Mujeres del taller textil de Huachipa.

Entre hermanos, el océano

Paolo Perego

Italia se encuentra inmersa en plena reforma del Tercer Sector, el non profit, que hasta ahora siempre ha estado regulado por normas poco claras. Queda mucho por hacer pero al menos se han puesto las bases. Pero mientras tanto y a pesar de la crisis, la realidad del non profit no ha dejado de crecer durante los últimos diez años. Un ejemplo de ello es la semana de trabajo en Lima, organizada por la CdO-Obras Sociales en la Universidad Católica Sedes Sapientiae, celebrada hace unos meses bajo el título “La existencia de la obra en el tiempo: el cambio y la sostenibilidad”. «Pero ese encuentro peruano solo ha sido un paso más en un trabajo mucho más amplio», precisa Monica Poletto, presidenta de la asociación, que engloba a más de 1.400 entidades sin ánimo de lucro: «Durante el año pasado se produjeron doce hermanamientos entre entidades italianas y latinoamericanas».

En pantalones cortos por Huachipa
«Han surgido combinaciones que, si bien no estaban estrechamente ligadas a la misión de cada una de las realidades, nos han permitido reflexionar sobre las posibilidades de ayudarse unos a otros». Sucede así que mediante una web conference se encontraron cara a cara Walter Sabattoli, de la Cooperativa Pinocho, que en Italia se dedica a la rehabilitación y reinserción laboral de ex drogodependientes y discapacitados psíquicos, con Sara Flores y Maria Elena Roca, responsables de la Casa de Costura Siray Wasi, en Huachipa, en la periferia de Lima. «Un lugar donde hasta hace diez años la única actividad eran las ladrilleras. La ONG CESAL puso en marcha hace diez años una guardería para combatir el trabajo infantil y ayudar a las familias, con cursos de corte y confección», explica Maria Elena. La iniciativa creció con el tiempo gracias a la ayuda de sus benefactores. Se abrió un centro de formación donde, poco después, se instaló un taller de costura con el objetivo de mantener la actividad educativa. «En estos años hemos enseñado un trabajo a 1.200 personas».

La clave de todo reside precisamente en los diálogos con los amigos italianos. Entre ellos y las dos peruanas no se da nada por supuesto. Ellas no dejan de hacer preguntas: «¿Cómo gestionáis vosotros las actividades productivas, ¿Por qué? ¿Cómo os relacionáis con las instituciones y empresas?». Hasta les piden consejo para poner en marcha una cadena de supermercados para producir 4.800 pantalones cortos en tres semanas: «Nosotros solos no lo habríamos conseguido. Implicamos a algunas empresas familiares locales, talleres textiles que han nacido en las casas de la gente a la que hemos enseñado este trabajo. Hemos repartido el trabajo y hemos podido hacerlo con un nivel de calidad que otros han empezado a llamarnos para hacernos pedidos aún más grandes». Esto, explica Poletto, «es fruto de una mirada que estimula la inteligencia y la creatividad». Que anima a mirar el propio trabajo, el modo de hacerlo y rehacerlo si es necesario, para dar un paso atrás o tomar nuevos caminos.

«Desde entonces ya no podía seguir como antes», dice Adele Tellarini, responsable de la Casa Novella, una obra que acoge a madres jóvenes y menores en situación de dificultad en Italia. Al principio era un tanto escéptica sobre esta iniciativa, lo admite. «¿Hermanarse con una asociación educativa que se dedica a la discapacidad y la inserción? El target era distinto y las dimensiones también, nosotros éramos una entidad pequeña y ellos eran muy grandes». Pero el mero hecho de relacionarse con ellos les ha obligado a reflexionar sobre sí mismos: «Para nosotros, sobre todo, sobre qué quiere decir implicar en la responsabilidad de la obra a los dependientes». Los días que pasaron juntos en Lima fueron la enésima sorpresa. «Cómo hacer un presupuesto, cómo estructurar la organización y las relaciones internas, cómo presentarnos “fuera”».

¿Para qué sirve una junta directiva?
No solo se comparte la teoría. Cada obra, desde el Banco de Alimentos en Italia a la cooperativa mexicana más pequeña, está llamada a mostrar con hechos cómo trabaja diariamente. «No nos conocíamos, pero todas las iniciativas que cada uno ponía sobre la mesa hablaban el mismo lenguaje: el de un método razonable a la hora de moverse en la realidad, un método que nace de la experiencia cristiana. Modalidades distintas de un mismo método… Al volver de Lima, decía: “Bien, señores, tomemos nuestras agendas y repasemos”». ¿Por ejemplo? «La relación con las empresas. Tenemos un taller de producción de pasta. Miras cómo lo hacen otros. A ver si podemos invertir mejor nuestros recursos».

Porque «la primera forma de ser responsables de algo es hacerlo bien», afirma Ian Farina de la Cooperativa social In-Presa: «Nosotros, que nos dedicamos a la formación profesional, con una pequeña actividad productiva, estamos hermanados con la clínica San Rafael de Asunción, Paraguay. Empezamos a establecer un contacto habitual al principio del verano pasado y nos hemos confrontado sobre muchos aspectos: el modo de buscar fondos, por ejemplo. O cómo nos presentamos en público, cómo implicamos a los voluntarios». Después del encuentro en Lima, llegas incluso a redescubrir la naturaleza de lo que eres, como le sucedió a Farina: «Ya lo daba por descontado, si es que no lo había olvidado ya. Por ser una non profit no eres un poco menos que los demás. Eres del mundo y tienes que jugar tus cartas. Como puedas, pero sin duda no a la defensiva».