Francesco Follo

El fin de la Inteligencia Artificial

Fragmentos de una intervención de monseñor Francesco Follo siendo observador permanente de la Santa Sede en la Unesco en una reunión preparatoria de la “Recomendación sobre la ética de la Inteligencia Artificial” de 2021
Francesco Follo*

¿Es que una máquina podrá llegar a pensar en el sentido pleno del término? ¿Podrá equipararse en todo y para todo a un ser humano con una vida intelectual íntegra? Estos son algunos de los interrogantes más profundos y radicales que el desarrollo de la Inteligencia Artificial está planteando a la humanidad. Hasta ahora, una máquina que reproduzca la organización de nuestro cerebro al detalle y que sepa exhibir todas las características más elevadas de la inteligencia humana, incluso la autoconciencia, parecía estar fuera del alcance del desarrollo técnico corriente o previsible concretamente. Sin embargo, existen máquinas (o programas informáticos) capaces de realizar operaciones complejas con prestaciones comparables –a veces incluso superiores en ciertos contextos específicos– a los humanos. Esto lleva a un optimismo de fondo que deja abierta, al menos para algunos, la posibilidad –no importa lo remota que sea– de llegar algún día a agotar los deseos de una Inteligencia Artificial “fuerte”, es decir, máquinas que sean tan parecidas al ser humano que puedan desarrollar incluso una autoconciencia.

En mi opinión, hay al menos tres aspectos que hacen difícil creer que algún día las máquinas puedan sustituir totalmente a la inteligencia humana: la dimensión afectiva, la dimensión semántica y una tercera dimensión que por ahora llamaría “motivacional”.

Parece que hoy está claro también desde el punto de vista experimental que los estados emocionales influyen en los procesos racionales y de toma de decisiones. Por tanto, una Inteligencia Artificial “fuerte”, que pretenda reproducir totalmente la inteligencia humana, debería reproducir también los aspectos emotivos y afectivos. Pero introducir esa dimensión en “máquinas pensantes” haría su proceder menos “racional”. Estas consideraciones plantean un profundo interrogante a quienes se dedican desde el punto de vista técnico a la Inteligencia Artificial. ¿Cuál debe ser la finalidad de esos desarrollos tecnológicos? ¿Reproducir e imitar la inteligencia humana, o apoyarla en contextos y ámbitos específicos, dejando los aspectos complejos e integrales en manos de hombres de carne y hueso, con razón y sentimiento?

Un segundo aspecto problemático de una Inteligencia Artificial “fuerte” tiene que ver con la distinción –clásica en la filosofía del lenguaje moderna y contemporánea– entre síntesis y semántica. Se sabe que las calculadoras, incluidas las que sirven de base a la Inteligencia Artificial, solo pueden tratar enlaces sintácticos entre símbolos carentes de significado, pero no podrían tratar los contenidos semánticos que se atribuyen a dichos símbolos. Esto ya supondría, de por sí, un límite enorme a la posibilidad de realizar una Inteligencia Artificial que pueda imitar en todo a la inteligencia humana, que tiene en el universo de los significados una dimensión esencial. Se suele pensar que la semántica es tan solo en una trama de relaciones entre varios términos. Por ejemplo, si buscamos una palabra en un diccionario, su definición incluye otras palabras relacionadas con ella. “Calendario” se define como un conjunto de láminas con los días, semanas y meses de un año. Alguien que conozca el significado de todos los términos utilizados en esa definición podría entender la palabra “calendario”, pero quien no conozca alguno de ellos podría seguir buscando en el diccionario indefinidamente. Sin embargo, por mucho que queramos avanzar en este proceso, un individuo que nunca haya visto un calendario, difícilmente llegará a alcanzar una auténtica comprensión de dicho término. De hecho, eso también depende profundamente de las experiencias reales que el parlante haya tenido en su vida. El significado de palabras como “pobreza” o “libertad” cambia mucho según la situación personal, la propia historia vital e incluso el contexto histórico y/o geográfico general en que se encuentre. Los significados tienen tanto connotaciones emotivas como racionales. Por tanto, crear máquinas que puedan reproducir todos los aspectos de la inteligencia humana requeriría, aparte de una notable potencia de cálculo, que se viva como un ser humano. No solo se trata de computar símbolos, sino de vivir experiencias: reír y llorar, desear y temer, ver, oír, tocar, oler y gustar. Por tanto, llegados a este punto, la inteligencia artificial también implicaría una “vida artificial” y los problemas que plantean los intentos de producir “máquinas vivientes” son al menos tantos y tan graves como los que plantea la Inteligencia Artificial.

Pasemos a la tercera dimensión, la que he llamado “motivacional”. Hoy resulta evidente que muchos aspectos de la inteligencia humana proceden de un largo proceso evolutivo que ha llevado a nuestra especie biológica a su estado actual. Algunos de esos aspectos también los comparten –al menos en parte– otras especies animales no humanas. También es sabido que, según las teorías de la evolución biológica, las novedades que han surgido a lo largo de la historia natural, también desde el punto de vista conductual y cognitivo, responden a una lógica de necesidad. A lo largo de la historia evolutiva vemos lo que han necesitado varias especies biológicas, en diversos contextos medioambientales, para sobrevivir sin sucumbir a los desafíos del entorno. Este cuadro conceptual, aunque sin duda es válido en muchos aspectos del conocimiento humano, parece no ser capaz de explicar por entero la evolución cultural que es característica de la historia humana. La domesticación de animales y plantas, la construcción de ciudades y lugares de culto, la invención de la escritura y la aritmética, el nacimiento de la llamada cultura teórica, las universidades, la ciencia moderna, las revoluciones industriales que han marcado los últimos siglos: todo eso es difícilmente atribuible solo a la necesidad, en el sentido al que nos acabamos de referir. Ninguna de estas innovaciones (con los miles de invenciones específicas que las han acompañado) eran estrictamente necesarias para la supervivencia humana. La cuestión resulta aún más profunda si se mira desde el punto de vista de los individuos que han contribuido de manera esencial a estos avances. Pensemos en Sócrates, que por amor a la verdad y a la justicia se vio obligado al suicidio; o en Galileo Galilei, que convencido de sus ideas del cosmos tuvo que enfrentarse a dos procesos. Estas reflexiones plantean con fuerza el problema de las motivaciones que empujan al ser humano a buscar, a querer conocer e inventar, a acercarse a la verdad y a querer mejorar sus condiciones materiales y espirituales más allá de lo estrictamente necesario.

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Este tema plantea otro problema al objetivo de una Inteligencia Artificial “fuerte”. Una máquina pensante que quisiera reproducir totalmente la inteligencia humana debería saber reproducir también este aspecto “motivacional”. En otras palabras, debería ser capaz no solo de realizar operaciones inteligentes para resolver áreas hetero-asignadas, sino que también debería saber auto-asignarse tareas y metas, es decir, tener aspiraciones. Actualmente las redes neurales sofisticadas y los llamados “sistemas expertos” son capaces de realizar operaciones inteligentes de forma comparable –e incluso superior a veces– al ser humano. En algunos casos pueden hacerlo desarrollando incluso soluciones que no estaban programadas previamente en el sistema. Sin embargo, no solo pueden hacerlo únicamente en dominios limitados y circunscritos, sino que, sobre todo, no se asignan autónomamente los objetivos que deben alcanzar. En cambio, una verdadera Inteligencia Artificial “fuerte” debería ser capaz de hacer esto. No en vano, muchas películas que abordan este tema plantean, de un modo u otro, el problema de que la máquina se rebele, que quiera autodeterminarse o que desee “hacerse humana”, que intente proteger a la humanidad en vez de someterla y conquistar la Tierra. Siendo realistas, no creo que ninguno de estos objetivos esté aún a nuestro alcance o pueda acercarse a algo parecido.

*Observador permanente de la Santa Sede en la Unesco entre 2002 y 2021. La “Recomendación sobre la ética de la Inteligencia Artificial” fue aprobada por la Asamblea general de la Unesco el 23 de noviembre de 2021