Manhattan y esa grieta por la que entra la luz

Baja el telón después de un fin de semana intenso. Pero nada indica que algo haya terminado sino todo lo contrario. La novena edición del “meeting” en la Gran Manzana abre paso a un camino de amistad y esperanza
Davide Perillo

«Un encuentro lleno de encuentros». Los voluntarios recogen las sillas del Manhattan Pavillon para preparar el auditorio para la fiesta final. Angelo Sala, uno de los organizadores del New York Encounter, resume en esas cinco palabras los dos días y medio que han pasado. Veinticinco actos, cuatro exposiciones, 41 invitados, 313 voluntarios y un hilo conductor: la realidad. Esa que tenemos delante todos los días, que llama a nuestra puerta como y cuando quiere, muchas veces con el rostro de un dolor o una fatiga, pero que siempre lleva dentro una promesa de infinito bien. “Reality has never betrayed ne”, la realidad nunca me ha defraudado, recita el lema de la edición de este año (la número nueve en la historia de ese evento neoyorquino). Es una frase –famosa– de don Giussani, pero también es un desafío para todos. «Así es, y podemos decir que los que han venido han aceptado este desafío», dice Sala: «Todos se han puesto en juego y hemos podido encontrarnos de verdad». Tal como les había deseado el Papa, que en su mensaje (que llegó con la firma del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado) les había pedido «ofrecer una contribución a la cultura del encuentro, esencial para el futuro de nuestra familia humana».

El camino se abrió el viernes por la noche con un testimonio que impactó a todos. Richard Cabral, actor de cine (The Counselor, A Better Life) y televisión (American Crime), pero también antiguo miembro de una banda en Los Ángeles. Los primeros veinticinco años de su vida transcurrieron entre el consumo de crack, penas de cárcel y huidas. Hasta el encuentro que le cambió por completo. Con el padre Greg Boyle, jesuita responsable de un programa de rehabilitación para los presos. «Me miró como nunca nadie lo había hecho», recuerda Cabral conmovido. Sin partir de los límites, de los errores. La mirada de un padre. Algo capaz de darle la fuerza necesaria para cambiar de vida. Sin censuras ni rebajas, «porque si he madurado y hoy puedo compartir con vosotros mi experiencia es por lo que me ha pasado». Las novecientas personas que se daban cita en la sala aplaudieron impactadas. Pero aún impactaba más verle pasear, al día siguiente, por los estands del pabellón, todo despertaba su curiosidad.

Lo mismo se puede decir de otros muchos invitados. Brian Grim, presidente de la Religious Freedom and Business Foundation, que ya participó en el último Meeting de Rímini, no se perdió ni un acto del encuentro, ni antes ni después de su intervención en un panel que se preguntaba cómo la economía puede recuperar «un objetivo verdaderamente humano». Junto a él, Joseph Kaboski, economista de Notre Dame; Paolo Carozza, jurista de la misma universidad y director del Kellogg Institute; y Carolyn Woo, presidenta saliente del Catholic Relief Service (una “Cáritas” americana). Hablaron de desarrollo, del Papa, de la brecha que existe entre la situación real y el ideal que reclama Francisco. Pero sobre todo se midieron con su experiencia personal, que emerge en sus respuestas, que nunca pueden darse por descontadas. Como cuando Woo, que en los últimos diez años ha vivido lado a lado el dolor de los miles de personas que ayuda con los proyectos de su asociación, admitió: «Estoy de acuerdo con esta frase de Giussani, pero no puedo decir que la entienda del todo. En un mundo en el que hay tanto sufrimiento, la pregunta se hace más aguda».

La tarde del sábado vuelve a hablarse de dolor, de guerra y de una humanidad que defender. Monseñor Giampietro Dal Toso, ex secretario de Cor Unum y actual secretario delegado del novísimo Dicasterio para la Promoción integral del Desarrollo humano (recién nacido en el Vaticano), contó qué significa en ciertos contextos vivir «anclados a una Presencia». Para mostrar el papel de los cristianos en un Oriente Medio martirizado, empezó hablando, por sorpresa, de Miriam, una niña iraquí que tuvo que salir huyendo de su casa en Qaraqosh, Iraq, pero que había perdonado a sus perseguidores del Isis. «Esta situación es atroz», señaló Dal Toso: «Pero para la Iglesia puede ser la ocasión de entender mejor su naturaleza. Cuando todo cae, hay que volver a lo esencial».

Lo esencial emergió también en los testimonios de Dan Jusino, fundador de Emerge –programa de rehabilitación para presos–, que debía haber compartido el escenario con Steven McDonald, el policía que quedó paralítico después de un tiroteo hace treinta años. Pero Steven murió tres días antes del Encounter. No pudo contar por qué perdonar a su asaltante le había permitido vivir una existencia llena de gracia, aun en una silla de ruedas. En cambio él también fue una presencia en la sala, y no solo en los momentos en que se le recordó.

El sábado también se vio un hermoso diálogo entre Michael Waldstein, teólogo de la Ave Maria University (y amigo desde hace tiempo de la comunidad americana de CL) y un John Waters en plena forma. Discutieron sobre la frase de Giussani que servía de lema junto a José Medina, responsable de CL en Estados Unidos. En un contexto en que todos nos encontramos descolocados, perdidos, «como si viviéramos siempre en otra parte», ¿qué permite ensanchar la mirada, reconocer la positividad de la realidad?

La misma pregunta que, entretanto, interpelaba a los que, en la quinta planta del palacio, visitaban la exposición “I see what you see, but I see more” (“veo lo mismo que tú, pero yo veo más”, con obras de seis fotógrafos, entre ellos Tony Vaccaro y Giovanni Chiaramonte), las muestras dedicadas a los santos americanos y a la pedagogía de don Giussani. O los que se sumergían en otra exposición, original y poderosa, cuyo título era el verso de una canción de Leonard Cohen: “There's a crack in everything. That's how the light gets in”, en todas las cosas hay una grieta y por ahí entra la luz. Tres pantallas en una sala proyectaban un video de veinticinco minutos con fragmentos de cuarenta entrevistas donde otras tantas personas normales y corrientes contaban su vida, el momento en que esta gracia se abrió camino ante ellos, incluso a través del dolor.

El sábado por la tarde estaba todo lleno. Encuentros, abrazos. Gente que abarrotaba el auditorio para asistir al encuentro entre Timothy Dolan, cardenal arzobispo de Nueva York, el jesuita Matt Malone y Claire Vouk, una estudiante que contó cómo los santos americanos, que estudió para la exposición, han terminado convirtiéndose en amigos para ella. Gente que buscaba sitio para el concierto con música de Chris Vath. También se habló de comida, de trabajo, con un testimonio del empresario social venezolano Alejandro Marius; del camino sorprendente que llevó a Tom Colucci, exbombero, a entrar en el seminario después del 11-S; y de Flannery O'Connor, releída por Greg Wolfe.

Pero el grueso llegó el último día, el domingo, después de la misa con el cardenal Sean O'Malley, arzobispo de Boston y otro gran amigo del Encounter. Por la mañana se habló de los mayores, luego de ciencia (al más alto nivel, con el astrofísico Luca Matone, que habló sobre las ondas gravitacionales, y Polly Matzinger, que ha revolucionado el estudio del sistema inmunitario). Por la tarde, un estreno total: la presentación de Disarming Beauty, traducción al inglés de La belleza desarmada, que se publicará en mayo.

En el escenario, Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL (y autor del libro), y Joseph Weiler, famoso jurista, judío, neoyorquino e invitado fijo del Meeting de Rímini, que para llegar a tiempo tuvo que hacer veintidós horas de vuelo desde Singapur. Y que empezó explicando que, después de un terrible 2016 por la crisis europea, el terrorismo y el caos migratorio, «la primera impresión es que este libro es un bálsamo para el alma», algo que llega «exactamente en el momento justo». Weiler va al centro de la cuestión. Explica por qué la selección de artículos de Carrón «tiene dos públicos: se dirige a los cristianos, planteando la pregunta sobre la fe, sobre la importancia que tiene hoy, y al mismo tiempo es misionero, habla de la relación con los otros, señala algo que va más allá del cristianismo».

Carrón responde hablando del libro, de cómo nació precisamente para responder a los desafíos del momento, para verificar «si esta crisis puede ser una oportunidad para todos y si la fe, aquello en lo que creo, puede aceptar el desafío en la plaza pública o solo afecta a mi intimidad. ¿El cristianismo todavía tiene algo que ofrecer o no?».

Hablan de terrorismo, del vacío que encuentran los jóvenes inmigrantes en Europa y que deja espacio a la violencia. Weiler destaca el papel de la responsabilidad personal, porque «parece que toda la culpa es de la sociedad, pero no es así». Y Carrón responde abrazando su argumento: «Un padre, para serlo, debe ofrecer a su hijo una hipótesis de vida. Nosotros venimos al mundo sin instrucciones sobre la vida, sobre su valor. Debemos descubrirlo poco a poco, recibirlo». De otro modo, «estaremos condenados a vivir de reacciones, cuando hace falta una hipótesis de trabajo».

Asaltan otros temas: la Europa secularizada, el paralelismo con el imperio romano («donde el cristianismo floreció no por teorías sino por la novedad de vida que los cristianos llevaban, por el modo en que afrontaban los mismos desafíos que todos», apunta Carrón), el testimonio, los valores, la familia. Weiler pregunta si es verdad o no que CL ha tomado distancia de la política y el poder, y Carrón responde que la cuestión «es qué concepción se tiene del poder: si sirve a la sociedad o a ti mismo». Luego llega el turno de la educación, la escuela, la libertad… Hasta la última provocación: «¿Qué quiere decir para ti una presencia?», pregunta Weiler. Y el responsable de CL responde citando la liturgia de Navidad, «lo invisible que se ha hecho visible. Solo un encuentro presente puede mostrar qué es el cristianismo. Desde el principio, desde Juan y Andrés».

Llegó la hora de vaciar la sala y de volverla a llenar para el gran final. Con Riro Maniscalco, presidente del Encounter, que moderó un debate sobre el sueño americano con dos periodistas de gran peso: Rusty Reno, director de First Things y antiguo profesor de teología y ética, y David Brooks, editorialista del New York Times, un rostro de la televisión, ensayista y docente en Yale. Un diálogo que pasó de la belleza a la «debilidad psicológica»; de la «distracción continua» a la que parecemos estar condenados (Reno) al miedo que atenaza sobre todo a los jóvenes («que a los veinte años invierten poco en amistad y demasiado en otras cosas», observa Brooks, y por eso siguen siendo tan frágiles); de la gracia a la libertad («no esperaba oír hablar de tantas cosas en una reunión de gente católica», admite Brooks); de la «falta de solidaridad» como uno de los problemas más serios hoy (Reno) a la necesidad de recuperar un «significado para la vida común» (Brooks). Muchas sonrisas y algún que otro sobresalto en la silla cuando el editorialista del NYTimes, después de constatar que «hay pocos sitios donde se hable de las cosas que realmente importan», rinde homenaje a su estilo al público de esta realidad que acaba de conocer pero que evidentemente le ha impresionado precisamente porque aquí se habla de estas cosas: «Quién sabe, quizás a la sociedad americana le vendría bien un partido de cristianos demócratas...», dice entre risas. Aunque deja claro que no se refiere solo a la política.

«Llegamos a la última etapa del Encounter, pero es un inicio», observa Maniscalco al clausurar la velada. Tiene razón. Es el inicio de una relación, de una amistad. De un trecho de camino que hacer juntos, con los que han venido y quieren continuar lo que han visto estos días. «Un encuentro lleno de encuentros», en el corazón de Manhattan.