Elham en la sede de su asociación en Belén.

Tierra Santa. La ley del perdón

Israel y Palestina. A uno y otro lado se suceden las historias de dolor y de muerte. Pero hay gente que sigue afirmando una lógica distinta, basada en la compasión y en la oración. «Para no dejar de creer que la paz es posible»
Maria Acqua Simi

Ylahm Farah tiene 84 años y una vivacidad fuera de lo común. Hija de la famosa poetisa palestina Hanna Dahdah Farah, se crio en la pequeña pero antigua comunidad cristiana de Gaza y es una de las personas más queridas de la ciudad. Más conocida como “la sonriente señora Umm al-Orange”, por el color rojizo de su pelo, ha transmitido a generaciones enteras de gazatíes su amor por la música. Nunca salió de la franja. Decidió quedarse en 2007, cuando muchos de sus amigos huyeron por los conflictos continuos, y se confirmó en su decisión cuando los fundamentalistas de Hamás dieron paso a una escalada que nadie podía imaginar. Pero ahora Ylahm ha muerto, víctima del fuego cruzado por parte de francotiradores israelíes.

«Era una mujer especial, conocida y querida por todos porque dedicó su vida entera a enseñar a todos la belleza y potencia de la música. Era una pasión que heredó de sus padres. Componía, tocaba, enseñaba y cantaba. En Gaza era casi una institución andante, con su cabello rojo fuego, sus gafas y un bolso decorado con bordados palestinos. Tocaba muchos instrumentos, entre ellos el órgano y el violín, pero su favorito era el acordeón. Su muerte ha sido un golpe muy duro». Habla uno de sus mejores amigos. «El 12 de noviembre, durante la tregua, quiso acercarse a su apartamento situado en el barrio de Al-Rimal para recoger algo de ropa de invierno. Pero no llegó. Le dieron en las piernas. Pudo llamar a algunos amigos, a su sobrina, a mí, pero fue imposible ir a buscarla. Se pasó dos días allí tirada, herida mientras los francotiradores abrían fuego contra cualquiera que se acercara. Yo quería abrazarla, llevarla sobre nis espaldas hasta el hospital, pero no pude hacer nada. Sabía que había buscado refugio en la iglesia católica de la Sagrada Familia, que desde que empezó el conflicto abrió sus puertas a miles de desplazados. Siempre decía que Dios la protegía…».

A punto de cumplir setenta años, este hombre no cede a la rabia e implora que no desvele su nombre para no crearle problemas. «Me angustia recordar sus últimas horas. ¿Cómo se puede morir así? Rezamos mucho para que la Virgen la consolara en esos momentos, pero no quiero pensar solo en su fin. Toda la vida de Ylham ha estado llena de una alegría que transmitía a todos. Dios la ha protegido, la ha bendecido y la ha preferido».

El padre Gabriel Romanelli, párroco de Gaza, también ha perdido a muchos amigos en los enfrentamientos. «Para mí, la gente que está muriendo no son cifras, son rostros queridos, conocidos. Estamos pidiendo un alto el fuego permanente y real, que los heridos puedan ser evacuados. Pero lo que pido personalmente es que se rece. Pidamos a Dios la fuerza necesaria para reconstruir y volver a empezar. Pidamos la fe para no dejar de creer que la paz es posible».

El sufrimiento por los que mueren es igual en ambos bandos de esta guerra. «El tío de una compañera mía ha sido secuestrado y asesinado por los terroristas. Tenía hijos, era una persona tranquila y buena, con su trabajo y su familia. Las redes sociales nos mantienen informados sobre la suerte de otros rehenes que siguen en manos de Hamás, pero quizá ya estén muertos». Mientras habla, Sofi no levanta la mirada del móvil. Revisa Instagram y me enseña a los actores de Fauda, una serie de televisión israelí muy valorada, que se han enrolado en el ejército. En la ficción interpretaban a agentes de una unidad antiterrorista de las fuerzas de defensa israelí que actúan como infiltrados en territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. «Uno de ellos ha muerto, el otro está gravemente herido. Han ido a defendernos».

Tiene 16 años, vive en Jerusalén y para todos los jóvenes de su edad el 7 de octubre fue un día fatídico. No cuesta imaginarlo, puesto que en una ciudad como esta al final todos se conocen y el dolor inmediatamente se vuelve en un sentimiento colectivo. No le gusta hablar de lo que pasa en la franja. «No me gusta lo que veo, creo que deberían acabar los bombardeos. Pero lo que yo pienso no importa, ¿no? No podemos hacer nada». No lo cree así Rachel Goldberg Polin, madre de Hersh, uno de los civiles secuestrados el 7 de octubre del que aún no se sabe nada y que lleva más de cien días emitiendo declaraciones en las que invita a no ceder al deseo de venganza. Después de ser recibida incluso por el papa Francisco, puso en marcha una campaña social invitando a llevar una pegatina junto al corazón indicando los días transcurridos desde el secuestro de civiles israelíes. Pero su mirada, en medio de todo esto, es diferente. Así lo testimonia en una breve entrevista emitida en Tv2000, con la periodista Alessandra Buzzetti. «Sufro terriblemente por los civiles en Gaza. Cuando veo que sacan a un niño entre los escombros, pienso que sufren igual que mi hijo. No me cuesta sentir empatía, esto no es una competición del dolor. Lo que me hace seguir adelante es el apoyo que recibo del mundo entero y la oración. Cuando me preguntan cómo puedo seguir creyendo en Dios, respondo que mi relación con Él es aún más fuerte y que no sabría vivir sin fe».

Otra mujer de perfil combativo es Elham, una enérgica viuda musulmana palestina que lleva meses intentando lograr que la ayuda llegue a Gaza. Nació y creció en Cisjordania, fue trabajadora social en la Autoridad Nacional Palestina, fundó la asociación “Por el camino del bien”, que ofrece ayuda a mujeres divorciadas, viudas y huérfanos palestinos.

«Conozco a muchísima gente de la ciudad de Gaza y alrededores. Las noticias que nos llegan a diario son terribles. Y están todas contrastadas de primera mano. Niños que vagan solos entre los escombros, edificios destruidos, ancianos atrapados. Se están difundiendo enfermedades, la gente tiene hambre, faltan cosas esenciales: agua, comida, pañales, medicinas. A través de Jordania y Egipto intentamos hacer llegar algo. La semana pasada conseguimos repartir casi ocho mil platos de comida. Pero es nada en comparación con la necesidad que hay». Elham cuenta con el apoyo de la asociación Pro Terra Sancta, la ONG de la Custodia que siempre ha apoyado a los cristianos de la región.

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Como ella. Lo dice abiertamente, sin hacer distinciones «porque todos los pobres son iguales a los ojos de Dios». Lo que más le sobrecoge es el dolor de los pequeños. «Empecé a trabajar en esto hace muchos años, cuando era trabajadora social vivía sumergida entre peticiones de ayuda. Llevábamos mantas, ofrecíamos asistencia legal, pero sobre todo nos hacíamos cargo de las exigencias de los más pequeños: ropa, comida, educación…». Hoy aquellos pequeños son adultos. «Algunos de ellos han venido alguna vez mostrando su agradecimiento. No he hecho nada de eso sola, pero sé que cuando muera esta será mi herencia». El bien.