El Papa Francisco saluda a los fieles cubanos.

«Lo bueno viene ahora»

Manuel Marrero Ávila

En su visita a Cuba, el Papa Francisco ha indicado un camino de misericordia que ha pasado por La Habana, Holguín y Santiago de Cuba, una ciudad donde viven prácticamente la mitad de los cubanos, pero que ha llegado a toda la población, dentro y fuera de la isla, incluyendo católicos, creyentes de diversas confesiones, no creyentes, hombres y mujeres de toda clase y procedencia.

Francisco llegó a Cuba visiblemente cansado, después de un viaje de casi doce horas desde Roma hasta La Habana, pero también se ha mostrado entusiasmado, y antes de partir hacia Estados Unidos, en la catedral de Cuba, dijo con sonrisa socarrona que durante esos días se había sentido como en casa. Qué alegría ver a este argentino pura sangre hablando, riendo, bromeando, en su lengua materna.

Ha llegado a miles de familias cubanas. La impronta que dejaba al pasar por las calles -deteniéndose más de una vez en su coche made in Cuba para saludar a un niño, a un anciano o a una familia que estaba esperándole- y durante los encuentros y celebraciones oficiales ha hecho mucho bien a todos los que le han visto y oído. Los medios de comunicación del país han hecho un esfuerzo enorme para seguir todos los detalles de la visita, y aún más para entender y transmitir en clave despolitizada su mensaje.

En cada uno de sus discursos estaba presente su reclamo a una cultura del encuentro, del diálogo, a abatir muros y construir puentes, a generar una «revolución (una palabra muy delicada en Cuba) de la ternura y del afecto». A salir de nuestras clausuras, de los «conventillos» en que vivimos, para alargar nuestros pasos en busca de los otros (sobre todo de los más pobres y de los que tenemos cerca), para salir a su encuentro y ponernos a su servicio. A no dejar de soñar, a custodiar la memoria de estos años vividos, a generar en Cuba una amistad social, como decía el héroe cubano José Martí, por encima del «sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos».

El Papa presidió tres misas, en La Habana, en Holguín y en El Cobre (Santiago de Cuba). Se ha reunido con los consagrados, los jóvenes, las casas de misión, las familias y los obispos. Ha conversado con las principales figuras políticas del país, ha saludado a los miles de personas que se congregaron en las calles ondeando banderas cubanas y vaticanas, ha vivido otros encuentros no programados, con sus hermanos jesuitas en La Habana y con otros grupos. Pero lo más significativo ha sido su cercanía con los niños, los ancianos y los enfermos que ha encontrado por las calles, y con los que ha entrado en relación de una forma tan espontánea.

Ha sido precioso y muy importante ver a tanta gente que no está acostumbrada a la forma a veces formal y un tanto distante que se suele predominar en este tipo de encuentros y que se lanzaba a su pecho y trataba de abrazarlo, besarle en la mejilla, estrecharlo como a un querido amigo al que no se ve desde hace tiempo... Y él se ha dejado aferrar, se ha dejado querer así, ha sonreído, incluso se ha sonrojado un poco, se ha mostrado muy feliz.

En estos días únicos, todos hemos sonreído al Papa mientras pasaba, le hemos visto y escuchado, hemos pasado horas y horas siguiéndolo a lo largo de este camino de misericordia que nos ha indicado, en nombre de aquel que le ha enviado a visitarnos. Nos hemos emocionado y hemos querido grabar cada detalle, haciendo fotos con los móviles, programando los grabadores de televisión o escuchando con toda nuestra atención.

Hemos compartido los sentimientos de bondad que Francisco ha suscitado en nosotros, nos hemos sentido hermanos y hemos percibido en sus palabras, durante estos tres días, una gran esperanza para nosotros mismos y para Cuba. Pero, como se suele decir aquí, lo bueno viene ahora: en la vida diaria, cuando la televisión ya no emite programas especiales, cuando la rutina, el fastidio, la monotonía vuelven a rondarnos, cuando baja el telón y se encienden las luces.

¿Cómo podemos ahora, con la ayuda de Dios, hacer carne y realidad, en nuestras vidas y en nuestra patria, todo lo que hemos visto y oído? ¿Cómo podemos volver a empezar de nuevo, con la cabeza alta y los pies en la tierra, a vivir una realidad que parece absurda, inmóvil, a veces hostil y casi siempre mediocre? ¿Cómo podemos ser cristianos y ciudadanos auténticos? ¿Cómo podemos entender con el corazón y tocar con las manos a este Cristo presente, tan vivo, que no se ha ido con Francisco a Estados Unidos sino que se ha quedado aquí con nosotros, se ha quedado en esta bendita tierra y a través de la visita de este Pedro argentino ha hecho más grande su dinamismo, su misericordia con nosotros y su deseo de ser anunciado, adorado y servido en los más sencillos, que cada día son más, y más pobres?

Gracias, Francisco, por haber venido a visitarnos. Gracias por darnos tu bendición, por rezar con nosotros, por ser la guía clara, segura, de la Iglesia que amamos, y por pasar estos días en tu "Casa Cuba". Ahora, con la gracia de Dios, sin la cual la visita del Papa quedaría solo en un evento histórico, nos toca a nosotros vivir la fidelidad al Evangelio y construir, partiendo de lo pequeño, de lo anónimo, poco a poco, el Reino que esperamos que germine aquí, en Cuba.