Black Cat, destellos de Zucchero

El último álbum de Zucchero es una mezcla de las tres almas que siempre han convivido en él: goliárdica, pop-mainstream y nostálgica. Un trabajo de alto nivel con la colaboración de grandes artistas, desde Bono Vox a T-Bone Burnett.
Walter Muto

¿Por qué reseñan el álbum de una superestrella internacional como Zucchero, publicado ya hace unos meses y aparentemente sin ningún interés especial?
Sobre todo porque en todas partes se habla de este Black Cat como un trabajo de alto nivel y también porque entre los pliegues del pop se pueden encontrar sellos de su autor. Solo al final veremos si la búsqueda ha sido provechosa o no. Escucho el álbum un par de veces, y a la tercera voy escribiendo en tiempo real.

La primera pieza es Partigiano reggiano, un blues-rock que hace que desde el principio se note que la producción de este disco ha estado muy cuidada. Suena muy bien y cuenta con el trabajo de tres productores distintos, todos americanos: Don Was y Brendan O'Brien (con los que Zucchero ya había colaborado en otros trabajos) y el mítico T-Bone Burnett, uno de los principales artífices del lanzamiento de muchos artistas al otro lado del océano reinventando el mundo del folk.

Me permito una pequeña digresión: ¿qué significa producir una pieza musical?
El productor artístico es aquel que obtiene el sonido global que quiere el artista. Un buen productor puede cambiar completamente el sonido de un disco, empezando por la grabación instrumental, para llegar a la llamada mezcla final. En una entrevista, Zucchero ha dicho a propósito de T-Bone Burnett que, después de grabar las partes de los músicos, hizo las mezclas y la canción se convirtió en otra cosa completamente distinta (mejor, naturalmente). Aunque no podemos detenernos en estos aspectos, conviene tenerlos mínimamente presentes.

El segundo corte, 13 buone ragioni, que suena a marcha nupcial.
Parece que Zucchero desentierra la vieja historia de amor con su ex mujer, que dejó profundos surcos, y ahora, años después, lo afronta de una manera más alegre a ritmo casi de twist. Cuando llega el tercero, Ti voglio sposare, se entiende mejor qué quiere decir "producción". Aquí, las guitarras eléctricas recuerdan inmediatamente el sonido de Pearl Jam, una banda con la que Brendan 'O Brien ha trabajado mucho. La voz rasgada de Zucchero en este caso se muestra envidiable a sus sesenta años.

Ci si arrende da un giro y se enmarca entre las grandes baladas del artista. Además, se incluye una versión de esta canción en inglés, cuyo texto ha escrito Bono, el cantante de U2. Además, también participa el gran guitarrista Mark Knopfler. Aquí el artista muestra toda su nostalgia: «Ahora lo mejor de nosotros ya ha volado y ya no volverá, pero sí ves cómo se incendia la noche, cómo hasta un recuerdo hace arder el alma, que se rinde».

Le sigue Ten More Days, donde vuelve a percibirse el toque del productor, en este caso T-Bone Burnett, que la hace sonar como una canción de Joe Henry, gran cantautor de tonos oscuros y melancólicos, gracias también a la presencia del batería Jay Bellerose que, casualmente, ha colaborado en muchos trabajos precisamente de Joe Henry.

Con L'anno dell'amore vuelve el ambiente alegre y rutilante tan típico de Louisiana, que tanto le gusta a Zucchero.
Otra pequeña desviación: desde hace años el artista tiende a parecerse un poco al Baron Samedi, y aquí la referencia es evidente tanto en la portada como en el título del álbum, Black Cat, un talismán vudú muy típico de esas tradiciones.

Hey Lord se abre con un canto de los esclavos en las plantaciones y da paso a otra balada que habla de volver a “ti”, donde por ese “tú”
probablemente se podría entender al Señor. Habla de algo que «desgarra el corazón», pero no se entiende si el autor se refiere a un hecho concreto de la actualidad o habla en general de las almas que vuelven a casa probablemente después de un acontecimiento trágico. Hace pensar en el huracán de Nueva Orleans, pero también en los inmigrantes muertos en el mar, pues el mar aparece varias veces en la letra pero deja abierta su interpretación, como suele suceder con las grandes canciones que al mismo tiempo velan y desvelan.

Una estupenda introducción acústica abre la puerta a otra balada interesante y muy conseguida, Fatti di sogni. La vida está llena de gente que deja de volar, pero nosotros estamos hechos de estrellas, estamos hechos de sueños. Dicho en otros términos, siempre se puede esperar. Las dos piezas siguientes, La tortura della luna y Love again, resultan un poco más formales, a pesar de que suenan muy bien y cuentan con la participación de músicos de fama mundial, entre los que destaca especialmente el guitarrista Jerry Douglas.

Llegamos así a la pieza final, excluyendo los dos bonus, Terra incognita. Sin duda podemos decir que en este trabajo están presentes las tres almas que siempre han convivido en este artista, una más lúdica, otra más pop y otra más nostálgica. Es en esta última donde Zucchero alcanza los puntos más altos, tanto humana como musicalmente.

Las dos canciones que cierran el álbum son la ya citada versión en inglés de Ci si arrende, titulada Streets of Surrender, y Voci, un bonito recuerdo de su madre, ambientado entre varias voces procedentes del pasado («voces de recuerdos / días de peleas / perdidos en el aburrimiento / de un verano en el bar / voces en el oratorio / voces en boca de los curas (…) voces que ya no oigo / voces que solo tú sabes / sabes que falta tu voz / mama don’t cry»).