Julián Carrón: Un testimonio vivo de la razonabilidad de la fe

Artículo publicado en el semanario católico El visitante, de Puerto Rico

No ha sido una competencia atlética ni un evento artístico de excepcional importancia lo que ha reunido el jueves 20 de enero alrededor de 500 personas en el Complejo Deportivo de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. Bajo la mirada asombrada de los mismos organizadores (el Instituto de Doctrina Social de la Iglesia y el Diálogo Interdisciplinario Institucional de la PUCPR), personas de todo tipo (las autoridades académicas, el Gran Canciller de la PUCPR, mons. Félix Lázaro, el obispo de Arecibo, mons. Daniel Fernández, el ex gobernador Hon. Rafael Hernández Colón, el rector del Seminario de San Juan, cientos de estudiantes y profesores, sacerdotes, seminaristas, catequistas, amas de casa, profesionales de distintas áreas…) han escuchado con gran atención la conferencia lúcida y apasionada del P. Julián Carrón, profesor de teología de la Universidad Católica del “Sacro Cuore” de Milán y presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación.
El título, “Realidad, razón, libertad: las raíces del sentido religioso”, podía hacer pensar en una exposición intelectual y abstracta. Al contrario, el P. Carrón da un ejemplo de aquel uso de la razón del que está hablando: no una razón que cavila y se retuerce sobre sí misma, sino que se abre con sorpresa a la realidad, que con su belleza, sus atractivos y también sus contradicciones, impacta y despierta las exigencias profundas de nuestro corazón. El P. Carrón habla de nosotros mismos, de nuestro deseo de felicidad, de amor y justicia, de aquellas experiencias que todos vivimos y que son signo de aquel deseo de Infinito, deseo del encuentro con el rostro desconocido, pero anhelado, del Misterio que hace todas las cosas. Allí reside la dimensión religiosa del ser humano, en aquellas preguntas y exigencias que ningún tipo de educación, diferencia cultural, ideología o poder pueden eliminar. Cita a Cesare Pavese, escritor italiano: “Lo que el hombre busca en el placer es un infinito, y nadie jamás renunciaría a la esperanza de conseguir esta infinitud”. El “corazón” del ser humano no es simplemente el lugar de los sentimientos, sino de esta exigencia de satisfacción infinita, que revela pronto la insuficiencia de cualquier cosa que pretendemos darnos como respuesta total.
El público no se perdió una palabra, y siguió al P. Carrón en la orilla del Jordán, donde Juan y Andrés, dos simples pescadores, hace 2000 años, tuvieron la experiencia de encontrar a un hombre que les sorprendió por su excepcionalidad. No entendían mucho lo que les decía, pero su corazón estaba cautivado y desde aquel día no pudieron alejarse de Él, porque, como diría Pedro más tarde, “adónde iremos si sólo tú tienes palabras que llenan de sentido la vida”. En las palabras del P. Carrón, Jesús se nos restituyó en toda su concreción histórica y carnal: es un hombre que no tiene miedo de mezclarse con los otros seres humanos, no tiene miedo de pasar desapercibido y de fallar su misión: sabe que el corazón humano le espera a Él y no podrá no reconocerle cuando lo encuentre. Cristo es el verdadero objeto de toda espera humana y por eso sólo Él aclara, educa y salva totalmente el sentido religioso.
También para nosotros, hombres del Tercer Milenio, no hay más receta que la de vivir intensamente la realidad, lo que el Misterio nos ofrece en los acontecimientos cotidianos, porque es en la experiencia que nuestro corazón, como un “radar” infalible, reconocerá el paso de Aquel que puede satisfacer plenamente nuestras exigencias de sentido, de amor y de felicidad: y en este reconocimiento amoroso está toda la fe cristiana. Hoy, como hace 2000 años, no son la doctrina o la moral de Jesús las que fascinan al ser humano, sino su presencia concreta, real, carnal, sensible, experimentable: es el Misterio de la Iglesia, verdadera compañía contemporánea de Cristo a la vida de cada uno de nosotros.
La actividad se concluye con numerosas preguntas. La gente empieza a salir. Pero la cara es diferente. Para muchos ha sido como un imprevisto golpe de viento que se ha llevado las tristes nubes de la costumbre y de la rutina: la neblina de lo ya sabido se ha disuelto a la luz del testimonio de un hombre libre y apasionado que nos ha manifestado la belleza, la razonabilidad, la alegría de ser cristianos hoy.