Monseñor Óscar Romero.

¡Con tu todo y con mi nada!

Carlos Fernández Arteaga

«Este año haré la gran entrega a Dios. Dios mío, ayúdame, prepárame. Tú eres todo, yo soy nada y, sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho. ¡Coraggio! ¡Con tu todo y con mi nada haremos ese mucho!». Tras el reconocimiento de su martirio por la Santa Sede y en vísperas de su beatificación este 23 de mayo, podríamos pensar que estas palabras de mons. Romero (Ciudad Barrios 1917 - San Salvador 1980) fueran una intuición sobre su inminente asesinato. Pero no es así. Se trata de unos apuntes en su diario del año 1940, meses antes de su ordenación diaconal. Contaba apenas 23 años y ya se podía entrever en qué tipo de hombre quería convertirse. No sería ni un revolucionario, ni un político: se convertiría en un sacerdote. Un sacerdote magnífico.
Para conocerlo de primera mano nada mejor que hablar con mons. Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Monseñor Romero y vicario general de la Arquidiócesis de San Salvador durante el tiempo en el que él fue arzobispo. Fue su amigo personal, compañero de vivencias y viajes durante los escasos tres años que duró su obispado.
 
¿Qué recuerdo personal guarda del día en que mons. Romero fue asesinado?
Por supuesto su muerte fue para todos nosotros una tristeza y un dolor muy grande porque era el Arzobispo que queríamos y pensamos que su obra quedaría interrumpida. El tiempo ha demostrado que no fue así sino que su labor fue más grande incluso de lo que había sido en vida.
Recuerdo que yo estaba en mi casa cuando recibí un recado de la secretaria del Arzobispo diciéndome lo que había ocurrido y me fui inmediatamente al “hospitalito” (ndr. Hospital de la Divina Providencia, lugar donde residía mons. Romero y en cuya capilla fue asesinado mientras celebraba la misa) pero ya no estaba el cadáver ahí, se lo habían llevado a la policlínica. Allí estaban las monjas del “hospitalito” y les encomendé, como lo íbamos a embalsamar, que no permitieran que tirarán sus vísceras en cualquier sitio sino que las recogieran y sepultaran. Y así lo hicieron frente al jardín del apartamento donde él vivía. Por cierto que, años después, en el año 83, vino el Papa J.P. II a El Salvador y las monjas pensaron que él vendría al apartamento donde había vivido Monseñor y pensaron poner una estatua de la Virgen en el jardín. Comenzaron a escavar y se toparon con la caja que enterraron hace tres años y se encontraron la sangre líquida y las vísceras sin corrupción. El Arzobispo por aquel entonces, mons. Rivera, optó por no decir nada por cómo estaban las cosas en ese momento ya que seguramente iban a decir qué eran inventos de la Iglesia. Sólo se le entregó al Papa Juan Pablo II un frasco con la sangre de mons. Romero.

Y con respecto a su muerte ¿qué impacto tuvo para la Iglesia?
Igualmente muy triste, muy dolorosa, se cometió contra él una verdadera infamia. Lo habían acusado de ser marxista, subversivo, político… como a Jesús, al que acusaron de político y por ello le pusieron en la cruz. Al igual que al Señor, le acusaron de ir sublevando e inflamando al pueblo. Nosotros sabemos que donde más se ha estudiado la figura de mons. Romero es en Roma, ha sido caso de estudio durante años y años y si hubieran encontrado algo de eso probablemente no lo beatificarían. Dada su controvertida figura no me sorprende que se hayan tardado tanto para examinarlo a fondo, para leer sus homilías con lupa, para detenerse en todas las cosas que supusieran interrogantes. Todo ese largo proceso en el Vaticano es una garantía del proceso.

La Iglesia ha proclamado que mons. Romero fue asesinado por odio a la fe. ¿Qué significa precisamente éste pronunciamiento y por qué ha sido tan importante éste largo discernimiento que usted hablaba del proceso que se ha llevado a cabo?
Ser mártir por odio a la fe no es solo morir porque se afirma creer en Dios, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo o en la resurrección. Él defendía los valores del Evangelio, los valores éticos y morales del Evangelio, los derechos humanos que el Evangelio también propone. Mons. Romero veía los derechos humanos, la vida de las personas, como derechos divinos que había que defender.
El contexto en aquellos días de guerra era muy triste, muy doloroso. La pobreza terrible de la gente hacía que los campesinos se organizaran para ver si podían recibir un mejor salario y por ello les acusaban de socialistas y comunistas. Y por esa razón les perseguían y posteriormente desaparecían o aparecían muertos. Lo mismo ocurría con catequistas, celebradores de la Palabra, con religiosas y religiosos, con gente a las que consideraban marxistas, a los cuales mataban sin hacer mayor juicio.
Mons. Romero, como profeta de Dios que fue, lanzó su acusación contra esos atropellos y atrocidades. En situaciones donde hay una injusticia tan grande tuvo que alzar su voz. En aquel tiempo, en El Salvador no existía un Procurador de los Derechos Humanos, no había ley que lo permitiera, pero él fue el primer procurador de los derechos humanos del país. A través de su voz y su palabra era el único que se atrevía a denunciar las atrocidades que se cometían.
«Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!».
 
¿Usted está de acuerdo que desde uno y otro extremo se ha intentado secuestrar su figura, presentar a un hombre que poco tenía que ver con la realidad?
Desgraciadamente, eso ocurrió y todavía ocurre. El hecho de que la izquierda lo quiera hacer su adalid o que la derecha lo denigre con mentiras y falsedades constituye una manipulación, ambos escenarios son reprobables y no podemos consentir que eso siga ocurriendo.

De su conocimiento personal y de la lectura de sus escritos y homilías ¿qué figura cristiana es la que emerge?
Hay una frase que aparece en San Pablo, en el Cap. 8, vers. 9 de las Cartas a los Romanos: que el que no tiene el Espíritu de Cristo no es Cristo. Yo soy sacerdote y celebro misas todos los días, pero si no tengo el Espíritu de Cristo no soy de Cristo. Esa es la frase de Pablo. Y uno se pregunta entonces ¿cuál es el Espíritu de Cristo? Yo encuentro tres características propias de la espiritualidad de Monseñor Romero, de su relación diaria con Jesús, que lo ilustran muy bien.
Primero, la búsqueda del Padre Dios en la oración. San Lucas nos habla de cómo el Señor se va de madrugada a hacer oración, o que pasó la noche en oración, cuando pasa en oración al resucitar a Lázaro o cuando se estaba bautizando, hace oración desde la cruz… la primera característica de Jesús es la búsqueda de Dios a través de la oración y esa también es una característica propia de mons. Romero. Se le escuchó en algunas de sus homilías diciendo: «la oración es la cumbre de la perfección humana». Para él, la oración es donde nos perfeccionamos, nos analizamos delante de Dios y buscamos un camino mejor.
Segundo, la predicación del Reino. En su tiempo también hay reacciones contrarias contra Jesús porque Él llama a los fariseos “sepulcros blanqueados”, fue más duro el Señor que ningún Obispo o ningún Papa. Esa predicación del Reino le trae a Jesús adversarios grandes que le llevan hasta la muerte. Y eso es lo que Mons. hace también, para él predicar el Reino de Dios en éste país tan necesitado de la Palabra, era el alivio de muchas personas ante las muertes que tenían en sus familias y todo lo que estaban viviendo.
En tercer lugar, su cercanía con los pobres. Si pensamos todo el tiempo que pasó Jesús con los pobres comparado con el que pasó hablando de los sacramentos, por ejemplo, es incomparable. ¿Qué hizo mayormente durante su vida pública? Andar a pie por todo Israel, de lugar en lugar, predicando el Reino de Dios, curado enfermos, dando de comer a los pobres. La condición para entrar al cielo será cómo hemos sido con los pobres. Y San Agustín dice que Dios no te va a preguntar cuántas veces fuiste a misa o comulgaste sino cómo fuiste con los pobres
La espiritualidad de Romero se caracteriza por esta imitación de Cristo, en la lectura de su diario puede verse el reflejo del deseo ferviente de su corazón de ser imagen de Cristo. Buscaba hacer las mismas cosas que Cristo hacía en su vida pública.