Padre Ibrahim Alsabagh con los niños de Alepo.

Una unidad más fuerte que las bombas

El padre Ibrahim Alsabagh, párroco de Alepo, ha presentado esta semana en Italia un libro publicado por Ediciones Terra Santa con el título Un istante prima dell'alba. Siria. Cronache di guerra e di speranza da Aleppo (Un instante antes del alba. Siria. Crónicas de guerra y de esperanza en Alepo). Y lo hizo narrando el drama que está viviendo esta ciudad siria y la esperanza que portan los hermanos franciscanos con la entrega total de su vida a Dios. Un testimonio impresionante, dos horas que nos mantuvieron con la respiración contenida, sus palabras y las imágenes que proyectaba nos llevaron por las ruinas de Alepo, casi sentíamos las bombas estallando inesperadamente por doquier, entrando en las casas…

Fue sin duda un hecho excepcional, el padre Ibrahim nos mostró la ciudad fantasma en que hoy se ha convertido Alepo, nos explicó qué significa vivir sin agua ni electricidad, nos hizo tomar conciencia de lo que supone la falta de empleo, puesto que la industria siria ha quedado destruida y mucha maquinaria ha sido robada o trasladada al extranjero. Nos describió el terror que se vive debajo de los bombardeos. Subrayó las múltiples formas de depresión que sufren sus vecinos, sobre todo mujeres y niños. Y la falta de atención médica especialista.

Habló de la ausencia de una asistencia médica, de muchos padres y madres enfermos, del poco dinero del que disponen para comprar medicinas o dar de comer a sus hijos. También abordó el análisis histórico-político, afirmando con gran claridad que Siria es hoy objeto de atención de los servicios de inteligencia de las grandes potencias, llegando a afirmar explícitamente que «esta guerra no es una guerra del pueblo sirio».

Tampoco dudó en describir la fuerza destructiva que tiene el mal y cómo agranda las ya grandes heridas propias de la guerra. Pero el padre Ibrahim quiso comunicar un dato claro y sobrecogedor: que en Alepo hay vida y que todos los días la vida vence a la muerte. Mostró esta vida en todas sus facetas, pudimos ver momentos de fiesta, comuniones, bodas, cursillos de novios, labores de reparación en las casas dañadas para dejarlas aún mejor que antes, el reparto de comida para familias pobres, los niños de catequesis jugando con las banderas del Isis al fondo, las iglesias llenas de gente con un rostro alegre, como el suyo.

Este fue el aspecto más extraordinario del testimonio del padre Ibrahim, su mirada, que hoy, en una Alepo destruida, es capaz de reconocer la vida que allí existe. Una unidad de hombres y mujeres que encuentran la fuerza necesaria para vivir de la fe en un grupo de hermanos franciscanos que han decidido quedarse en Alepo. Lo más clamoroso y conmovedor del padre Ibrahim es que para él la vida de la comunidad cristiana en Alepo es más real, más incisiva, más determinante que el mal de la guerra.

En sus palabras y en su mirada no hay ni un atisbo de titubeo. Lo que está pasando en Alepo es mucho más que los soldados de Assad y los soldados yihadistas que no respetan la tregua. La guerra no consigue frenar la vida, es más, la vida encuentra siempre gracias a la fe nuevas formas de expresión. Todos nos imaginábamos una población escondida en los sótanos o en refugios improvisados, pero es todo lo contrario. Estos hermanos reúnen a la gente, viven con ellos, crean gestos de convivencia, les hacen partícipes de la alegría de la vida que sabe afrontar incluso el dolor y la muerte. Hasta tal punto que el padre Ibrahim llega a decir que «morir juntos en oración es mejor que morir solos en casa».

En Alepo todo está destruido, las casas y las iglesias son continuamente bombardeadas, pero la gente vive. Pocos hablan de esto, por eso hay que dar gracias a este sencillo fraile que, gracias a la experiencia que vive con sus hermanos, nos muestra hoy cuál es el signo de la esperanza para esta ciudad fantasma. El padre Ibrahim habló durante dos horas de esperanza, y es evidente por qué: porque la ve en acto, la ve viva, y sabe que esa unidad que nace entre la gente es más fuerte que las bombas, y que es obra de Dios.

La conclusión del padre Ibrahim era su gratitud a todos los que le ayudamos a vivir con nuestra oración, y nos pidió insistentemente que siguiéramos rezando para que «la solución para Alepo, para Siria y para todos los problemas de mundo sea ofrecida por personas que rezan con el corazón».
Gianni, Abbiategrasso