Los chicos durante un paseo.

Diez chavales en el Monte de Moisés

Stefano Giorgi

Tras el Triduo de GS, cuatro jóvenes de Beirut volvieron a casa cambiados. Para ellos fue un nuevo inicio. Hasta tal punto que decidieron proponer unas vacaciones para verificar qué podía nacer de su respuesta personal a lo que habían vivido en Rímini.

Una invitación, un descubrimiento y un camino. Francesco, Charbel, Dominique y Kasisser tomaron en abril un avión en Beirut, la ciudad en la que viven, para participar en Italia en el Triduo de GS. Ante las palabras del padre Medina: «Lo que os puedo decir es que estoy conmovido por estar aquí, conmovido por ver a tantos hombres que se reúnen para vivir, participar, escuchar, sentir la poderosa Presencia que ha cambiado, que cambia mi vida, tu vida. Él está aquí y viene una vez más para despertarme, a mí y a ti», Francesco sintió un sobresalto. Lo explica: «Era lo que estaba esperando, y estaba ahí para mí». Los tres días que pasaron juntos y la hospitalidad de los chicos y las familias de GS en Brianza hicieron que los cuatro jóvenes libaneses llegaran a decir: esto es un nuevo inicio para nosotros. En un año difícil, durante el cual algunos de sus amigos se habían marchado, aquella semilla, aquel nuevo inicio, no se podía negar.
Por eso quisieron correr el riesgo de proponer unas vacaciones para verificar, mediante una convivencia, lo que podría generar su respuesta a la propuesta que les habían hecho en Rímini. Pensaron en todo: el sitio, las excursiones, los juegos. Y así, del 26 al 29 de julio, en Adonis-Byblos, en las montañas del Líbano, tuvieron lugar las primeras vacaciones de GS. Diez jóvenes libaneses, acompañados por tres adultos que desde hace unos años seguimos la experiencia que ellos están haciendo.

Empezamos con una asamblea: ¿qué camino hemos hecho? ¿Por qué nos hemos quedado en esta compañía? Fida toma la palabra: «¿Por qué estoy aún aquí? Porque aquí cada vez entiendo mejor el movimiento que me hace descubrir que el Señor está». Añade Dominique: «Este descubrimiento me ha hecho más libre, las cosas me interesan más, y soy más capaz de una amistad que ni siquiera tengo con gente que conozco desde los catorce años».

Una sorpresa y un camino. Las excursiones, bajo un sol abrasador, terminan con cantos en italiano. Las noches se dedican a gestos de la tradición libanesa en los que siempre se refleja un diálogo continuo para comprender mejor lo que estaba sucediendo, comparándolo todo con las palabras que Carrón dirigió a los bachilleres que participaban en el Triduo: «Os deseo que encontréis cada vez más amigos que, como el décimo leproso, no se contenten con nada que sea menos que su Presencia, su amistad».
En la asamblea final, Dominique explica: «Durante la excursión al monte de Moisés, entré en crisis y cada vez que me paraba esperaba que alguien llegase para tomarme del brazo. Al mirar atrás veía a Stefano, que iba peor que yo, pero se paraba siempre conmigo y me ayudaba a ir hasta el fondo. La verdad es que estaba cansado y bloqueado, pero gracias a él llegué a entender que nunca estamos solos. Que Jesús está presente, y eso es algo que puedes experimentar allí donde estés».
Sólo por eso Francesco puede volver a mirar lo que ha sucedido y decir que todo es ocasión para dar un nuevo paso y volver a despertar. Las vacaciones han terminado, pero el camino continúa.