Huellas n.11 diciembre 2023

Aquí, ahora

«Ninguna explosión, por mucho que retumbe, sobre la tierra o debajo de ella, o en el infinito espacio cósmico, podrá ensordecer el corazón de quien ha escuchado estas palabras fulminantes del evangelio: “El Verbo se hizo carne”». Quien lo escribe, el padre Vsevolod Spiller, sacerdote ortodoxo en el régimen soviético, conocía la persecución con todo su furor ideológico y esa «tendencia hacia el extremo» que, como dice en estas páginas el sociólogo Sergio Belardinelli, «ya se está dando a escala planetaria» y «cuya violencia terrorista solo es su expresión más elocuente».
Sin embargo, Spiller estaba convencido de que había un acontecimiento más potente que cualquier otro, el anuncio de que Dios se hace hombre. Hoy el poder y el mal tienen nuevos rostros y la ternura de la Navidad que se acerca sería nada, imperceptible, si no fuera un hecho inaudito, un amor lleno de piedad, más necesario que el aire que respiramos.
El párroco de la única iglesia católica en Gaza cuenta en esta revista cómo la fe hace inexpugnable el corazón de su gente mientras todo se deshumaniza a su alrededor. Puede parecer barrida por la historia, pero la noticia de ese Hecho sigue cambiando silenciosamente la forma de vivir, pase lo que pase: la fe «no nos separa de la realidad», los ojos «nos permiten captar su significado profundo», se abre «una nueva forma de ver», como dice la frase del Papa en el Cartel de Navidad.
La “paz” no es entonces un silenciador del dolor, sino la semilla de una experiencia nueva que permite estar delante de las ruinas, de la casa o de la vida, hacerse preguntas y entender qué es lo que responde, mirando a la cara a la muerte y al mal, que reabre traumas y heridas muy profundas en pueblos enteros, igual que puede estallar en cualquier familia. En este número recogemos la mirada de varios testigos que no quieren mirar para otro lado: desde el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, a María Ruiz, una joven española en Jerusalén que en el momento de más oscuridad da su sí a Cristo como su aportación al mundo.

Recordaba don Giussani años atrás, ante otras guerras: «Cuando la sociedad se encuentra en una encrucijada decisiva, es fundamental que el juicio de aprobación o condena, en primer lugar, cuente con la urgencia de educar a jóvenes y adultos, esto es, a todos los hombres, pues todos necesitamos impulsar nuestra capacidad de justicia y de bondad. Si renuncia a educar en una estima verdadera por el hombre y, por tanto, en una justicia real, la humanidad queda atrapada por los desastres que ella misma se procura». Y añadía que «el drama actual» es la falta de «una educación a la altura de la trascendencia que tiene la lucha entre los hombres».
Una educación como la que solo puede recibir quien tiene un padre. En medio del drama se hace más evidente la necesidad de renacer que todos tenemos, como nos recordaba el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, que ahora dice sentirse más llamado que nunca «a un alto grado de paternidad. El padre es quien genera para la vida. Y aquí, ahora, hay una necesidad inmensa de generar nueva vida».