El arzobispo de París: en medio del horror, buscaba a Dios

Avvenire
Paolo Viana

No dejarse arrastrar hacia una guerra de religión. Es el mensaje del arzobispo de París, que este domingo celebró una misa por las víctimas, sus familias y por Francia en la catedral de Notre Dame. El cardenal André Vingt-Trois revela en esta entrevista que el viernes por la noche, mientras en las calles aledañas a la catedral se consumaba una terrible masacre, él buscaba a Dios, pidiéndole que diera a los franceses «la conciencia de saber que Él existe, que el hombre no está solo, ni siquiera cuando se encuentra delante de la catástrofe y cuando esta parece no ofrecer ninguna escapatoria». Y pide que no se ceda a la tentación del odio.

Eminencia, su país está en guerra. Una palabra muy dura, inapelable para una conciencia cristiana, pero en este momento todos la pronuncian, a todos los niveles. ¿Qué hace un pastor en un pueblo en guerra?
Ante todo, trata de consolar a los que han sido sacudidos por la muerte y el dolor, sabiendo que las heridas provocadas por los ataques terroristas del viernes noche son muy profundas y laceran la carne de la población francesa, son heridas que necesitarán mucho tiempo para sanar. Ante una violencia así, la Iglesia puede y debe tratar de calmar el dolor, sobre todo expresar la fe que permite superar estas horas tan difíciles. Hoy estamos obligados a contar un inmenso número de muertos, es verdad, pero mirando hacia el futuro ninguno de los vivos deberá ser víctima del odio y del miedo.

Mientras los terroristas disparaban y la gente pedía ayuda en la oscuridad de la noche, ¿usted llamaba a Dios?
Le buscaba y le rezaba. Mucho. He implorado que infundiera en las personas heridas el consuelo de su presencia y que despertase la conciencia de que Él está, que el hombre no está solo, ni siquiera cuando se encuentra ante una catástrofe que parece no ofrecer ninguna escapatoria. Le pedía que infundiera mediante la fe la certeza de que todos los sufrimientos que nos eran impuestos en esas larguísimas horas, hoy incomprensibles, no hayan sido ni sean vanos; y le pedía que toda la población se mantuviera unida en este dolor.

¿Esta conciencia pueda arraigar verdaderamente en los franceses?
La población parisina, los franceses y creo que también los europeos de todas las religiones comprenden que precisamente en estas situaciones hay un deber universal de solidaridad. Las reacciones de estas horas son esperanzadoras. La gente está respondiendo con moderación y templanza, comprende que plegarse a la lógica del odio significa seguir el juego a los que siembran muerte y destrucción, aprovechándose, es evidente, de la religión, instrumentalizando la fe de los creyentes que no se dejan manipular. Este desafío, como están repitiendo también las propias autoridades civiles, se supera no cediendo a la tentación del odio y evitando dejarse arrastrar hacia una especie de guerra de religión. No debemos cansarnos de repetirlo.

¿Ha hablado ya con las autoridades islámicas?
Todavía no, conviene pasar estas horas de luto y emoción, hace falta un poco de tiempo, pero habrá que poner progresivamente a prueba nuestros vínculos y disponernos a recorrer el camino de la fraternidad.

¿Espera una respuesta firme por parte de los musulmanes franceses?
El Consejo francés del culto musulmán ha expresado su rechazo a los atentados terroristas y creo que seguirá haciéndolo.

¿No teme que el fundamentalismo islámico alimente reacciones de xenofobia, acabe con la cultura de la tolerancia que es patrimonio francés, que el odio se inserte en la sociedad francesa, alterando su ADN y dificultando seriamente este diálogo?
El diálogo no solo se alimenta de tolerancia, que por otro lado no es un valor supremo, mientras sí lo es el respeto al otro, la búsqueda de la justicia, el trabajo por la paz… Los atentados quieren acabar con estos valores supremos. Sin embargo, creo que los franceses no se dejan instrumentalizar.

¿No necesitan ayuda?
Por supuesto, y la solidaridad europea se ha desatado sin vacilaciones, confirmando una línea de ruta –ser firmes en la defensa de nuestra dignidad y nuestros valores– y una unidad que debe animar a los franceses, a pesar del legítimo estado de shock en este momento, a proseguir sin desviaciones el camino de la paz y de la fe. Estoy convencido de que Francia tendrá la gracia de superar esta prueba con un corazón firme y sin odio, aunque hará falta tiempo.