Paolo Martinelli, obispo auxiliar de Milán.

Esperando al Papa que llegó «del fin del mundo»

El primer Ángelus, el Congreso de Florencia, y mucho más. Mons. Paolo Martinelli, obispo auxiliar de Milán, repasa el magisterio de Francisco, con vistas al encuentro del 25 de marzo
Paolo Martinelli*

El Papa Francisco visita Milán el 25 de marzo de 2017. Un encuentro que tiene todos los rasgos propios de un verdadero acontecimiento. El Papa que vino «casi desde el fin del mundo» visita la diócesis de san Ambrosio. Se dan todas las premisas propias de un momento muy significativo en el pontificado de Bergoglio. El Papa tendrá la posibilidad de encontrarse en un solo día con situaciones muy diferentes: las periferias y el centro de Milán, los inmigrantes y los presos, la vida consagrada y el clero milanés en el Duomo, un "pueblo numeroso" en la santa misa del parque de Monza, y los jóvenes de Confirmación con sus familias y educadores en el estadio de San Siro. Un viaje que tiene lugar cuando acaba de cumplirse el cuarto año de pontificado de Francisco. Una preciosa ocasión para hacer balance de lo que están aprendiendo los fieles de sus palabras y de sus gestos.

El estilo del testimonio
Sin duda, el Papa argentino tiene un estilo propio. Se trata sobre todo de su manera de ponerse y encontrarse con la gente. Su comunicación es directa, pero no se trata de técnicas comunicativas especiales. En juego hay mucho más que eso: él se expone personalmente. Su lenguaje y sus gestos impiden quedarse ante él como mero espectador. Eres interlocutor directo, y esa posición rompa cualquier neutralidad posible. Él se dirige a la libertad de cada uno e invita a implicarse con él. En síntesis, podríamos decir que el estilo del Papa Francisco es el testimonio: la verdad viviente de Dios se comunica de libertad a libertad. El propio Santo Padre se expone en lo que dice y hace, pidiendo a quien se encuentra con él que se deje mover por lo que le mueve a él mismo: la pasión por Cristo y por el hombre concreto de hoy.

La Iglesia: una comunión misionera
Aparte del estilo testimonial, hay ciertos reclamos específicos que están creando en la Iglesia una mentalidad nueva. Empezando por la centralidad de la misión como corazón de la vida del pueblo de Dios. La exhortación apostólica Evangelii gaudium constituye desde este punto de vista un pilar muy firme. Tras la fórmula de la "Iglesia en salida" hay una visión de la Iglesia como comunión y misión. El sujeto de la misión es la comunión; la misión es la forma de la comunión. En esta perspectiva, se comprende la perspectiva radical que afirma el Papa: «Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (EG 49). Una perspectiva en la que profundiza más adelante, al concebir la palabra misión en términos muy personales: «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (EG 273). Aquí se comprender bien que la misión tal como la entiende el Papa Francisco está en las antípodas del proselitismo y no es ante todo algo que hacer sino un modo de estar y habitar en el mundo.

Jesucristo, misericordiae vultus, nuevo humanismo
Esta misión arraiga en la persona misma de Jesús: él es la misión del Padre. La Iglesia participa y dilata en el tiempo y el espacio la misión de Cristo en virtud del don del Espíritu Santo. Hay que volver a lo esencial, al encuentro con Cristo del que todo nace, todo se mueve a partir de este acontecimiento y no de una idea ni de una ética (DCE 1; EG 7). En el discurso que pronunció el 10 de noviembre de 2015 en Florencia con motivo del V Congreso de la Iglesia italiana, el Papa Francisco puso el acento en la raíz del nuevo humanismo: «Podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado. No hay que domesticar el poder del rostro de Cristo. Su rostro es la imagen de su trascendencia. Es el misericordiae vultus. Dejémonos mirar por Él. Jesús es nuestro humanismo». De este dato emerge el contenido que reclaman con fuerza las palabras del Papa Francisco durante estos cuatro años: la misericordia como nombre de Dios, a lo que dedicó todo un jubileo extraordinario. Desde su primer Angelus el 17 de marzo de 2013, la palabra clave de su pontificado parece ser el amor misericordioso: «Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría. No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca». El amor misericordioso reanima y regenera a la persona.

Los carismas en la Iglesia
La Iglesia, arraigada en la humanidad de Cristo, vive la misión de llevar a todos la alegría del Evangelio (EG 1) en virtud de la acción del Espíritu. Aquí se puede ver el gran amor del Papa Francisco por la acción del Espíritu, tanto en los sacramentos como en los carismas compartidos. Él es consciente de que «hoy no vivimos una época de cambio sino un cambio de época» (Florencia 2015). Los carismas son esenciales para la vida y la misión de la Iglesia: «Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador» (EG 130). No olvidemos que bajo el pontificado del Papa Francisco se ha promulgado la carta Iuvenescit Ecclesia (2016) sobre los dones carismáticos, que constituye un paso decisivo en la recepción del Vaticano II al valorar las nuevas agregaciones eclesiales, algo que comenzó con san Juan Pablo II y llevó adelante Benedicto XVI.

La vida como vocación y la familia
En la revitalización de la Iglesia como sujeto de misión, debemos reconocer al Papa Francisco su gran tenacidad a la hora de llevar adelante una reforma concreta de la Iglesia, según la idea fundamental de la «conversión pastoral» (EG 25-33). En este proceso, todas las formas de vida cristiana están implicadas. Contra la cultura de lo provisional, el Papa Francisco anima a los fieles a vivir la vida como vocación. Dedica especial atención al matrimonio y la familia como auténtica vocación que encuentra su fundamento último en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia (Ef 5). La familia, como se afirma en Amoris Laetitia, es un auténtico sujeto de vida cristiana y evangelización (n. 290), capaz de mostrar en el ámbito de la existencia cotidiana la superación de la ruptura entre fe y vida, entre Evangelio y cultura, de la que tanto habló el beato Pablo V (EN 20).

La Iglesia pobre y el cuidado de la casa común
La visión del Papa Francisco nos abre por tanto de par en par a una fe como mirada nueva a la realidad entera y como responsabilidad. Aquí es derrotada una fe "de sacristía", replegada sobre sí misma y reducida al ámbito privado. También la invitación a una Iglesia pobre para los pobres aparece con un profundo sentido teologal. Los pobres son reconocidos como la "carne de Cristo". Son miembros de la Iglesia: «Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente» (EG 198). Su inclusión social forma parte de la evangelización (EG 186-216). La atención a las periferias existenciales y geográficas se convierte así en una forma nueva de mirar la realidad entera, haciendo nuestros los sentimientos que fueron de Cristo Jesús (Fil 2,5).

El mismo juicio de fe podemos verlo emerger en las intervenciones del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común, lo creado, como sucede en la encíclica Laudato si'. Puesto que, a imagen de la Santísima Trinidad, nadie puede concebirse solo, ya que «todo está relacionado» (LS 70, 92, 120, 142). El encuentro con Cristo es lo que enciende en nosotros la pasión por lo humano y por la realidad como bien que custodiar y entregar a las generaciones futuras.

Benedicto XVI decía que la inteligencia de la fe se convierte en «inteligencia de la realidad»; el testimonio y magisterio del Papa Francisco nos muestran su eficacia.
*OFMCap, obispo auxiliar de Milán