Con los ancianos del Instituto Sagrada Familia de Cesano Boscone, Milán

Caritativa. Una vida nueva

Un grupo de universitarios acompañan cada sábado a los ancianos de una residencia. Nos cuentan su experiencia y lo que están aprendiendo
Paola Bergamini

En un rincón, Gigi (nombre ficticio, ndr) no deja de murmurar con los ojos cerrados. Nada más acabar el canto, se acerca a María: «Perdóname por no participar. Lo siento, pero yo os quiero». Esta escena se repite todos los sábados por la mañana en el salón de los pabellones de San Ricardo y San José en el Instituto de la Sagrada Familia de Cesano Boscone, a las puertas de Milán, donde los universitarios de la Estatal hacen caritativa con los ancianos.

«Me sorprende que Gigi venga siempre –cuenta María–. Siempre se queja por algo, es polémico, pero le he tomado afecto. Y eso es increíble en mí. Pero ha hecho falta tiempo y he tenido que esforzarme en mirar a los amigos que me acompañan». Mirarlos mientras realizan gestos tan sencillos como empujar una silla de ruedas charlando con un anciano que responde con monosílabos, seguir cantando aunque sean poquísimos los que les prestan algo de atención, estar al lado de una mujer ciega para contarle lo que está pasando. «Al principio me preocupaba que las cosas salieran bien, pero el imprevisto aquí es lo habitual. Me aprendido que yo no puedo resolver ninguno de sus problemas ni mucho menos “distraerles” de su tristeza y su dolor. Solo puedo estar con ellos. Yo llamo a esto un sano olvido de mí misma para que salga a la luz el verdadero sentido que me sostiene. Si estuviera sola, sería imposible que esto pudiera suceder, este renacer de la esperanza para mí y para ellos». Un sábado María no pudo ir, y cuando Gigi se enteró se acercó a uno de los jóvenes diciendo: «Me teníais que haber avisado, así me preparo».

Universitarios en la caritativa con ancianos

Son unos veinte universitarios que van todos los sábados. Rezan el Ángelus y leen juntos una página del El sentido de la caritativa de don Giussani. Luego van a buscar a los residentes para llevarlos al salón, y cuando se puede dar un paso, tomar un café, echar una partida. Dice Mateo que «al final siempre te dan las gracias, aunque nos parezca que hemos cantado mal o que no ha salido nada como pensábamos, pero ellos disfrutan del afecto que reciben en ese rato. Siempre vas con el deseo de hacerles felices, pero cuando te topas con la pretensión de lograrlo siempre fracasas. Lo que me sorprende es que yo disfruto de su alegría». Algunos residentes les preguntan el porqué de su dolor y de su tristeza: «¿Por qué a mí?». «No podemos darles una respuesta exhaustiva, pero me conmueve verlos contentos, me devuelven la pregunta por el sentido del sufrimiento».

Después de estar con los ancianos, comen juntos para contarse lo que ha pasado. Desde el que tiene la “fijación” de un dentista que les pregunta insistentemente por su dentadura, el que les cuenta con pelos y señales la lectura que hará para la Pascua, pero sobre todo les sorprende que «se acuerdan de las cosas que les hemos contado, y de una semana para otra te preguntan por tu hermano, por tu madre… –apunta Francesco–. A veces vengo cansado o agobiado, pero siempre me voy contento».

Momento de juegos

«¡Hombre, Rebeca! ¡Qué guapa estás hoy!». Rebecca sonríe ante la exclamación de Liliana (nombre ficticio, ndr), que vive con otras personas con discapacidad cognitiva en la Villa de San Vicente, dentro del mismo edificio. Antes del Covid, Rebeca hacía la caritativa en otro sitio parecido. «El sufrimiento que veía me despertó muchas preguntas que no quería dejar pasar», explica. Por eso, cuando sus amigos le propusieron venir aquí, aceptó enseguida. «Hace unos meses me di cuenta de que empezaba a desinflarme, y comprendí que era fundamental ponerlo delante de mis amigos para volver a entender lo que dice don Giussani: “Sigo yendo a la caritativa porque espero que tengan un sentido su sufrimiento y el mío”».

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Los jóvenes cantan con los residentes, charlan largo y tendido o intentan jugar a algo. A veces logran echar un partido de voleibol. Rebeca intenta que disfruten pero a veces no lo consigue con todos y no puede evitar sentir cierto malestar. ¿Habrá fracasado? No. Lo sabe por algo que ha leído en El sentido de la caritativa: «Esperando en Cristo, todo tiene un sentido: Cristo. Esto es lo que descubro finalmente yendo a la caritativa. Precisamente atravesando la impotencia última de mi amor: es la experiencia en la que mi inteligencia ahonda en la sabiduría, se adentra en una verdadera cultura». La experiencia de la caritativa la acompaña también cuando va a ver a sus abuelas ancianas. Una de ellas le repite muchas veces: «Mi vida ya no tiene sentido». Entonces Rebeca siente el deber de estar el máximo tiempo posible con ella para llenar esa falta de sentido, como si fuera algo que dependiera de ella. «Pensando en los amigos con los que hago la caritativa, todo resulta más sencillo. Entonces puedo estar con ella sin el agobio de pretender resolver todas sus preocupaciones y tristezas. Una vida nueva».