Huellas n.3 Marzo 2024

¿Qué tiene que ver con las estrellas?

«Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esta infinitud». Son palabras de Cesare Pavese que cita don Giussani en el capítulo quinto de El sentido religioso, cuando aborda la desproporción estructural que el hombre siente frente a esa «respuesta total» que espera, que no puede dejar de esperar porque «esa espera es la esencia de nuestra alma», dice. «La promesa está en el origen, procede del origen mismo de nuestra hechura. Quien ha hecho al hombre, lo ha hecho “promesa”».
Solo una mirada así de radical puede comprender y alumbrar la aparición de una fragilidad afectiva que no tiene edad –de la que nos hablan las noticias, las discusiones dentro y fuera del ámbito educativo, las canciones, los expertos, los libros, nuestras jornadas– y ver en esa fragilidad el síntoma de una incertidumbre más profunda respecto al sentimiento supremo, el de ser queridos.

El cielo estrellado de la portada está dedicado a un hecho, uno de tantos, que marcó la vida de don Giussani y que se cuenta al empezar esta revista. Es la pregunta que estalló en él una noche de verano al encontrarse por la calle con el abrazo de unos novios. «Lo que estáis haciendo, ¿qué tiene que ver con las estrellas?». En las antípodas de cualquier tipo de moralismo, él siguió pedaleando con alegría por ese soplo de verdad que lo reviste todo, por esa relación con el Destino que llena de dignidad cada instante y cada gesto humano, sobre todo la experiencia afectiva. Porque el amor es el banco de pruebas de la persona entera, ya sea en su relación con la novia, el marido, los hijos, los padres, los amigos… Él sabía, en virtud de un amor más grande, que ninguna posesión le basta al corazón, pues tenía razón santo Tomás: «La vida del hombre consiste en el afecto que principalmente la sostiene y en el que encuentra su mayor satisfacción».
Hemos preguntado a varias personas qué es lo que hace posible amar y amarse, como dice Erik Varden cuando habla de María Magdalena como alguien que fundó una «escuela de amor» porque era una «escuela de libertad». Ella «entra en escena en el evangelio llena de sed de amar y de ser amada. El encuentro con Cristo transforma el sentido de su deseo más profundo. Su paso de mujer vulnerable a testigo de la Resurrección es algo que nuestra época necesita mirar».