El encuentro “Universidad y educación”.

Una educación audaz y libre

Paolo Perego

«Una emergencia educativa» que se enfrenta «a riesgos y fenómenos de oscurecimiento de los valores fundamentales, como la dignidad humana y otros». Resuenan a años de distancia, mientras llegan las noticias de nuevos atentados en Túnez, las palabras del diálogo entre Benedicto XVI y Giorgio Napolitano, cuando el 4 de octubre 2008 el Pontífice visitó al entonces presidente de la República italiana. Reviven en el Aula Magna de la Universidad Bicocca de Milán, a última hora de la tarde del miércoles 18 de marzo, durante un encuentro titulado “Universidad y educación”, organizado por la asociación estudiantil Help Point en colaboración con el Departamento de Ciencias Humanas para la Formación "Riccardo Massa", del ateneo milanés. Llenan la gran platea y el anfiteatro más de 700 personas, entre estudiantes y docentes. En la mesa de ponentes, Susanna Mantovani, profesora de Pedagogía general y social en la Bicocca, y Julián Carrón, profesor de Introducción a la Teología en la Católica y presidente de la Fraternidad de CL

Tras un breve saludo de la rectora, la profesora Cristina Messa, Marco, estudiante de Economía, explica el origen del encuentro y la reflexión que ha guiado a sus organizadores: «Hechos como los sucedidos en París, en el norte de África, en Oriente Medio, representan un desafío para nosotros, jóvenes, al que no podemos sustraernos». Una pregunta que vuelve a abrirse ante los muertos en el Museo del Bardo de Túnez. «No puede bastar con una respuesta “política”», continúa Marco: «Dialogando entre nosotros, emerge esta palabra, “educación”, como una posibilidad de respuesta concreta a los interrogantes que se nos plantean. ¿De verdad este es el único camino? ¿Qué es para vosotros la educación? ¿Qué tiene que ver con nosotros, en la universidad, y que responsabilidad tenemos?».

Susanna Mantovani enciende el micrófono: «Son hechos que escuecen. ¿Qué tiene que ver la universidad? La educación también tiene que ver con la ética y los valores. Es un encuentro», explica citando a John Dewey. «La universidad es el lugar donde nace una cultura. Como el ambiente para un niño es el lugar donde su forma su cultura. Donde se piensa, se confronta, se reflexiona y se vuelve a confrontar. Esto cambia. Nadie dice que sea fácil, pero esto genera una experiencia educativa verdadera. Y esto puede suceder en la universidad».

La educación solo es tal si responde a los desafíos de lo que sucede. Así ataca Carrón en su intervención: «Benedicto XVI explica el origen de ese oscurecimiento de los valores». A partir de la Ilustración, se intentó separarlos de la dimensión religiosa en la que habían nacido, el cristianismo. El valor de la vida, la dignidad de la persona, la libertad… «Parecía entonces que podían mantenerse por sí solos. Pero porque eran certezas arraigadas en los hombres». El derrumbamiento de esas certezas ha sucedido con el tiempo. En los hechos de París, por ejemplo, pero también en situaciones menos llamativas, emerge la dificultad para convivir en la realidad. «Don Giussani, habiendo conocido a lo largo de su vida a diferentes generaciones de chavales, identificaba una diferencia no tanto respecto a una coherencia ética sino sobre todo una debilidad de conciencia cada vez mayor. Un decaer constante de las evidencias reales». Aquí es donde se plantea el desafío para la sociedad en este momento histórico. «En parte, porque ya no somos capaces de reconocer esas evidencias. Pero no solo eso», continúa Carrón volviendo a Benedicto XVI: «En el ámbito científico, material, existe un proceso adicional de conocimiento. Llegados a la relatividad de Einstein, no hay marcha atrás…». En la ética no es así: «La libertad del hombre es siempre nueva, y debe tomar siempre una decisión. El tesoro moral de la humanidad es sobre todo una invitación a la libertad, que debe volver a ser conquistada». Haciendo este camino, si la libertad de cada uno no reconoce algo por lo que valga la pena vivir verdaderamente, entonces se abre paso el vacío y la violencia.

«Me dan ganas de decir que este vacío es un colosal fracaso educativo», afirma Mantovani retomando las palabras del sacerdote español. No la causa de acontecimientos como los de enero en París, pero en cierto modo la mecha que enciende una pólvora preparada para estallar. «Hace falta coraje para mirarse y juzgar sin reservas. Hace falta libertad, sí, pero también respeto y cautela. En la sociedad, como en la universidad, no es fácil: en cuanto uno intenta decir una palabra, parece que ya te has puesto en algún bando». Superar este prejuicio, ponerse en discusión, «es un modo mediante el cual la universidad puede, y debe, ser un lugar cultural y educativo, de diálogo y encuentro».

«Todo está claro, ¿pero a nosotros qué se nos pide? ¿Qué tarea tenemos como estudiantes?», pregunta Marco, portavoz de cientos de rostros en la sala.

«Hace falta que seáis audaces y libres. Todo lo que sucede es ocasión de encuentro, como decía Mantovani». En una sociedad multicultural, o es una desgracia o es una gran posibilidad de enriquecimiento: «Conozco ejemplos así. De amistades que van más allá de los estereotipos de la diversidad, que ensanchan la razón y refuerzan las relaciones. Pero par que eso suceda hace falta audacia y libertad, mi libertad a la hora de desafiar a la libertad del otro, de provocar una reacción para que me dé la posibilidad de conocer mejor la realidad». Eso es la universidad: educar la razón para captar todos los factores de la realidad. Pero eso, continúa Carrón, «depende de cómo cada uno de nosotros se pone frente a todo».

A la profesora le gusta la invitación a ser audaces y libres: «En el diálogo, hay que salir al encuentro del otro, “hablar bajo”». No abdicar de uno mismo sino tener en cuenta al otro. «Pero, en un verdadero diálogo, uno tiene que estar seguro. Sin certezas, no es posible», añade Carrón.

«¿No es un riesgo?», pregunta Stefano, estudiante de Estadística, desde el público, preocupado por tener que mediar y renunciar a algo para encontrarse con el otro. Le responde Mantovani: «El riesgo de cambiar de opinión existe. En un diálogo, uno conoce más cosas. Como en el estudio, y esto también es bonito. Yo, respondiendo a Carrón, prefiero hablar de convicciones más que de certezas. Ponerlas en juego con los otros quiere decir ponerlas a prueba. Verificarlas».

Prosigue Carrón: «No hay experiencia humana verdadera sin juicio. El problema no es confrontarse con los demás para encontrar un juicio fuera. En cambio, a menudo, delante de las cosas que suceden nosotros buscamos la opinión de los expertos. Y eso nos aliena. El juicio no puede nacer más que dentro de nosotros, de la comparación con las exigencias de nuestro corazón de verdad, belleza y justicia. Si esto no sucede, no hay experiencia. Y tampoco una posibilidad de crecer». Por eso la confrontación con los demás es una verificación. Y el juicio personal no es un impedimento para la confrontación.

«Entonces, ¿cómo se puede sostener al otro, aceptar su diferencia teniendo un juicio distinto?», pregunta Ilaria, alumna de Ciencias de la Educación, poniendo el ejemplo de su familia, donde está llamada a convivir con decisiones que no comparte.

«La encrucijada es siempre esta: ¿lo que tienes delante es o no una posibilidad en sí misma? Es un desafío, donde lo que parece una modalidad más verdadera y adecuada no puede dejar de proponerse al otro. No hay otro camino para conocer la verdad. ¿Cómo educas a un hijo testarudo? Solo desafiándole sobre el hecho de que en lo que le propones hay una conveniencia humana, una pertinencia para sus exigencias de felicidad. Solo si la propuesta se da a este nivel puede ser acogida». La universidad es todo menos un lugar inadecuado, para que un diálogo de este calibre pueda suceder.