Los alumnos kazajos con Mariella Carlotti <br>en Florencia.

En camino, de los Apeninos a la estepa

Paola Bergamini

Liubov llevaba tiempo pensando en proponer a sus alumnos mayores un viaje a Italia. Les da clase desde hace seis años y con algunos ha nacido en este tiempo una amistad increíble. «Las clases, los descansos, el estudio juntos. Todo se ha convertido en ese lugar privilegiado de la realidad donde la mirada de Dios provoca a mi libertad». Así, hace tres años les invitó a las vacaciones con la comunidad kazaja. «Aceptaron y cada vez se fueron implicando más en esta amistad, aunque algunos de ellos son de tradición musulmana o atea. Luego, el encuentro con Eugenio Nembrini hizo nacer en ellos el deseo de estudiar la lengua italiana. Ha sido todo un crescendo. De aquella historia nació la idea de este viaje: mostrarles y hacerles encontrarse con la Belleza de Italia que yo ya había visto. Llena de historia, de arte y de amistad». Por tanto, mucho más que un simple viaje de estudio.

En enero se puso en contacto con su querido amigo Claudio, que durante tres años dio clase de italiano en Kazajistán. Durante meses intercambiaron correos electrónicos para prepararlo todo, sin dejar nada al azar. A mediados de julio, esperando a los seis chavales que llegaban acompañados por Liubov y su compañera Katerina, estaban Claudio, su ex compañera Luisa, y Giorgia, una alumna de enseñanza superior. Catorce días de gira por Italia. Milán, Sicilia, Roma, Florencia y Siena fueron las etapas elegidas para esta aventura. «Guiados por Claudio, “releímos” las páginas de una historia milenaria donde el grito de felicidad y significado del corazón del hombre se encarnaba en las piedras del templo de Segesta y en el panorama que se contempla desde el anfiteatro de Siracusa. Por todas partes vimos de lo que es capaz el hombre que cree en Cristo vivo». Una belleza que conmueve, compromete y suscita preguntas, como la de Vlad: «¿Por qué no es posible mirar la belleza y sencillamente disfrutar, por qué hay que ir hasta el fondo?».

Un anhelo que no te deja en paz, que te hace abrir los ojos a la Verdad. En Roma, Karina, que es musulmana, viendo a los peregrinos que llegaban a San Pedro y escuchando la oración del Papa por los cristianos perseguidos en Iraq, dijo: «En todo el mundo hay pocos momentos como este, donde los hombres se reúnen para el Bien». A media que pasan los días, el viaje se convierte en el descubrimiento de que la verdadera amistad ayuda a estar dentro de la realidad, con todas las preguntas y necesidades que cada uno tiene y que poco a poco emergen en los diálogos que surgen por la noche o después de haber visitado alguna ciudad. Claudio, Liubov y los demás adultos no tienen respuestas precocinadas, ellos también se sienten interpelados para ir al fondo del significado de las cosas. Al volver de Siena, los chicos preguntan cosas como estas: «¿La belleza hiere?»; «¿La política puede ser algo bello cuando es un deseo total de bien para los demás, no solo para mí?»; «¿Cómo puedo conservar esta inaudita belleza?».

Florencia es la última etapa. Cena con Mariella, que les había acompañado durante la visita. Les pregunta qué se llevan a casa de este viaje. Madina: «Vine para conocerme a mí misma. Italia es otro mundo, no puedo compararlo al lugar donde vivo. El encuentro con la Belleza que he visto aquí ha despertado algo en mí. Ha sabido desvelarme la belleza de mi país». Dascha: «Yo venía con la cabeza hecha un lío por lo que estoy viviendo en mi familia, en relaciones que me atormentan. Conocía Italia por la televisión, pero aquí se me ha desvelado otra Italia, a través de personas que me han hecho gustar de la belleza. Todo eso ha puesto en orden mi cabeza». Anna: «Yo venía por la sencilla razón de encontrar un lugar donde continuar mis estudios. Pero este objetivo cambió enseguida. Ahora quiero ver la belleza allí donde yo esté».

La última noche antes de volver a Kazajistán los chicos vuelven a plantear un montón de preguntas: sobre sí mismos, sobre sus estudios, sobre la relación con el mundo. Antes de partir, Claudio le dice a Liubov: «Observando a los chicos, se ve que la belleza puede herir, pero también puede abrir un mundo nuevo. Es un camino. El verdadero desafío después de este viaje es: “¿Con quién quieres ‘viajar’ en el estudio, en el trabajo, en las relaciones? ¿Quién o qué te corresponde más?”». Un desafío para todos.