Cárceles sin carceleros. Porque nadie huye del amor

¿Qué tienen en común un dirigente de Fiat y el presidente de APAC, la red de cárceles sin carceleros nacida en Brasil, un juez y un ex preso? Que todos viven la certeza de que el otro es un bien, hasta tal punto que Daniel, el ex preso, al término del encuentro afirmará: «Es como si Dios hubiera dicho: evangeliza a los presos porque ellos son un bien para mí».

El punto central de este encuentro celebrado en el auditorio del Meeting ha sido APAC, el circuito penitenciario puesto en marcha en Brasil con un bajo nivel de vigilancia. En él han participado Cledorvino Belini, responsable de Desarrollo en el Grupo Fiat Chrysler Auto en América Latina; Valdeci Antonio Ferreira, director de la Fraternidade Brasileira de Assistencia aos Condenados in Brasile; Luiz Carlos Rezende e Santos, juez de lo penal en el Tribunal de Justicia de Minas Gerais en Brasil; y Daniel Luiz da Silva, un ex preso que ha conmovido a todos los presentes. Moderaba el encuentro el vaticanista de La Stampa Andrea Tornielli.

«Este encuentro –comenzó diciendo Tornielli– entra en el corazón del lema “Tú eres un bien para mí”, distinguiendo entre la persona y su culpa». APAC es una cárcel sin carceleros. Las llaves de la estructura están en manos de los “recuperandos”, así se llama a los presos transferidos a APAC, donde también trabajan voluntarios. Es una entidad civil sin ánimo de lucro. En Brasil existen 147 centros, vinculados a la fraternidad que preside Ferreira, quien afirmó que «ver una sala tan llena nos da la certeza de que no todo está perdido para las cárceles en Brasil y en todo el mundo». A los 21 años visitó por primera vez una cárcel y después de tres años de trabajo en centros penitenciarios descubrió el método APAC, ideado por Mario Ottoboni. Ferreira tuvo que luchar contra los prejuicios y las amenazas de muerte. «Nada de eso pudo nunca con mi deseo de ayudar a nuestros hermanos encarcelados». Este método se sigue hoy en 23 países. «También aquí, en Rímini, con dos experiencias en el centro Papa Juan XXIII. Una persona que sufre, que ha sido abandonada, en cualquier parte del mundo, es responsabilidad nuestra».

«Como juez –Tornielli se dirige ahora al juez Santos–, ¿por qué creyó y cree en esta iniciativa?». «Ante una platea tan numerosa, respondo con unos versos del poeta Pessoa: “Todo vale la pena si el alma no es pequeña”». Los APAC nacieron en los primeros años setenta, cuando un juez, considerando las pésimas condiciones de un centro penitenciario, autorizó a un grupo de voluntarios que colaboraban con Ottoboni hacerse cargo de los presos. El tribunal creyó que la experiencia podía repetirse y poco a poco creció también la valoración por parte de los jueves. En mi estado hay 39 unidades, 39 jueces que apuestan por este método».

El directivo de Fiat también se implicó en la iniciativa. «Hace unos años nos dijimos: “Somos líderes, debemos hacer algo por la sociedad”. Nos interesaba que se valorara a la persona. Participamos en varias iniciativas y luego, hace unos años, conocimos a Valdeci –al decir esto Belini apoyaba su mano en la espalda de Ferreira– y nos implicamos en APAC». A los directivos les importan los resultados, y aquí las cifras hablan claro: menos del 10% de recaídas cuando en las cárceles normales superan el 70%, y los costes por preso se reducen a menos de un tercio. «Siendo directivos podemos participar de la felicidad de la sociedad; de hecho, desde que soy voluntario de APAC estoy más contento».

Daniel, 32 años, narra la experiencia de quien ha pasado por una cárcel de APAC. «Solo Dios sabe la alegría que llevo en el corazón esta noche», empieza diciendo. Su historia empieza con una infancia difícil marcada por el abandono de su padre. A los 12 años empieza a cometer pequeños hurtos en supermercados y luego entra en una escalada velocísima, entra a formar parte de una banda criminal. En una pelea muere su hermano mayor, «le mataron porque no me encontraron a mí». A los 19 años le detienen. «El juez dijo que yo era un monstruo y que iba a morir en la cárcel. Después de diez años en una celda de seis metros cuadrados en la que estábamos veinte personas, con dos rollos de papel higiénico al mes, efectivamente me quería morir, ya no podía más. Reté a Dios: si existes, cambia mi vida y yo daré la mía por los presos». A los diez días el juez lo trasladó a un centro APAC. «Me ayudaron a afrontar mi vida, comprendí que mi padre no podía darme amor porque nunca lo había recibido. Le dije a Valdeci: “Hoy dejo el mundo del crimen”. Veintisiete años de tristeza se desintegraron». Hoy está casado y tiene tres hijos, «una mujer maravillosa y desde hace ocho años un contrato de trabajo».

«Solo dentro de un abrazo una persona puede aprender a no identificarse con su propio error», comenta Tornielli. Y Valdeci confirma: «Les ayudamos a tomar conciencia del mal cometido pero también debemos ayudarles a separar la persona del error porque toda persona es más grande que su pecado. Y también les decimos que pueden reparar el mal cometido». Para el juez Santos resulta inevitable distinguir entre la culpa y el culpable. «A medida que iba conociendo a los reos, me daba cuenta de que eran mucho mejores que yo. Yo no tendría la fuerza necesaria para recuperarme».

Entonces, pregunta Tornielli, «¿es verdad que del amor nadie huye?». «Sí, porque las personas que huyen de APAC, que son poquísimas, escapan porque no han experimentado el amor. Por eso no se quedan». De nada valen las esposas a quien ha vivido esa experiencia. «En APAC solo tenemos las esposas de Cristo –concluye Daniel– en el corazón».