Un dedo señalando al corazón

Pigi Bernareggi es uno de los primerísimos alumnos de don Giussani en el Berchet. Desde hace cincuenta años es misionero en Brasil. Ha visitado el Centro Cultural de Milán para contar cómo empezó todo y cómo continúa ahora. En cada instante
Luca Fiore

Un dedo que te señala y una voz que te dice: «¡Tú!». Esta es la imagen de Pigi Bernareggi, misionero desde 1964 en Belo Horizonte, Brasil, utiliza para describir el «huracán» que don Giussani fue en su vida y en la de sus compañeros del liceo Berchet de Milán. «Nunca nadie te decía "tú", en cambio él nos tomaba en serio como hombres. Y nos exigía que, como hombres, tomáramos en serio esta llamada a nuestra humanidad».

Hoy, a los 78 años, todavía se siente señalado por aquel dedo. No como un recuerdo, sino como algo que está sucediendo ahora. También con los sintecho de Belo Horizonte, con los que lleva varios años trabajando. Así lo testimonió la semana pasada en un encuentro organizado por el Centro Cultural de Milán, un diálogo con Davide Perillo, director de la revista Tracce. En la platea, los amigos de GS de los años cincuenta y sesenta, pero también los de hoy, esos que a nunca oyeron hablar a don Giussani. En 1954, Pigi era un descendiente de la burguesía milanesa, hoy es uno de esos sacerdotes de la periferia a los que tanto quiere el papa Francisco.



Para describir cómo le señalaba aquel dedo, lo comparó con el dedo pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina tocando el dedo de Adán y dándole vida. «Una vez, Rosetta Brambilla (también misionera en Brasil, ndr) me contó que en la fiesta de su guardería había aparecido uno de los jefes del narcotráfico local. Ella lo estuvo mirando todo el tiempo y él se molestó. "¿Por qué me mira así?", le preguntó. Y ella le dijo: "Porque veo a Dios dentro de usted". Respuesta: "¿Pero usted sabe quién soy yo?". "Sí, lo sé". Y él: "¿Puedo volver mañana para hablar con usted?". Nunca volvió porque lo mataron aquella misma noche. Pero es un ejemplo de que cuando nos sentimos mirados así, sentimos renacer toda nuestra humanidad. Porque Cristo murió por todos, no solo por los buenos cristianos».

«¿Qué esperabas al partir hacia Brasil?», pregunta Perillo. «Yo crecí en un ambiente en que se tomaba en serio el tema de la vocación, sin ningún pudor. Empecé a ir al grupo de los lunes (los encuentros que don Giussani tenía con los que querían verificar una vocación virginal, ndr) en segundo curso. Un día estábamos en Madonna di Campiglio, mirando el atardecer en los Dolomitas. Parecía que iban a salir ardiendo. Estábamos todos allí, en silencio. Don Giussani se acercó y me dijo: "Oye, ¿no te gustaría ser cura en Brasil?". "¿Pero lo dices en serio?", le dije. "Sí, piénsalo y me dices". No pegué ojo en toda la noche. Fui a verle en el desayuno. "¿Qué has decidido?", me soltó. "No tengo nada en contra". Así que me fui a Brasil porque no tenía nada en contra».

El director de Tracce citó entonces la carta del Papa Francisco a Carrón: «Nos acercamos a los pobres, no porque sepamos ya que el pobre es Jesús, sino para volver a descubrir que ese pobre es Jesús». ¿Qué descubre don Pigi al acercarse a los pobres? «Ese dedo índice lo siento siempre en mi nariz. Desde que me levanto por la mañana. Es como si ese Jesús al que conocí gracias a don Giussani y otros amigos siguiera solicitando mi humanidad. Me viene a la mente la fórmula de un antiguo rito de la misa: "Subiré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud". No vivimos en el pasado ni en el futuro, sino en el flujo del instante de nuestra existencia. Por eso se puede renacer a cada instante, a cada instante eres hecho nuevo. Esto es lo que yo descubro. No por ser misionero en Brasil sino porque sigo sintiéndome señalado por aquel dedo».

Pigi Bernareggi con Davide Perillo

Perillo pregunta: «¿Nunca afrontas las cosas pensando que te basta con lo que ya sabes?». Las referencias literarias giussanianas emergen continuamente en la memoria del misionero. «El Ulises de Dante, que desafía a las Columnas de Hércules, es una de las imágenes más bonitas para describir qué es el hombre. No es cierto que todo tenga que seguir igual. No es verdad, porque yo nunca soy el mismo. Y el otro tampoco. Formamos parte de este flujo de la realidad pero somos protagonistas porque Dios nos está haciendo en este instante». Entonces Bernareggi recordó uno de los episodios más dolorosos de su vida y de la historia de CL, cuando tras la tempestad de 1968 los amigos con los que se fue a Brasil decidieron abandonar el movimiento. «Nunca tuve la impresión de haberme quedado solo, siempre me ha acompañado ese dedo señalándome. No era recuerdo, sino memoria».

«¿Y qué es lo que más te llama la atención de este Papa?». «La idea de una Iglesia en salida. A los de GS nos enseñaban a vivir en la escuela, en el propio ambiente, no encerrados entre los muros de casa o de la parroquia. La Iglesia en salida es un coro que actúa en medio de la gente. En la escuela, en la universidad, con los jóvenes trabajadores, en los asentamientos. Espero que hoy los grupos de Fraternidad no sean lugares cerrados. No es verdad que en Brasil tengamos una situación privilegiada. El propio ambiente empieza entre las cuatro paredes de tu casa».

Bernareggi destaca la idea de "periferia", de «redes de humanidad que se expanden desde las favelas hasta el centro de la ciudad». En estos años ha trabajado para que las favelas no fueran eliminadas («ayudan a la ciudad a ser ella misma, están en función de la ciudad»), sino urbanizadas. Y ahora, gracias a su trabajo, existen leyes en Brasil que garantizan la existencia de las favelas. Pero, aclara don Pigi, antes de cualquier otro "hacer" está la llamada a vivir la comunidad cristiana. Esta es la principal urgencia. Además, habría que conocer mejor la Doctrina social de la Iglesia, de las que pocos saben algo».

La última pregunta de Perillo se refirió al momento actual: «¿Qué efecto causa en ti estar aquí después de sesenta años, en esta sala donde tantas veces has oído hablar a don Giussani? ¿Qué efecto te produce ver que el movimiento sigue vivo?». «Todos estamos en movimiento. La palabra "movimiento" no puede indicar una pertenencia cerrada sino el hecho de que cada uno está en movimiento. Hay una evolución de la que debemos sentirnos parte. No porque seamos buenos sino porque Cristo nos abraza. La misericordia presupone por un lado un corazón, el de Dios, y por otro una miseria, que es la nuestra. La misericordia es nuestro lugar. Pero esto nos supone una gran responsabilidad. Jesús habría podido cambiar el mundo con un soplo, pero decidió ponernos aquí, y el cambio del mundo llegará, poco a poco, a lo largo de las generaciones. Esto me da paz. Me siento bien dentro de esta dinámica».