Aprendiendo algo más que inglés

Cuando uno se aleja de su casa, de ciertas relaciones para cambiar de país y abandonarse a la nada, lo único que le puede sostener es la certeza de estar en Sus manos

La decisión de venir a Londres no fue una cuestión de inclinación natural por vivir en el extranjero ni por apetencia. Haciendo cuentas con los datos que tenía parecía la opción más acertada, la más realista. Unas dos semanas antes de dejar España ya me costaba dormir y lloraba por las esquinas. Me daba un miedo horrible dejar mi país, dejaros a vosotros, dejar mi casa en el sentido amplio de la palabra. Pero es justo decir que a pesar del miedo, del vértigo o de la incomodidad, me iba cierta de mi pertenencia al Señor.
La víspera de irme, mientras lloraba, le decía a Elena: «Creo que no sería capaz de irme si no tuviese fe». A muchos os parecerá una reacción desproporcionada. Para mí era estar frente a un desgarro tremendo: me separaba de las relaciones más queridas, de mi país, mi cultura, de la forma de vida que había tenido en el CLU los últimos años... No os descubro nada si os digo que odio los cambios y las incertidumbres. No fue nada sencillo para mí pasar el control en el aeropuerto y ver a mi madre diciéndome adiós... Pero ella constantemente me decía: «Estás en Sus manos». No entiendo cómo alguien puede dejar su hogar sin saber o intuir esto. No sé cómo es posible que uno se distancie de ciertas relaciones sin saber esto. No me cabe en la cabeza, y ahora que estoy aquí mucho menos. Va contra uno mismo abandonarse a la nada o al azar.
Por fin llegué a Londres y me encontré con Clara. ¡Qué descanso es la compañía! Vinimos a la residencia. Vivimos cerca de donde estudiamos, tenemos un super al lado de casa, es la opción más barata (cosa que en Londres hay que tener en cuenta, los precios se te van de las manos). Pero estoy especialmente contenta por cómo estamos nosotras aquí. La residencia es básicamente un lugar de paso y la gente está muy sola. Todas nos preguntan por qué somos tan amigas, por qué cuidamos tanto las comidas, todas nos dicen que somos unas privilegiadas... Para todo el mundo es extraño cómo vivimos nosotras aquí.
Yo me sorprendo de que en la relación con Clara cuidamos y acogemos a muchas chicas que están realmente solas, o a las que nadie se dirige porque son especiales. O que por el contenido y la verdad de nuestra relación cocino o limpio agradecida. Me doy cuenta de que no es una cuestión de buena convivencia (que creo que tenemos) sino la conciencia de quién es la otra. Justo antes de venir a Londres, Pedro Pablo me dijo: «Vete abierta y dispuesta a comprender quién es Clara (y el resto de gente que está aquí), no cómo es ella». Poco a poco voy descubriendo ambas.
En cuando al CLU somos unos 20, de los cuales solo hay un irlandés y nosotras, el resto son todos italianos. El viernes pasado tuve la primera EdC y la verdad es que no me enteré de nada, ¡para qué os voy a engañar! Pero nos hemos visto un par de veces con ellos y me sorprende cómo nos han acogido. Con un afecto y una gratuidad que son llamativos. Conmigo son bastante pacientes, chapurreo palabras sueltas que pretenden ser inglés y ellos me siguen animando para que me vaya soltando. Yo me desesperaría, es más, me desespero conmigo misma, espero educarme en la paciencia viendo cómo me tratan ellos.
Respecto a las clases las empecé el lunes pasado. Estoy en clase con unas 15 personas con las que solo puedo comunicarme en inglés. Sobre todo me he hecho amiga de un chipriota, dos tailandeses y un italiano. Imaginaos el percal. Los descansos para tomar un café son siempre una tensión constante por entender y hacerme entender. La verdad es que me frustra un poco la dificultad con el idioma. Es un golpe tras otro a mi propio orgullo. Yo procuro no bloquearme y pido cada día paciencia y apertura. La necesito para no encerrarme en mi propia dificultad, o en el propio límite. En definitiva estoy bien, mucho mejor de lo esperado. Es más, me sorprendo de lo bien y contenta que estoy aunque hay cosas que me cuestan mucho.
Con esto no quiero decir que no os eche de menos, quiero decir que se puede vivir desapegado de una forma que yo personalmente tiendo a convertir en un absoluto. Esa forma sois vosotros y las comodidades y seguridades de casa. Lo esencial, lo que da la vida, es otra cosa, y vosotros un signo privilegiado para mí. Últimamente me acompañan mucho estas palabras de Pablo a los Efesios: «Hermanos: Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu».

Lucía