Huellas N.3, Marzo 2011

El único instrumento válido

Vamos a ver, ¿qué significa juzgar? ¿Y por qué es tan urgente la tarea que nos señala el Papa: «que la inteligencia de la fe se convierta en inteligencia de la realidad»? No lo tenemos tan claro. En el fondo pensamos que esto concierne a los intelectuales. Si “la realidad” es algo tan indefinido que acaba siendo abstracto, el discurso puede valer, pero cuando tocamos tierra –casa, trabajo, política– no nos sirve. Casi sin darnos cuenta nos desviamos por otro camino, pensando que juicio y conocimiento coinciden con un análisis de los datos, a menudo sofocante y agotador. Como si reordenando todas las piezas del rompecabezas pudiéramos resolverlo y decir al fin: «he entendido».

Lo malo es que no funciona. Cuando intentamos hacerlo, por ejemplo ante los tumultos y los cambios del Norte de África, comprobamos que no basta con “acumular informaciones” para entender. Puedes tener en la mesa todas las piezas del despertador y no entender el sentido y la finalidad que tiene, como escribe don Giussani en uno de los ejemplos más sugerentes de El sentido religioso. Algo falta. Hace unos días, un  universitario contaba su intento de comprender mejor los hechos que relata la prensa diaria. Se pasó el fin de semana leyendo periódicos, una gran cantidad de periódicos. «El domingo estaba más confundido que antes». Le faltaba un criterio para juzgar lo que leía.
No basta el análisis para salir de la confusión. Si somos leales, sabemos que al correr detrás de todo lo que dicen los demás y al prescindir de lo que somos, cambiamos de “método”, como nos advierte Carrón, tomamos un camino distinto de lo que propone Giussani en El sentido religioso: juzgar a partir del “corazón”, de la necesidad que nos constituye, de nuestras evidencias y exigencias originales.
El juicio empieza tomando en consideración el corazón y Quién lo despierta una y otra vez. Ese es el instrumento válido que nos permite afrontar todo. El juicio empieza considerando nuestra necesidad radical y la presencia de Aquel que tiene la pretensión de satisfacer el corazón humano, atrayéndolo y alentándolo a comprobar qué es lo que le corresponde.
Si renuncias a comprobarlo, la confusión avanza. Si sigues esta sugerencia tratas a las cosas de manera distintas, tratas de otra manera a tu mujer, a tu trabajo, a la enfermedad, incluso a la política. No es que de repente lo entiendas todo como un libro abierto, pero ya no te asustas, no sucumbes a la confusión que paraliza. Los problemas no se resuelven como por arte de magia, pero tú estás en las mejores condiciones para afrontarlos. En lugar de tener ganas de huir, sientes el gusto de afrontarlos. En fin, eres libre.

No se puede vivir sin esta libertad. Es preciso que cada uno juzgue en primera persona, aprendiendo a utilizar esa brújula que es la “experiencia elemental”, el conjunto de exigencias y evidencias que nos constituyen. Lo intentamos en este número al hablar del libro del Papa sobre Jesús de Nazaret, del Norte de África o de lo que sucede en nuestras comunidades en América Latina.
La verdad es que nos conviene, porque así se enfoca poco a poco la realidad, se aclaran las ideas y la incertidumbre deja paso a la claridad personal. Uno puede caer y equivocarse, pero camina. Podemos entrar a juzgar las cosas sin dejarnos fuera lo esencial, nosotros mismos. Y se puede comprender lo que encierran, porque hay Alguien que nos comprende a nosotros mismos.