Huellas n.4 Abril 2023

La ley de la existencia

«Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña». De este modo, el Papa dice en el Cartel de Pascua de CL que Dios «ha querido compartir con nosotros este camino», con el hecho escandalosamente sencillo de una historia de bien que «abre un resquicio de luz» en cualquier sufrimiento.
Don Giussani lo llamaba don conmovido de sí. «La caridad de Dios por el hombre –escribe– es una conmoción, un don de sí mismo que vibra, que se agita, que se mueve, que se realiza como emoción, en la realidad de una conmoción: se conmueve. ¡Dios que se conmueve!».
Para que la vida estuviera dominada por este amor, en un mundo que ha reducido el concepto de caridad, Giussani propuso desde el principio un gesto que nos educara para tomar conciencia de nuestra necesidad: la caritativa. Desde entonces son miles las personas de todas las latitudes que van juntas y con fidelidad a residencias, casas, prisiones o por las calles…

Si tenemos algo hermoso, queremos comunicárselo a otros; si vemos que alguien está peor que nosotros, queremos ayudarle. Es un ímpetu tan natural que Giussani lo llama «ley de la existencia». En el cuaderno El sentido de la caritativa, él parte de esta exigencia, tan original que casi no somos conscientes de ella, y la desarrolla con toda su dignidad y potencia, la abre de par en par hacia su finalidad, a lo que da sentido a esta aspiración y la cumple. «Cristo nos hace comprender la razón profunda de todo esto al desvelarnos que la ley última del ser y de la vida es la caridad». Un Dios que «al amarnos, no nos envió sus riquezas –como habría podido hacer, cambiando radicalmente así nuestra situación–, sino que se hizo indigente como nosotros, “compartió” nuestra nada».
Por esta conmoción uno siente dentro de sí todo el deseo del otro, sea quien sea, por amor a su destino.

Giussani libra el gesto de la caritativa de cualquier idea de justicia social y de todo sentimentalismo, como puede leerse en su biografía. «Puede perfectamente no darse ningún resultado “concreto”, como se suele decir. Pero estamos hartos de los que llaman “concreta” a cualquier cosa distinta de la persona, del valor puro y simple que tiene el yo». Para él, también es ambiguo partir de la necesidad de los demás. «No somos nosotros los que les hacemos felices; ni siquiera la sociedad más perfecta, el organismo más sólido legalmente, la riqueza más ingente, la salud más férrea, la belleza más pura, la civilización más “educada”, podrá hacerles felices. Es Cristo quien les hace felices, porque es la razón de todo, el que lo ha hecho todo, porque es Dios». Así, a través de la impotencia del propio amor, es como se aprende la gratuidad. «Precisamente porque les amamos, no somos nosotros los que les hacemos felices».
Los testimonios de este número muestran cómo se vive la caritativa en algunos rincones del mundo donde a veces no se distingue quién acoge a quién, pues todos necesitamos un amor gratuito, como señalaba hace poco el cardenal Matteo Zuppi en una asamblea con los Bancos de Solidaridad, donde subrayaba la diferencia entre hacer voluntariado y vivir esta escuela de caridad, donde «no se hacen cuentas», porque lo que está en juego es «siempre una relación personal», nunca es algo mecánico. «Es más fácil solucionar problemas o entregar un paquete, como hace Amazon», decía, que darse uno mismo. Y estar delante del grito de la vida del otro, sin atenuarlo, hasta llegar a preguntarse: ¿y cuál es mi esperanza?