Anna, Giacomo y el pequeño Marco

«Esa promesa que Dios ha mantenido»

Anna y Giacomo se casaron en 2010. Pero los hijos no llegaban. Aquí nos cuentan su historia, un camino donde no han faltado las dificultades y que les ha llevado a la adopción
Maria Acqua Simi

«Quien ha hecho al hombre, lo ha hecho “promesa”», afirma don Giussani en el quinto capítulo de El sentido religioso. Una frase concisa, que describe perfectamente la vida de Anna y Giacomo, padres adoptivos de Marco. Ella es profesora y él trabaja en el sector editorial y documental. Se casaron en 2010, después de graduarse. Lo recuerda Anna: «Era el 6 de febrero. Teníamos 26 y 27 años y un gran deseo de crear algo hermoso juntos, con la certeza de que lo que estábamos empezando no era exclusivamente obra nuestra. La frase que elegimos como invitación a nuestra boda era de la carta de san Pablo a los Filipenses: “Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante”». Así empieza nuestra conversación con ellos, una noche después de dormir a sus hijos, con el deseo de entender si verdaderamente Dios mantiene su promesa.

«Tardamos en verlo, no podíamos imaginar nada de lo que vendría después. Queríamos formar una familia, pero los hijos no llegaban. Fueron años duros porque teníamos un gran deseo que no se cumplía. Pero también fueron años de amistades decisivas que enriquecieron nuestra relación. Ese tiempo fue la ocasión de entender lo que significa, por ejemplo, que marido y mujer ya forman una familia». Anna es como un río en crecida. «El otro día en clase de primero estábamos leyendo El mago de Oz. Los protagonistas, que son un grupo bastante curioso, están juntos porque a cada uno le falta algo: al hombre de hojalata le falta el corazón, al otro el cerebro, a otro el valor. Y esa carencia se convierte primero en el deseo de un camino y luego en su camino. Para nosotros fue algo así. De 2010 a 2018, es como si aquella herida fuera dictando nuestro sí».

Anna deja que hable su marido, algo que ambos irán haciendo a lo largo de toda la conversación. Se esperan, se escuchan, se corrigen. Se completan. «Tal vez lo más duro, lo que más nos hacía sufrir esos años –y es algo en lo que nos hemos ayudado mucho– era transformar la duda en pregunta, como dice una canción de Claudio Chieffo. Porque a veces se insinuaba la idea de que Dios hubiera olvidado su promesa. ¿Cómo era posible que nosotros no pudiéramos gozar de ese deseo de maternidad y paternidad?». Giacomo describe muy bien aquel periodo. «Era una batería de preguntas que surgían de forma a veces desordenada. La suerte, la gracia que hemos recibido, ha sido estar dentro de una fraternidad, dentro de la compañía del movimiento, que se explicita en rostros muy concretos».

Giacomo recuerda que fueron años complicados. «Yo estaba dispuesto a adoptar porque mi hermana pequeña es adoptada y es uno de los regalos más bonitos que podría recibir, pero Anna era más reacia». En ella pesaba también el miedo a las heridas que llevan dentro los niños adoptados. «Me he encontrado con muchos, sobre todo en clase, y me aterrorizaba pensar en el esfuerzo que se exige a esos niños, y por tanto a quien los acoge». Además, en el fondo, seguía pensando que algún día, tarde o temprano, podría acabar llegando algún hijo biológico. «De esa época recuerdo la insistencia con que nos invitaban a rezar y pedir que ese deseo de maternidad y paternidad se cumpliera sin la pretensión de tener una respuesta inmediata a lo que teníamos en mente. Es más, se nos proponía como un gesto que nos hacía tener más familiaridad con Dios y con la Virgen. Y así fue. De esa oración brotó una disponibilidad a estar abiertos». Anna se calla un instante y añade: «Giacomo esperó mucho, me esperó a mí. Es un camino que hemos hecho y hacemos juntos. En el matrimonio cada uno tiene sus tiempos. Él me preguntó si quería intentar verificar el camino de la adopción, pero sin prisa, sin forzar nada».

«Lo de la espera es muy real –añade Giacomo–. Esperar a Anna supuso para mí aprender la discreción porque para ella la adopción en un principio era un “no”. Yo aprendí a aceptar ese no y a verificar con ella otras posibles vías. En 2016 conocimos a Luca Sommacal, actual presidente de Familias para la Acogida. El primer encuentro fue un aperitivo en su casa, con su familia. De ese día recuerdo la libertad total para abordar incluso temas delicados y personales. No conocíamos Familias para la Acogida, solo sabíamos que existía, como tantas otras obras que giran en torno a CL. Pero movernos para conocerlos fue como la prueba de fuego en mi afecto al movimiento. Fuimos fiándonos ya desde el principio porque ese lugar estaba ligado al movimiento y por tanto tenía que ser bueno».

De ese camino de amistad nace el “sí” que lleva a Anna y Giacomo a acoger en 2018 a Marco, de origen nigeriano. «Tenía menos de 40 días cuando lo conocimos en el hospital –vuelve a hablar él–. Nació el 8 de febrero, el día que la Iglesia celebra san Jerónimo Emiliani, que es el patrón de los niños abandonados. Por eso le bautizamos como Marco Jerónimo. Pero también es la fiesta de santa Josefina Bakhita, que es africana como él. Es como si se cerrara un círculo. La frase que habíamos elegido para nuestra boda no era una broma. Dios verdaderamente lleva a cumplimiento la promesa de nuestro corazón». La voz de Giacomo es serena, pero los ojos de Anna se humedecen al hablar de ese hijo tan querido. «Marco no era nada de lo que esperábamos. Somos diferentes, pero esa distancia nunca es una distancia afectiva, sino el espacio que te permite volver a decir todos los días: “¿Pero tú quién eres? ¿De dónde has venido? ¡Qué regalo, qué gratitud tenerte aquí!”».

Ahora Marco tiene seis años y hace un montón de preguntas: sobre el color de su piel, sobre la tripa de la que salió, etcétera. Las preguntas normales de un niño adoptado, esas que horrorizaban a Anna y que ahora ya no la asustan. «Sé que tal vez llegará un día que me diga: “Tú no eres mi madre” y le responderé: “Pero tú eres mi hijo”. Su herida está ahí y seguirá creciendo, pero nosotros estaremos con él». La herida de Marco… ¿y la vuestra? «Ahí sigue. La de Marco y la nuestra son dos heridas, dos preguntas que se encuentran continuamente. Pero tenemos un camino La gracia es un camino que se recorre juntos, cada día un tramo, sin agobiarse».

Nuestra conversación termina con unas palabras de Anna en las que confirma que Dios ha mantenido su promesa. «Una vez al mes nos vemos con las familias del grupo de adopción de Familias para la Acogida. Es una ayuda para nosotros y para nuestros hijos porque ven niños de todos los colores y procedencias y poco a poco se van haciendo amigos, se esperan y se buscan. Hace unas semanas fuimos al aeropuerto a recoger a un niño que venía de Perú y que es hijo de unos amigos nuestros. ¡Fue una fiesta! Cada vez que llega un hijo adoptivo, es siempre una inmensa alegría, que se debe a que nosotros los padres hemos aprendido a mirarlos así, igual que nos han mirado a nosotros. Con una gran estima y un inmenso amor. Delante de cada hijo podemos decir: no sé quién eres, de dónde vienes, de qué color es tu piel o cómo son tus ojos, pero te quiero».