Slum de Kibera, en Nairobi (Kenia).

Y sin embargo estamos hechos para la alegría

¿Se puede seguir hablando de humanidad, frente a las imágenes de la masacre de la capital francesa? Hay un «hecho muy pequeño», en el mayor slum del mundo, que ayuda a responder. Y es testimonio de esa esperanza última que define al hombre
Luca Doninelli

Las imágenes de una ciudad de París triste y asustada tras los atentados del pasado 13 de noviembre, con el grito del Papa: «¡No es humano!», vuelven a despertar la eterna pregunta: ¿qué es lo humano?

Una civilización que ha nacido y crecido, entre miles de esplendores y miles de errores, en torno al misterio de la persona humana, de su necesidad de conocer y amar, corre el riesgo real de naufragar. Lamentablemente, el asesino tiene un gemelo dentro de nosotros, que nos asemeja, y eso nos da miedo. Benedicto XVI lo llamaba nihilismo: esa desesperación que nos hace sentir a salvo de cualquier desafío y que nos induce a justificarlo todo.

Sin embargo, lo humano resiste, la fe y la esperanza resisten, hasta tal punto son profundas sus raíces en nuestro corazón. Lo confirma un hecho aparentemente diminuto.

Por iniciativa de AVSI en Nairobi, la escuela "Little Prince", que se levanta en el centro de Kibera, el slum más grande del mundo, cuenta ahora con un teatro y una escuela teatral dedicada a Emanuele Banterle, un gran amigo que murió en 2011 y que, entre otras cosas, siempre creyó más que cualquiera de nosotros en la fuerza educativa y en las capacidades que tenía el teatro para poner en marcha a la persona en todas sus dimensiones: física, intelectual y afectiva.

La "Little Prince", como otras escuelas de Nairobi, se sostiene gracias al apoyo de AVSI. Son pocas personas que hacen algo que parece imposible, o inútil. Lugares como Kibera podrían definirse como los vertederos del planeta, donde 800.000 personas viven prácticamente en alcantarillas a cielo abierto, en tugurios de chapa donde en ocho metros cuadrados puedes encontrar a diez, doce personas, que ni siquiera pueden estirarse para dormir.

A pesar de ello, allí existe más felicidad y alegría que entre nosotros. Ves a estos niños paupérrimos apretándose de una forma desgarradoramente hermosa alrededor de sus profesores, sus maestros, sus ayudantes. ¡Y sus familias, que danzan de alegría cuando llega un invitado!

¿Cómo es posible una humanidad así? Y luego están su fuerza, su dignidad. Mirándoles, uno tiene la impresión de que el hombre ha sido hecho así, que esa es nuestra naturaleza auténtica.

Algunos amigos de AVSI, entre ellos algunos Memores Domini, viven allí, unos desde hace poco y otros llevan años. No se sienten artífices de nada, solo servidores de esto que es el mayor de los milagros: ser hombres. Para ayudar a estas personas -con total sencillez y humildad- a conservar un bien tan grande que sin conocer el nombre de Aquel que se lo ha dado estaría destinado a perderse.

Todos nosotros, que vivimos en países ricos y que tenemos miedo, no solo podemos ser generosos con nuestros amigos africanos sino también aprender de ellos, que cada mañana se levantan sin saber si su jornada terminará, si mañana podrán volver a levantarse. Una alegría, un gozo, una positividad que definen al hombre, su verdad.

Nuestra fe está al servicio de esto. El cristianismo no es una clave de lectura de la vida, no es una forma de vivirla o interpretarla: el cristianismo es la vida.