Una excursión durante las vacaciones.

«Aquí reside esa novedad que todos esperan»

Niccolò De Carolis

«Chicos, yo no tengo ni idea de qué quiere decir ser del CLU, si he venido hasta aquí es porque quiero estar con vosotros». Mientras almorzamos en uno de los muchos fast food de un aeropuerto construido en medio de la nada, David rompe el silencio y el clima de cansancio después de casi cinco horas de vuelo. El tiempo que dura el viaje desde Boston a Denver, Colorado. Con nosotros están también Laura y Andrea, mis compañeros en esta aventura americana que comencé en enero para escribir la tesis de licenciatura. Sabemos que un tal Joe Redondo vendrá a recogernos con una furgoneta para llevarnos a Estes Park, en las Montañas Rocosas, también sabemos que allí estarán un centenar de jóvenes de todos los Estados Unidos, y sabemos poco más.

David conoció el movimiento hace menos de un año. Nació en Filipinas y siendo niño se trasladó con su madre a los USA. Como él dice siempre, creció siguiendo la principal regla de la sociedad americana: concebirse solo. Las clases, el baloncesto, los amigos, pero todo hasta cierto punto. Sin embargo, ahora…
Este viaje a Colorado es el más largo de su vida después del que hizo desde su ciudad natal.

Desde una llanura que parece infinita, después de una hora en la carretera, nos encontramos rodeados de bosques y montañas. Un paisaje que me recuerda mucho la belleza de nuestros Alpes, pero aquí todo es más grande. Los valles, los lagos y las cimas.

La primera noche la dedicamos entera a las presentaciones. Al ritmo del Oh when the saints se van poniendo en pie una a una todas las comunidades. Washington, Nueva York, Chicago, Miami, Houston, California, Dakota del Norte, Minnesota, Kansas y muchas otras. Algunos son los únicos representantes de su ciudad, como Marcus de San Diego. Otros están como David, al inicio de una historia.

«¿En qué has visto crecer tu vida dentro del camino propuesto este año?». Para prepararnos para estas vacaciones, Pietro Rossotti nos había pedido a todos que le enviáramos nuestra respuesta a esta pregunta antes de venir. Es un sacerdote misionero que comienza la lección introductoria con una pregunta que le planteaba uno de los chicos en una carta: «Veo que mi debilidad está a la hora de seguir. ¿Por qué, después de todo lo que Jesús ha hecho en mi vida, sigue presente en mí esta resistencia a la hora de dejarle espacio?». «El dualismo, por el que nuestra fe va por un lado y nuestra vida por otro, comienza cuando interponemos algo entre nosotros y el encuentro que hemos hecho, y así nos alejamos de él», comenta Pietro, «nos da miedo adherirnos, es como si nos quedáramos en la puerta, lamentándonos. ¿Pero qué esperamos para poner en juego toda nuestra humanidad en lo más verdadero que hemos encontrado?».

Excursiones por la montaña, comidas y cenas, juegos al aire libre y testimonios. Este ponerse en juego, poco a poco, ha empezado a convertirse en algo inevitable. Gracias a la realidad, que me sale al encuentro como una propuesta continua que me atrae por entero de nuevo.

Entre los muchos rostros que encontré hubo uno que me llenó de curiosidad desde el primer momento. Una cabeza rapada y una mirada dura en lo alto de un cuerpo musculoso de metro noventa. En este país he visto muchos tipos así, pero me impresionó verle, durante la misa, rezando de rodillas. El más grande de todos, como si fuera el más pequeño. Esa misma noche me senté con él, por casualidad, para cenar. Se llama Justin y es de Pittsburgh, Pennsylvania. Uno de sus compañeros de la clase de italiano era de CL, aunque él siempre había detestado a la Iglesia y a la religión. Un día le invitó a unas vacaciones de GS, y le surgió la duda: «La verdad es que no era para nada feliz. Es más, me odiaba a mí mismo y odiaba mi vida. No tenía nada que perder, así que fui. El encuentro con ciertas personas, como Chris Bacich, cambió mi vida. Me dije: “Yo quiero para mí lo que vive esta gente”. Y ya no me he separado de ellos. Lo que no consigo explicarme es cómo pueden conocerme tan bien si yo nunca he abierto la boca». «¡A mí me ha pasado lo mismo!», exclama David, sentado a nuestro lado, casi incrédulo: «Hoy, a medida que Pietro iba leyendo las cartas, yo me iba quedando sin palabras: ¿pero de verdad no soy el único que se hace ciertas preguntas? Sucede hasta en la mesa, aquí: nos conocemos hace cinco minutos y ya estamos hablando de nuestra vida. ¡Qué extraño! ¿Cómo es posible?».

Podría decirse que en el fondo sólo son un centenar de chavales, un punto insignificante en una nación gigantesca. ¿Qué diferencia pueden representar? Sin embargo, en su asombro reside una grandeza que no se puede comparar a ninguna cuestión numérica. Es esa novedad que todos esperan.