera de la Iglesia esperaba a la gente que había ido a misa para dirigirles estas palabras: «Habéis estado en la iglesia, habéis hecho bien, ahora hablemos de las cosas que afectan a la vida de todos los días. Hablemos del dinero que debemos recibir, de la tierra que tenemos que trabajar». Y Giussani comentaba: «Faltó entonces la relación (…) entre el altar y aque¬lla silla, porque forma parte del hombre no solamente el problema de la salvación, sino también el problema del pan cotidiano». La salvación del hombre «implica el más acá y el más allá. La misión de la Iglesia es hacer que se viva también mejor el más acá». La Iglesia no contrapone la salud con la salvación, como sucede en la novela La peste de Albert Camus. Abraza a ambas en una visión integral del ser humano.

El tercer motivo que induce a Giussani a valorar una obra es que en ella, compartiendo las necesidades dentro de una amistad operativa, surge un pueblo. En ella, la caridad genera una ciudad nueva. Como decía en la asamblea nacional de la CdO del 14 de marzo de 1992, «este es el origen de toda obra: el intento de responder de forma sistemática a una necesidad que nos urge en nuestra vida, en el ahora, durante este día. Pero, del mismo modo que no podemos nacer solos, ni podemos vivir solos, tampoco podemos responder a nuestras necesidades —sean las que sean, incluso las que parecen más pequeñas— sino dentro de una compañía, con ayuda de una compañía».
Una compañía gobernada por la ley de la caridad. «Esto es la caridad. Ayudar gratuitamente al vecino, a un hombre, a resolver y responder a la necesidad que tenga, sea del tipo que sea: desde la necesidad del pan a las necesidades del alma. Solventar o ayudar a solventar la necesidad por la que cualquier hombre llora y sufre. (…) La caridad es un factor que contesta y penetra en todos los demás factores; la caridad es lo más grande de todo. Engendra un pueblo que no puede nacer más que de algo gratuito. Los mejores cálculos no pueden hacer que brote el fenómeno más alto de la expresión humana, que es la realidad de un pueblo. Solo puede hacerlo nacer algo gratuito».