El papa Francisco durante un bautismo en la Capilla Sixtina el 7 de enero de 2024 (Vatican Media/Catholic Press Photo)

Descubrir una vida fascinante

El deseo de ser padres ante una realidad incierta que desanima. Pero «traer hijos al mundo y acogerlos implica “hacerse cargo del mundo”». Un artículo del presidente de Familias para la Acogida
Luca Sommacal*

La maternidad como “misión” y como máxima aspiración para las jóvenes. El debate está servido y nos lleva a uno de los problemas más alarmantes y contradictorios de nuestros días. Por un lado la dificultad (a veces imposibilidad) de pensar en formar una familia y mantener la conciliación maternidad-trabajo, por otro el preocupante descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población. Pero antes de eso tal vez haya que preguntarse si no sería mejor hablar de maternidad y paternidad, es decir, de tener hijos como una “opción” compartida entre dos personas que deciden emprender la extraordinaria aventura de ser padres. En nuestra experiencia como asociación de familias adoptivas y acogedoras, nos encontramos con muchas parejas jóvenes que viven con un gran deseo de tener hijos y que maduran su disponibilidad para acoger a un hijo que no es suyo, a abrir las puertas a un desconocido que pasa inequívocamente a formar parte de su vida. El camino hacia esa disponibilidad profundiza y enriquece la dimensión generadora de la relación conyugal, una relación que se desarrolla como acogida y apertura más allá de sus límites.

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Para quien recorre este camino, cada vez resulta más claro que acoger a los hijos y traerlos al mundo es un gran testimonio de esperanza y una responsabilidad que no solo nos afecta a nosotros, sino que nos impulsa más allá, a “hacerse cargo del mundo”. Las palabras del Papa en Amoris laetitia nos ayudan a comprender la fascinación de esta perspectiva: «En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor celebran sus momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia de vida [...] La belleza del don recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el cuidado amoroso de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son solo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta a la vocación de la familia». Existe por tanto un patrimonio de bien que hay que redescubrir, volver a mirar y valorar. Las dificultades objetivas que hoy encuentran los más jóvenes al intentar formar una familia, las penalizaciones que siguen sufriendo las madres trabajadoras, la falta de políticas familiares estructuradas y permanentes, todo eso hay que tomarlo en consideración y afrontarlo. Pero al comprometerse para superar esos obstáculos debemos dejarnos interpelar por una cuestión esencial: traer hijos al mundo es tener la certeza de una promesa buena. Es transmitir una esperanza en el futuro y no miedo o, lo que es peor, la resignación de enfrentarse a algo incierto. ¿Pero cómo hacerlo? No se puede imponer o aplicar como una fórmula mecánica, es una confianza que hay que educar y que debe madurar como experiencia en primer lugar dentro de las propias familias, que pueden –por contagio, por ósmosis, por pasión– redescubrirse como lugares de encuentro entre generaciones, de apertura a la vida, de espacio para crecer y compartir. De este modo, la fascinación por traer al mundo o acoger a un hijo puede llegar cada vez más a las parejas jóvenes. Es una conciencia que puede madurar más plenamente si va acompañada de una red de amistad entre familias que sostenga la esperanza como concepción del futuro, testimoniando una plenitud de vida posible que atraiga y anime a acoger nuevas vidas.
*Presidente de Familias para la Acogida

Publicado en Avvenire el 6 de enero de 2024