Kiev, 3 de enero de 2024. Voluntarios recogen escombros tras un bombardeo

Sigov: «La lógica de la Navidad para mi Ucrania en guerra»

Un filósofo de Kiev reflexiona sobre el contraste entre la fiesta de la encarnación y la violencia en los países sacudidos por las guerras
Alberto Perrucchini

Ya no hay espacio. Parece que ya no queda espacio para la guerra de Ucrania en los medios, preocupados por contar otras tragedias del mundo. No queda espacio para un país que lleva dos años sufriendo las consecuencias de una invasión que no se aplaca. Sin embargo, para el filósofo Constantin Sigov, un editor de Kiev que lleva dos años viviendo en Francia, incluso en estas circunstancias la Navidad es un tiempo vital para su país «porque permite que la esperanza vuelva a mostrarse».
«Me gustaría recordar una expresión utilizada en 1937 por el metropolita greco-católico Andrei Sheptitsky: “La fiesta de la Natividad de Cristo es la fiesta de la alegría cristiana, silenciosa, pura y humilde. Es la fiesta que más valoran los que son pobres de espíritu, los humildes, los perseguidos, los hambrientos y sedientos de justicia; a todos vosotros, allí donde estéis, se dirige el evangelio con alegría: destensad vuestros débiles brazos y rodillas”». Mientras Leópolis, su ciudad, era ocupada –primero por el ejército estalinista, luego por Hitler y finalmente de nuevo por el ejército soviético– Sheptitsky tenía la responsabilidad de custodiar a su pueblo y mostrar que, a pesar del infierno impuesto por los regímenes totalitarios, era posible vivir según el evangelio. Los «débiles brazos y rodillas» eran también los de María cuando no había ningún lugar donde refugiarse y se vio obligada a huir a Egipto con su marido y su hijo recién nacido. Solo halló reposo confiando en Dios.

¿Cómo se puede hablar de esperanza en lugares como Ucrania o Tierra Santa, marcados por la guerra?
En Navidad hay tres tipos de cantos: el armonioso canto de los ángeles, la oración de los hombres y por último el grito del niño que llama y que es imposible acallar. Ese contraste hoy es especialmente evidente: nuestra labor consiste en poner en diálogo el estrépito de la guerra y la “sinfonía de la paz”. No podemos poner entre paréntesis ese grito del más débil para sustituirlo por un canto armonioso: hace falta una unidad. Eso es lo que está pasando con el vínculo que ha nacido entre la editorial que dirijo y la comunidad de Taizé. En 2023, tanto Kiev como Leópolis recibieron la visita de los monjes, concretamente del prior de la comunidad, el hermano Alois, que estos años ha estrechado un vínculo más sólido con la cultura y el pueblo ucranianos. De esa relación con él surgió también un libro que recoge las intervenciones del hermano Richard, de origen suizo, que se ha convertido en uno de los pilares de la comunidad y que ha participado en varias ediciones de los “Encuentros de la Asunción”, la mayor conferencia ecuménica internacional que organizábamos cada año en Kiev. Ese libro no solo se ha traducido al ruso y al ucraniano, sino también al francés, al inglés y al alemán.

¿Por qué ese libro es tan importante?
Se titula Descubriendo los tesoros de la Escritura. Fragmentos bíblicos. Sabemos que la Biblia habla mucho, incluso de forma directa, de justicia, libertad, amistad… De descubrir el significado de la realidad que nos rodea. Hoy se libra una lucha entre sociedades abiertas y regímenes autoritarios, y su resultado dependerá de la capacidad y voluntad para distinguir la verdad de la mentira, la humanidad humilde de la arcaica obsesión por la grandeza. No es un contraste que afecte únicamente al pueblo ucraniano, sino al mundo entero. Para poder hablar de esperanza es fundamental que el pueblo ucraniano se sienta unido, pero también es necesario consolidar la solidaridad con nuestros amigos de Occidente.

¿Cómo es posible ayudar a esto?
Cada uno de nosotros debe participar en la “apuesta” de la Navidad, el increíble anuncio de la encarnación es la noticia de que el Creador del universo se convierte en el más pequeño, el más vulnerable, un recién nacido que vence al más grande y poderoso. A partir de ese hecho que sucedió hace dos mil años y que sigue sucediendo, podemos descubrir que ciertos eventos –aparentemente insignificantes– pesan en el juicio de la historia mucho más que la sombra de los faraones. Es muy importante diferencial lo que cede al reino de las sombras de lo que pertenece a la realidad encarnada de nuestra vida. Creo que esa diferencia es justamente lo que sostiene a los ucranianos en la defensa de su libertad.

¿A qué se refiere cuando habla del «mundo de las sombras» y de la «realidad encarnada»?
La realidad encarnada, que hoy experimentamos sobre todo los ucranianos, tiene su origen en un profundo sentido de gratitud hacia aquellos que, antes que nosotros, hicieron suyas las palabras de Cristo: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». No es solo una bonita cita, sino una experiencia directa: conocemos a los que combaten por nosotros, conocemos sus rostros, sus nombres; sabemos que ahora mismo nos están defendiendo. Nuestra atención no se dirige al agresor, a los esquemas geopolíticos o a los cálculos abstractos, sino a personas cercanas. Hay dos grandes preguntas que siempre me planteo: quién está conmigo y quién trata de acabar conmigo. La respuesta a la segunda es genérica: nos golpean los misiles, los drones, los aviones armados… Pero la primera tiene una respuesta muy concreta: son personas precisas. Los que reparan las centrales eléctricas dañadas, los que salvan a los que se han quedado atrapados en las casas en ruinas por los misiles…

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¿Por qué los ucranianos tienen una voluntad tan grande para resistir y tanto coraje?
Me lo preguntan mucho los periodistas occidentales. Y yo respondo: «La pregunta correcta no es por qué sino por quién». Hay una enorme diferencia entre un “porqué” abstracto y un “por quién” concreto. Las razones pueden cambiar, el entusiasmo puede decaer, pero el rostro de las personas por las que se lucha no pueden caer en el olvido. Por otra parte, para nosotros esta experiencia empezó con las protestas del Maidán en 2013-2014. Recuerdo que mi mujer y yo estábamos en casa y veíamos el peligro, nos daba miedo y nos preguntábamos: «¿Qué le estará pasando a nuestro hijo que está pasando la noche en la plaza?». Entonces apagamos la televisión, nos subimos al coche y fuimos a buscarlo. Hablamos con él, conocimos y sus amigos y vivimos todo lo que estaba pasando de una forma completamente nueva: las sombras se hicieron realidad concreta, que hablaba a nuestra vida.