La catedral de Saint Peter en Kampala

Uganda. La búsqueda continua del padre Joseph

La figura de don Giussani se topa con él en varios momentos de su vida. Con el tiempo se convierte en una ayuda para «conocer más a Cristo y a su Iglesia». Un sacerdote ugandés cuenta lo que le pasó al terminar el confinamiento en un atasco de Kampala...
Paolo Perego

Primer día de “reapertura” después del confinamiento. Todos se lanzan al tráfico de Kampala después de varias semanas de bloqueo. Cada uno con sus urgencias: ir a ver a los familiares, atender las tareas pendientes desde antes de la pandemia… Muchos de ellos tampoco tendrán un buen motivo, simplemente el gusto de salir a hacerlo. También está en la calle el padre Joseph Sserugga, 44 años, sacerdote ugandés, coordinador de la pastoral de la archidiócesis de Kampala. Su urgencia es la de «ir a recoger libros y ejemplares de Huellas que una amiga italiana de los Memores Domini me había reservado». Pero el tráfico es una locura, el atasco imposible, así que finalmente tiene que dejarlo para otro día: «Vale, pero ven el domingo. Hay menos gente en la calle y así puedes celebrar misa en nuestra casa», le responde su amiga Lina.

«El domingo siguiente estaba en su casa. Me contaron quiénes son, qué hacen, cómo viven… ¡qué belleza! Después de la misa, comimos juntos y nos entretuvimos charlando. Yo pensaba otra cosa de Comunión y Liberación». Vio el movimiento como «un verdadero regalo para la Iglesia a través de don Giussani», como le escribió a Lina en un mensaje al día siguiente de su visita.



«Ha sido todo un descubrimiento, aunque no era la primera vez que me encontraba con Giussani». De seminarista, a finales de los años noventa, compartía habitación con un compañero que empezó a seguir la experiencia de CL. «Siempre venían a verle dos sacerdotes del movimiento». En aquella habitación era fácil que por las manos de Joseph pasara El sentido religioso o Educar es un riesgo. «Yo también empecé a estar con ellos. Quedábamos, rezábamos y luego meditábamos sobre alguna página. Me inspiraba mucho, pero entendía poco. Pensé que no era para mí, me parecía demasiado». Eran otros tiempos, cuenta hoy, y «en un contexto como el africano me resultaba un poco abstracto». Sin embargo, cuando se encontraba en la habitación algún número de Huellas, lo leía con agrado.

En 2004 se fue a Roma a terminar sus estudios. «Mi vida consistía en libros y estudio. Era mi única preocupación». Recuerda que le impactó mucho el funeral de don Giussani en febrero de 2005. «La homilía del cardenal Ratzinger… ¿Pero de quién estaba hablando? Luego oí hablar del Meeting de Rímini, que lo veía hasta en el telediario. Me parecía interesante, me apetecía ir pero no sabía cómo. Yo solo, hasta Rímini… Estaba allí para otra cosa, para estudiar, para conocer mejor la Iglesia y el cristianismo».
En 2006 volvió a Kampala para servir a su diócesis. «Mi vida era la de un cura normal, entre la curia, la parroquia y los fieles». Con una gran pasión por la lectura que le llevaba a menudo a pasear por las estanterías de la librería católica de la ciudad. «Una vez me encontré Huellas al lado de una revista de los combonianos que solía comprar, así que me la llevé, y empecé a comprarla cada vez más a menudo… Me gustaba leerla, allí encontraba muchas ideas y pensamientos profundos muy útiles para mi vocación».

El problema era que se sentía inadecuado. «Aquí la gente busca cada vez más a Dios. La necesidad espiritual es tan grande que muchos se dejan llevar por sectas o grupos religiosos de cualquier tipo. Durante estos años me he encontrado con mucha gente que buscaba a Dios. Yo he recibido el don de ser cristiano, de formarme, de tener ayuda para conocer a Cristo y el cristianismo Ahora la gente viene a mí para pedirme conocer a Jesús, quiere ver su rostro. El suyo, no el mío. Yo soy un cura, un hombre. ¿Cómo voy a estar a la altura de lo que busca la gente? Yo también necesito conocerle más, a Él y a su Iglesia. Y siempre he intentado hacerlo estudiando y con buenas lecturas».

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Más aún durante el confinamiento, que sacudió a Uganda, como al resto del mundo, la primavera pasada. «Tenía más tiempo, tuve que dejar a un lado muchas preocupaciones. Pero la librería también estaba cerrada. Recuperé números antiguos de Huellas, los releí y encontré contactos para conseguir otros más recientes. Me respondió Lina».

Le mandó la revista por correo electrónico. «El número de junio con la portada de “El despertar de lo humano”, ¡qué cosas!…». Y allí dentro, entre las páginas, la publicidad de la edición en inglés del libro ¿Dónde está Dios? de Julián Carrón. «Tenía que conseguir ese libro. “Con lo que estamos viviendo… tal vez ahí pueda encontrar algo que nos ayude a vivir esta crisis”, pensé».
Aquel domingo en casa de Lina también estaba aquel libro. «Estando con ellas quedé fascinado. Me impresionó todo lo que no sabía de CL, pero aún más la manera en que me esperaban y me acogieron, el aire que se respiraba, los colores, su amistad, la verdad de lo que estaba viendo».

Nada más llegar a casa, abrió el libro. «Enseguida me impactó, a las pocas líneas, cómo habla del “encuentro”, un “momento de gran gracia”. Ahora el libro está lleno de notas que he apuntado en todas las páginas. Y quiero seguir leyendo». Pero eso no basta, afirma. «También he abierto otro tipo de libro: el de la experiencia. Es otra manera de conocer, donde tocas con tus propias manos, participas, creces y cambias». Después de este encuentro, se ha abierto una perspectiva diferente en la relación con los demás. «Vivir el sacerdocio como una experiencia cotidiana me permite mirar cada día como algo verdaderamente nuevo. Esta amistad acaba de empezar y quiero profundizar en ella. Me han dicho que hay una persona de CL que trabaja cerca de donde yo vivo. Espero conocerla pronto».