<i>Tempestad en el lago Tiberíades</i>.

Elena Cerkasova y el estupor de Dios

Una exposición itinerante en Italia recoge una selección de cuadros de la pintora rusa contemporánea. Un camino que pasa del sometimiento a los estereotipos soviéticos a un encuentro sorprendente con la Iglesia, del que nace una nueva creatividad
Giovanna Parravicini

Coincidiendo con el primer aniversario del encuentro entre el papa Francisco y el patriarca Kiril, se ha puesto en marcha en Italia la exposición de una pintora rusa contemporánea, Elena Cerkasova, que el próximo mes visitará la sede de la Fundación Rusia Cristiana. Se trata de una muestra que también nace de un encuentro, el hermanamiento entre el centro cultural La Aventura Humana en Seregno y la Biblioteca del Espíritu en Moscú, y del deseo de compartir experiencias de belleza y de verdad. Se reunieron el pasado verano en Moscú, discutieron sobre cómo se puede hablar al hombre de hoy, cómo ayudarlo a descubrir el rostro auténtico de la realidad y recuperar la esperanza. Esta exposición es un primer intento de respuesta. Las metáforas poéticas y visuales de Elena Cerkasova no son una forma de evadirse de los dramáticos problemas de nuestros días, sino una contribución para hallar respuestas que no pueden darse por descontado y que toman su punto de partida en referencias como, por ejemplo, el tema del «buen pastor», la alianza entre Dios y el hombre y su armonía para con las criaturas, el abrazo de la misericordia que se encarna en las figuras de Cristo y la Virgen.

En realidad, el camino de Elena Cerkasova, artista muy conocida en Rusia y que expone habitualmente en el extranjero, es en cierto sentido el camino de toda una generación, que desde muy joven sufrió el sometimiento a los estereotipos de la ideología soviética en que fue educada. Con la diferencia de que mientras para la mayoría de la gente de 50-60 años actualmente la protesta inicial se ha ido debilitando y apagando en el escepticismo, algunos -entre ellos Elena- han encontrado en la Iglesia nuevas posibilidades para dar cauce a la propia vida y creatividad.

Las obras de Cerkasova son un intento de expresar mediante las líneas y los colores la nueva percepción de la realidad que el descubrimiento de la fe le ha donado. No tanto porque pinte sujetos sagrados -los temas los toma sobre todo del Antiguo y Nuevo Testamente, de las vidas de santos y de los mártires del siglo XX- sino sobre todo porque llega a representar con viveza y estupor la realidad tal como podía mirarla Dios el primer día de la creación, cuando vio que «era algo bueno». Por eso, además de personas, en sus cuadros tienen mucho protagonismo los animales, las flores, los árboles: todo participa de ese exultar de la vida divina. Antes de cualquier reflexión, en sus cuadros se advierte como una resonancia interior de un acontecimiento sorprendente que sucede delante de nosotros, entre nosotros.

No es casual que, después de que volviera a pintar en los años noventa, después de un largo periodo de silencio, Cerkasova quisiera titular Ecclesia una de sus primeras series. Como recuerda un amigo de su juventud, Leonid Griliches, hoy sacerdote ortodoxo: «La comunidad era nuestra realidad cotidiana. Una realidad completamente nueva, feliz, que habíamos encontrado, descubierto, donde nos incorporamos y que llenó nuestra vida, pasando a ocupar el puesto principal. Huyendo de todas las falsedades y prohibiciones del espacio soviético y postsoviético, nos reuníamos en una pequeña iglesia, angosta, donde estaba la Palabra de Dios, donde estaba nuestro padre espiritual, donde encontrábamos nuevos rostros de personas que compartían nuestra fe y que desde el momento en que les conocimos se hicieron más íntimos que nuestros propios parientes».

A primera vista el lenguaje de Elena Cerkasova puede parecer ingenuo, hasta infantil. Pero luego, en realidad, cuando te adentras en los detalles del contenido, de la composición, de la gama cromática... Al observar los rostros más de cerca, te das cuenta de que su expresividad nace de la mirada, y que no tienen boca; que los motivos ornamentales de las vestiduras y de los fondos son en realidad palabras en paleo-eslavo que recitan los himnos, los salmos, los versículos del Evangelio; te das cuenta del espesor de la tradición artística, cultural y teológica que subyace en este lenguaje pictórico, en los iconos de los bajorrelieves románicos, hasta Chagall. Pero, sobre todo, comprendes las palabras de la artista: «Yo pinto para conocer lo que amo». Es decir, para penetrar en profundidad, para vivir el misterio incomprensible pero presente, tangible, que entreteje cada uno de nuestros días, cada hora de nuestra vida. Así se explica el título de la exposición, "Con los ojos del corazón": una mirada límpida y luminosa, que traspasa la superficie de las cosas para poner en evidencia su esencia secreta, que hace aflorar el milagro dentro de los límites de la rutina de la vida cotidiana, expresado por la presencia ininterrumpida de ángeles que se mezclan con los hombres y con los animales. Es la visión del Reino, donde la palabra cede supuesto al silencio y a la escucha de la Palabra, que envuelve y entreteje todo lo real; y el individualismo deja paso a una convivencia, a una comunión que se basa en la conciencia de pertenecer al Salvador, que se inclina sobre nosotros como el buen samaritano de uno de sus cuadros, cargando sobre su asno el fuego ardiente de una humanidad que retrata en el semblante de un frágil niño.

Pasado, presente y futuro se conjugan en las obras de Cerkasova en una sola dimensión, la de Dios. Así, junto a ella podemos releer todo el Antiguo Testamento como un presagio de la salvación (uno de sus personajes preferidos es Jonás en la ballena, aunque también encontramos numerosos temas relacionados con Noé, el arca y la alianza); podemos revivir los milagros realizados por Cristo, quedar fascinados con las mujeres a las puertas del sepulcro vacío, con el resplandor cándido y ardiente del ángel que está de guardia; podemos vagar por los desiertos en llamas junto al eremita Gerásimo que amansó al león, o caminar por la nieve con san Serafín de Sarov, con el oso y las liebres saltando a su alrededor, y encontrarnos con la madre Marija Skobcova, que murió en las cámaras de gas de Ravensbruch; y podemos finalmente contemplar la visión de los justos en los brazos de Dios, y Adán y Eva que regresan al Paraíso, espléndidos con sus vestiduras reales. Habitantes del cielo, ciudadanos de la Jerusalén celeste; el largo camino de Elena Cerkasova llega hasta el umbral de esta morada, de la que todo lo que existe es símbolo y presagio.