Huellas N.9, Octubre 2011

El bunker y las ventanas

Es difícil acertar con una imagen mejor: «Un edificio de cemento armado sin ventanas, en el que logramos el clima y la luz por nosotros mismos». Un bunker sin ninguna apertura al exterior. Sólo de pensarlo parece que nos falta el aire.
Sin embargo, a menudo nos tratamos así. Basta con observar cómo obramos para comprobar que esa «razón positivista», limitada, reducida y sofocante, que Benedicto XVI ha descrito en su discurso en el Bundestag de Berlín, es también la nuestra. Basta ser leales al observar cómo afrontamos la realidad: el trabajo, la familia, el estudio… A menudo nos falta el aire, y a veces nos cubre la oscuridad. La luz y el aire que necesitamos no nos los podemos procurar por nosotros mismos, está claro. Ni siquiera sirve pensar que si cambiaran las circunstancias o nuestra situación personal respiraríamos a pleno pulmón. No basta pasar de un cuarto a otro del bunker para respirar. Si la realidad es tan sólo lo que aparece, si no tiene otro espesor que el que medimos con nuestra vara, nos falta el oxígeno. La imagen que el Papa ha utilizado es certera porque no niega que podamos seguir dilucidando o discurriendo, pero no logramos vivir de verdad. Y esto nos apremia.

Hacemos nuestra la invocación que justo después resonó en su discurso: «Es necesario volver a abrir las ventanas». Y encontrar oxígeno en la espesura de la realidad: «Hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo».
«Todo lo que existe clama su dependencia de Otro», recordaba Julián Carrón en la Jornada de Apertura de curso de CL en Milán. «La naturaleza del hombre es ser creado, y su razón se cumple al reconocer esa implicación última que se halla dentro del ser de las cosas. Si uno niega este remitir a otra cosa, si niega lo que está más allá, niega las cosas, la experiencia de las cosas, las destruye. Ante la gratuidad abismal de la realidad se produce una especie de parálisis extraña de la razón, que se bloquea. Pero si alguien niega esta evidencia, niega las cosas».
Si alguien se plantea su trabajo, o cómo afrontar la crisis, o cómo tratar a su hijo, sustrayéndose al asombro por el hecho de que existen y de que Otro nos los concede, acaba por no entender y rechazarlos. Si la razón se obceca y niega la evidente contingencia de las cosas, que remite al Misterio como un factor de la realidad, acaba encerrándose en un edificio sin ventanas, con muy poco oxígeno.

Por ello, el itinerario que los textos del Papa nos proponen (recogidos en el documento “Cristo sale a nuestro encuentro también hoy” disponible en www.revistahuellas.org) y que muchos testimonios muestran como posible para todos, resulta indispensable para vivir (ver en www.revistahuellas.org: “Cinco historias de certeza diaria”). Más aún ahora que el aire se hace más pesado a causa de la «crisis» que nos toca a todos de cerca. Podemos quedarnos atrapados por las circunstancias con una tristeza que no tiene salida, o aprender a usar la razón según su naturaleza, aceptando el desafío que supone reconocer esa implicación última que nos remite, dentro de la realidad, al misterio de Dios. «Es como si dentro de las cosas hubiese una invitación», continúa la propuesta de la Apertura de curso. A cada uno de nosotros le toca recoger el guante y abrir las ventanas.