Pancho y Alexander

Ecuador. «Estamos hechos para cosas grandes»

Uno de los países más complicados de América Latina, asediado por la droga, la violencia y la crisis económica, donde la esperanza no deja de alimentar el corazón de muchos
Maria Acqua Simi

Isabel María, Pancho y Alexander han nacido y se han criado en Ecuador, uno de los países más violentos de América Latina en este momento. Estos tres amigos viven repartidos entre la capital, Quito, y Guayaquil. La vida allí no es nada fácil desde que los narcos empezaron a adueñarse de todo el estado. Antes era solo territorio de paso de la coca colombiana, pero hoy Ecuador se ha convertido en un país productor, consumidor y exportador de droga, sobre todo a Europa y Estados Unidos. Con consecuencias dramáticas para la población, sobre todo para los más jóvenes.

Pancho tiene 38 años, tres hijos, y lleva tiempo sufriendo la crisis que afecta a los barrios de Guayaquil. «Antes vivía en Durán, pero era tal el nivel de violencia que cuando nos casamos nos mudamos. Solo que no pasó mucho tiempo hasta que todo el país se sumiera en el caos. Homicidios por la calle, atentados en las estaciones de autobús, secuestros, chantajes, menores seducidos por los narcos… Una noche mi hija me preguntó si podrían matarnos. Esa pregunta en una niña de ocho años me conmovió y me movió. ¿Vale la pena quedarse en Ecuador, construir nuestra vida aquí? La respuesta es que aquí también hay cosas buenas. Lo veo en mis amigos, en cómo estamos juntos en la Escuela de comunidad, que nos relanza a cada uno en los lugares donde estamos. Esta amistad, esta certeza de estar llamados a un destino bueno que Cristo nos anuncia es ya un inicio de respuesta a la violencia».

Isabel María lucha por el mismo motivo como un león implicada en política desde 2012, siguiendo las huellas de su padre y de su abuelo. «Nos enfrentamos a muchos problemas, pero los más urgentes son la desnutrición infantil crónica, el asesinato de políticos valientes, un aumento exponencial de los embarazos en adolescentes y la implicación de menores en el narcotráfico. De 2019 a 2022 ha habido un aumento del 518% en los homicidios y del 500% en los que están implicados jóvenes de entre 15 y 19 años relacionados con el narcotráfico. El estado tiene graves problemas porque las bases están totalmente desvinculadas de sus representantes. Pero en el fondo todo esto remite a un único punto: falta la educación de un pueblo. El desastre al que estamos asistiendo es fruto de una falta de educación que nos ha hecho perder el sentido –como dice también la Escuela de comunidad– de las preguntas últimas. Yo me he implicado en la política porque me preocupan mis amigos y mi gente, siento una responsabilidad enorme. El hecho de ser madre y ver a mis hijos crecer aquí me hace mirar a todos los jóvenes de Ecuador como a mis hijos. Sin un compromiso concreto, también en política, las cosas no cambiarán. Se pueden buscar muchas soluciones, como un mayor control en las calles donde se encuentran los centros del tráfico de drogas, intentar frenar el reparto de armas entre las bandas, una reforma laboral… pero nada de eso basta si no nace del deseo de un bien común. Creo que nuestro país necesita enormemente recuperar la política como vocación y educar para hacer un juicio sobre la realidad –desde el barrio más pobre hasta la sede del gobierno–, eso es lo más urgente».

Para Alexander, coordinador y educador de la Fundación Sembrar, la educación también es un punto capital. Lo es por su historia personal y por lo que ve todos los días en su trabajo. Se crio en Pisulí, un barrio de la periferia de la capital donde los homicidios están a la orden del día, trabaja en contacto estrecho con las familias más pobres y con menores involucrados en bandas criminales. «Crecí con mi madre y cinco hermanos. Conocí el movimiento a los 13 años, cuando tenía un montón de preguntas por la separación de mis padres, la pobreza de mi casa, mi futuro. Pensaba que eran preguntas estúpidas y nunca hablaba de ellas, ni con mis amigos. Pero Stefi (Stefania Famlonga, Memor Domini y directora de la Fundación Sembrar, ndr) y otras mujeres del Grupo Adulto que viven en Quito empezaron a tomarse en serio esas preguntas y me miraban como nadie me había mirado nunca. Entonces empecé a quererme más, a querer estudiar y comprometerme con Sembrar. Quería que esto llegara a toda la gente que vive en la ciudad. Siento una gran responsabilidad por la sobreabundancia que he recibido y sigo recibiendo. Hace tiempo, con Stefi, en una zona situada a dos horas de la capital, conocimos a unos chavales de 15-16 años que habían sido contactados por los capos locales para llevar coca desde la frontera colombiana hasta Quito. Venían de familias acomodadas. No lo hacían por ser pobres, sino para sentirse poderosos. El ansia de poder, que aumenta cuanto mayor es el mal que haces porque así te ganas el “respeto” de los demás, es una falsa atracción que seduce a muchísimos jóvenes. Eso me interpelaba: ¿qué nos estamos perdiendo los adultos? No vemos a estos jóvenes, los abandonamos a su suerte y los narcos se los van llevando uno a uno. Cuando era pequeño veía a los mayores que repartían droga por la noche entre los drogodependientes de Pisulí. Si nosotros no les testimoniamos un sentido, ¿cómo van a saber esos niños que les espera algo más grande que las drogas?».

Pancho nos cuenta que esas preguntas fueron el núcleo del retiro de Cuaresma del movimiento en Ecuador unas semanas antes. «Como dice Alex, ¡estamos hechos para cosas grandes! Pero eso es algo que todos en Ecuador han olvidado. Por eso la mayoría de nuestros vecinos se encierra en casa, pone lunas antibalas en el coche, cámaras en las puertas y vallas electrificadas. En vez de intentar entender cómo salir de esta crisis, deciden cerrar los ojos, ¿y nosotros podemos ofrecer algo más fascinante que la coca, el dinero y el poder? ¿Qué tenemos que pueda despertar la esperanza de nuestros jóvenes?».

LEEL TAMBIÉN – «Nos interesa la felicidad, nada menos que eso»

¿Quién educa? También se lo pregunta Isabel María. «Si los adultos ya no educan, si las universidades enseñan que el éxito es más importante que el servicio al bien común, si la política infunde miedo y el estado está ausente… ¿quién educa?». Alexander trata de responder partiendo de su experiencia. «Tengo un hermano que lleva años tomando droga y ver todo lo que esto causa en una familia es terrible. Ese dolor no se le ahorra a nadie, Muchos micro-traficantes de mi zona ganan muchísimo dinero. Pero muchas veces pasa que sus propios hijos son los que consumen la misma porquería que ellos venden y entonces empiezan a hacerse preguntas, a cuestionarse si tiene sentido todo el mal al que ellos mismos colaboran. Yo eso lo he visto y lo he escuchado, ¡tenemos el mismo corazón! Y también vale para los que, tal vez sin ser conscientes de todo el sufrimiento que provocan aquí, consumen cocaína en toda Europa. Tenemos el mismo corazón, un corazón que grita, como la hija de Pancho o como los jóvenes que encuentro por la calle, ese grito es el deseo de vivir».