Vladimir Zelinsky (Foto: Catholic Press Photo)

La verdadera dimensión del diálogo

Todas las guerras, si no aplastan al adversario, acaban con tratados, que son una forma de diálogo, pero no es eso lo que busca el papa Francisco. Un sacerdote ortodoxo valora el manifiesto de CL por la paz
Vladimir Zelinsky*

La trágica paradoja de la guerra actual, igual que otras tantas guerras, reside en el hecho de que seguramente las partes beligerantes también están a favor de la paz. Incluso del diálogo. ¿Pero qué diálogo? ¿Acaso no estamos ya en diálogo en la situación actual? Un bando dice: «Esta tierra que hemos tomado será nuestra para siempre, sobre el resto estamos dispuestos a dialogar». El otro insiste: «Liberad nuestras tierras y luego hablaremos de paz, pero no antes». Y Rusia dice: «Nunca, jamás, lo que hemos conquistado ya está consagrado como patria nuestra, eterna y santa». Ucrania replica: «Cada metro conquistado por el enemigo debe seguir siendo ucraniano, luchemos por recuperarlo sin pensar en las vidas de nuestros ciudadanos». «Hasta el último soldado», proclaman uno y otro. Solo podemos esperar que todo esto acabe sin llegar a una catástrofe global. Esta discusión que acabamos de reproducir, ¿es realmente diálogo? Formalmente, sí. La gente habla y sigue hablando. Una parte acusa a la otra: «Habéis hecho esto, habéis matado a mucha gente inocente, habéis violado a mujeres y niñas, sois unos criminales». «No, al principio los criminales eráis vosotros, que habéis bombardeado tierra rusa, no importa que se encuentre en territorio ucraniano, vosotros que con vuestra rusofobia habéis querido eliminar nuestra lengua, etc». ¿Esto es diálogo? Formalmente sí.

Sí y no. Porque este tipo de intercambio de acusaciones no puede llegar a ninguna vía de salida en absoluto. Todas las guerras, si no aplastan al adversario, acaban con tratados. Rusia no ha podido aplastar a su enemigo declarándolo como un hermano que ha tomado el camino adecuado para luego anexionárselo. Este proyecto ha fracasado y, por tanto, un día llegará la hora de hablar. Es decir, del diálogo. Es decir, de las concesiones. Al menos, la posibilidad de discutirlas. Pero para discutir, en primer lugar hace falta ver la cara del otro. Eso es ya una forma de comunicación.
Sin duda, este tipo de discurso entre sordos no es lo que busca el papa Francisco, con su llamamiento a poner fin a la guerra con el diálogo. Pero antes de llegar a un diálogo de verdad hace falta abrirse, no al enemigo, sino a uno mismo. Hay que entrar en otra dimensión del conflicto, la del corazón, allí de donde, según palabras de Jesús, «salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios… que hacen impuro al hombre». Todas las guerras proceden del corazón humano, con pensamientos perversos que, nada más salir, no se presentan como algo malo sino que se disfrazan de mitos nobles: salvación de la patria, construcción de un futuro de esplendor, etc.

Si buscamos el diálogo, debemos entrar en una conversación combativa con los pensamientos que generan las guerras. Por supuesto, no puede haber igualdad entre el agresor y la víctima, no pueden confundirse estos dos papeles sin sacrificar la verdad. No se puede no resistir al agresor. Pero hasta en la resistencia más heroica hace falta encontrar en el propio corazón la paz con Dios, de la que nace también la paz entre los hombres.

* Sacerdote ortodoxo de rito bizantino-eslavo