Tatiana Kasatkina.

Todo habla, ¿sabemos escuchar?

Elena Mazzola

Diez días recorriendo Italia de arriba abajo. Diez días de encuentros con tres mil personas, la mayoría estudiantes. Es la última aventura italiana de Tatiana Kasatkina, durante una serie de lecciones dedicadas a Dostoievski. El tema central era la percepción del mundo como sujeto, el cambio del mundo en el cambio de uno mismo, la libertad. Preguntas existenciales, urgentes, que afrontar con la ayuda del gran pensador cristiano ruso a través de sus textos, como su Diario de un escritor, Noches blancas, Los hermanos Karamazov o Crimen y castigo.

«Pero nosotros, cristianos, ¿creemos todavía en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido de provocar un atractivo en aquellos con los que nos encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?». Durante el viaje discutimos sobre el artículo de Julián Carrón tras los atentados de París y Copenhague, sobre los que nos había dicho el Papa, sobre lo sucedido en Roma, sobre lo que está pasando en Rusia, sobre nuestros amigos ucranianos. Volvíamos a estar ante el desafío de verificar la fe dentro de la realidad, tal como nos venía dada un día tras otro, en una tumultuosa alternancia de lugares y, sobre todo, rostros.

El desafío se revelaría inmediatamente con toda su inimaginable grandeza, pues nos esperaba una extraña serie de encuentros. Con un denominador común: cada etapa de nuestro viaje había sido querida, deseada, propuesta, pensada y posibilitada por una persona. Cada etapa tenía un nombre concreto, un yo que se había movido desde lo más íntimo de su ser por una presencia que le correspondía y que había decidido donar a los demás. Por una persona concreta se había generado un movimiento insólito, un movimiento vasto e inesperado de mentes y corazones.

Siguiendo la estela de este movimiento, Tatiana Kasatkina se encontraba ahora hablando en varias escuelas públicas italianas, ámbitos donde, entre alumnos, profesores y directores, no suele respirarse un clima impregnado precisamente por una fe viva. Sin embargo, en todas partes nos encontramos con que nos esperaba una humanidad sedienta, herida, necesitada de algo verdadero. Este fue el hilo rojo de esta gira italiana de la gran estudiosa rusa, la propuesta de una vida que, a partir de uno que se ve aferrado por la Belleza, comunica a todos esa Belleza que pareciera que todos esperaran desde siempre. Surgió así algo potentísimo e imprevisible. Entrar en ambientes laicos (escuelas, universidades, teatros) y hablar de Cristo como habla Kasatkina, o como habla Dostoievski: como una realidad viva, aquí y ahora, como una realidad sumamente interesante para el hombre. Escucharla hablar así, cayendo en la cuenta de que esa realidad, para quien habla, está sucediendo allí mismo, causa el mismo efecto que ventanas que se abren de par en par en habitaciones donde el aire empieza a estar viciado y sofocante.

La novela Noches blancas habla de «otro amor», el verdadero protagonista absoluto de todas las obras del primer Dostoievski. Abordamos este texto en Módena, ante un público bastante variado: cuatrocientos alumnos de institutos, enseñanzas medias y formación profesional, entre ellos muchos extranjeros, indios, africanos, ucranianos. Les acompañan sus profesores, que valientemente les han propuesto este “experimento didáctico”. El objetivo es aprender a leer guiados por alguien que sabe hacerlo, es decir, recuperar la capacidad de escuchar la voz de otro, de llegar a entender lo que verdaderamente nos quiere decir el autor. El punto de partida es el texto, pero inmediatamente podemos intuir que el desafío es mucho más grande. Tatiana no deja de repetirlo: «La realidad también es un texto. Todo nos habla, ¿pero nosotros sabemos escuchar? Pensemos en lo que nos sucede tantas veces en nuestras relaciones. Apenas empieza uno a decirnos algo, intervenimos, decimos lo nuestro, le interrumpimos, respondemos, contraatacamos. Desde sus primeras palabras, ya creemos saber lo que nos está diciendo. Pero casi nunca es así, porque el otro es realmente otro. Y nosotros, si no hacemos el esfuerzo de escucharle, nunca llegaremos a conocerle ni a comprenderle». Aprender a leer, entonces, significa recuperar la dignidad de nuestra razón, capaz de entender y querer. Razón y libertad, son los dos grandes temas del insistente reclamo que resuena constantemente en las palabras deKasatkina. ¿Y todos estos chicos que tenemos delante? ¿Es esta una invitación adecuada para ellos? ¿No estaremos exagerando un poco?

El director, el primero que apoyó esta iniciativa proponiéndosela a un grupo de profesores, observa la platea con curiosidad y estupor, y nos confiesa que también con cierta incredulidad. Casi parece divertido mientras contempla a los “chavalotes” de la FP al lado de los “pequeñajos” de enseñanzas medias. Y nos comenta: «¿Que si funcionará? Aquí basta una chispa para que todo salte por los aires». Pero es demasiado tarde para replantear el acto. Cristina se dirige a los chicos utilizando el mismo término con que Dostoievski se dirigía a su público: «“Gentil lector”, así es como me quiero dirigir a ti. Porque cada uno de nosotros y de vosotros tiene aquí un papel insustituible. Precisamente en eso consiste este nuevo enfoque con que queremos experimentar la literatura: devolverle su dignidad a este “gentil lector”, donde lo de “gentil” no es por “cortés”, sino por “noble”. “Noble lector”, cualquier lector, quienquiera que seas, mereces el apelativo de “gentil”. Uno de vosotros ha escrito en su trabajo: “El autor usa un registro alto cuando se dirige al lector. Al llamarle gentil lector, es como si al autor le importara realmente lo que está diciendo y le preocupara absolutamente tocar el corazón de quien le lee. Como, por ejemplo, un súbdito, en este caso el autor, que hace un regalo a su rey, el lector. El súbdito cuida con esmero su regalo para que el rey lo acepte, para que ese regalo quede impreso en su memoria. En este caso, es como si el autor exclamase: ‘¡Oh, gentil lector, te estoy hablando de esa noche única que sucede una sola vez en la vida!’”. Es una intuición magnífica: el autor como súbdito y el lector como su rey, a quien hace un regalo único y maravilloso». Ya les ha lanzado el guante, ahora los protagonistas son ellos, que han adquirido la dignidad de un rey.

La cuestión va más allá: «Dostoievski siempre escribía muchísimo, su interlocutor preferido era su hermano Mijail. Una persona a la que no solo le unían lazos de sangre, lo compartía todo con él. Cada vez que le escribía le llamaba “gentil hermano”. De modo que cuando Dostoievski se dirige así al lector, es absolutamente cierto que le coloca mucho más alto que un rey. Dostoievsdi se dirige al lector confiriéndole la dignidad de un hermano. Y con eso no deja de considerarlo un rey, pero establece una relación de igualdad donde uno siempre puede dejar paso al otro, donde cada uno está dispuesto a aprender del otro, a posicionarse un poco más abajo. Invita así al lector a situarse en esta posición de “fraternidad”. Al aceptarla, nosotros debemos, por nuestra parte, posicionarnos por debajo de él, si queremos llegar a sentir y comprender lo que nos está diciendo y donando».

Lo que busca queda claro en cuanto suenan las palabras de Dostoievski sobre aquel otro amor, el único que le interesa: ausencia de poder y posesión, gratuidad absoluta, deseo del puro bien del otro. Algo que no aísla sino que, al contrario, quiere abrazar a todos. Los chicos parecen haberse quedado sin palabras, pero pronto empiezan a pasar cosas. Uno de ellos corre esa misma tarde a la biblioteca por un sorprendente deseo de estudiar, otro provoca a Cristina –casi regañándola– diciéndole: «Profe, ¿por qué nos ha ocultado hasta ahora a personas así?». Entre los profesores con los que nos reunimos para comer, se percibe en cambio una especie de inquietud. «Llevo veinte años enseñando según el método objetivo positivista porque me da miedo entrar en un tema sin saber dónde va a ir a parar», confiesa una colega de Cristina. Otra dice: «Es fascinante la idea del otro amor de Dostoievski, pero claramente se trata de un amor ideal, algo que es imposible que se cumpla en la vida». Ninguna provocación se deja pasar. Todo es demasiado serio y vital, como lo era para Dostoievski, para quien ese otro amor era el eje real de toda su vida, como hombre y como artista. Así, casi de golpe, se insinúa de nuevo en los corazones la hipótesis de un Dios que se hace hombre, dentro de «una profunda experiencia de estudio y amistad», dirá unos días después la “positivista”.

Siempre había una desproporción evidente, como un aguijón constante, una invitación a mirar: entre el narrador y el destinatario de sus palabras, entre las fuerzas de quien había propuesto el encuentro y el público que asistía, entre la sencillez de lo que sucedía y toda su potencia. ¿Por qué una experta de fama reconocida se humilla para dialogar con chavales? ¿Por qué estos profesores, normalmente ya sobrepasados por la cantidad de trabajo, se implicaron para poner en marcha esta iniciativa? ¿Por qué una chica moldava se enfrentó a los mecanismos de las instituciones universitarias hasta conseguir organizar, siendo solo de primero, una lectio magistralis de una estudiosa de la Academia rusa de las Ciencias, asumiendo sobre sus hombros toda la responsabilidad, incluso la de presentar el encuentro? ¿Qué naturaleza tiene esta desproporción absoluta que rompe todos los esquemas?

Habla Angela, profesora en Brescia: «Hace unos días, los chicos de quinto me dijeron que querían organizar un seminario para retomar el encuentro con Kasatkina sobre Noches blancas. Al principio pensé que lo que querían era prepararse el examen, pero al ver cómo estaban, me quedé asombrada y conmovida. Muchos intervinieron haciendo una serie de observaciones preciosas relacionadas con su experiencia. Me dijeron que Tatiana “vive lo que cuenta”, porque se habían dado cuenta de que no solo era una experta sino una persona a la que leer a Dostoievski le había cambiado la vida. Uno incluso dijo que eso se notaba al verla hablar, no antes, percibía un acontecimiento que estaba sucediendo en ese momento. No me esperaba nada parecido» de chicos totalmente normales, de un instituto público, a los que se les hizo una propuesta desproporcionada.

Lo mismo pudimos verlo en Puglia, donde el tema central era El gran inquisidor, y por tanto la libertad. Ya el hecho de que los chicos aceptaran dedicar su tiempo a una propuesta que les había hecho su profesora es algo sorprendente. Pero lo fue más aún verlos durante el encuentro, invitados a reflexionar apasionadamente sobre la concreción de las circunstancias de su propia vida. Hablando del terrorismo islámico, les ha oído decir que ante cualquier injusticia, el hombre siempre puede decidir actuar partiendo de un juicio que su corazón le dicta. Es decir, moverse según los criterios del corazón, tal como se movió Cristo ante el gran inquisidor, que le incitaba y le provocaba diciéndole: «¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera!». A ellos también se les estaba revelando la posibilidad de otro amor, del amor de Cristo, la posibilidad de un fundamento distinto para la libertad. En los chicos vibraban las preguntas, como en sus profesores, y en el director. Tanto que, cuanto más hablaba Tatiana, se percibía con mayor claridad la presencia de un silencio evidente: el de aquel que escucha en primera persona, que se siente llamado por su nombre. «Nunca había oído hablar de la libertad en estos términos», le dijo una compañera a Gemma, la profesora que tomó la iniciativa y que en los días siguientes tendría que responder cada vez más veces en primera persona a tantos corazones que ese día se pusieron en marcha. Porque lo que sucedió fue, sobre todo para nosotros, el eterno nuevo inicio de ese Hecho que nos ha sucedido y que nos mostraba, una vez más, su capacidad de fascinar el corazón de los hombres de todo tiempo y latitud.

Hemos sido protagonistas de un hermoso experimento, «un ejemplo de buena escuela», como decía el director de Módena. Tenemos la responsabilidad de darnos cuenta de lo que nos ha sucedido, porque «para empezar a cambiar, hay que escuchar el reclamo de Aquel cuyas palabras nos cambian. Para eso no hay que decidir de antemano lo que queremos que nos diga, no debemos pensar que ya nos lo ha dicho todo, solo tenemos que escuchar todas las variantes de vida en que nos introduce. En cada instante nos ofrece una nueva posibilidad, donde puede que nadie nunca antes se hubiera encontrado, donde podemos no saber responder, basta con aprender a escuchar lo que ahí se nos está diciendo». Palabra de Tatiana Kasatkina, una potente invitación para aceptar el riesgo de salir huyendo de la realidad.