Giorgio Napolitano.

El punto de equilibro de la política italiana

Stefano Filippi

Nueve años, la presidencia más larga de la República y una de las más discutidas. De un pasado comunista a un presente como garante de Italia ante las instituciones europeas, de una reelección sin precedentes a los “amplios acuerdos” con los últimos gobiernos. Giorgio Napolitano ha vivido en el Quirinale (palacio presidencial) años difíciles, con divisiones profundas que recomponer, historias políticas que refundar y un progresivo florecimiento de la idea de “bien común” que da sentido a la política. «Un buen presidente, que ha promovido una verdadera reconciliación, pero su esfuerzo por que Italia superara esta etapa de transición solo se ha realizado en parte», afirma Stefano Folli, columnista del diario La Repubblica. Un artículo suyo publicado en noviembre reveló la inminente renuncia del casi nonagenario jefe de Estado. Con él hacemos balance de estos nueve años.

Empecemos por el final. ¿Por qué Napolitano ha dejado el Quirinale? ¿Hay motivos que no haya confesado?
En este caso, las razones oficiales coinciden con las reales. Últimamente no estaba bien, tenía dificultades para moverse, muchos dolores. Nunca me ha dado la impresión de que al hablar de la edad y de su salud estuviese escondiendo la verdad.

Pero Napolitano tampoco estaba satisfecho con el modo en que la política estaba afrontando las reformas y la renovación del país.
El presidente dedicó su segundo mandato precisamente a estos temas, a demostrar la vitalidad y capacidad del sistema político para autorreformarse. En el fondo, la reelección fue hija de un fracaso del sistema político, que no realizó reformas en los años previos a 2013 y por ello tuvo que pagar un precio altísimo. Además, ya ni siquiera estaba en condiciones de elegir a un jefe de Estado, signo de una situación muy peligrosa.

Por eso Napolitano aceptó el segundo mandato.
El discurso que pronunció ante las cámaras reunidas después de la reelección era el de un hombre convencido de que la excepcionalidad de esos acontecimientos llevaría a las fuerzas políticas a cambiar el paso, lo cual solo ha sucedido en una pequeña parte. Creo que esto le ha producido una gran amargura, pero no es la razón principal de su renuncia.

¿Cómo se recordarán estos nueve años?
Napolitano reúne en sí mismo las características positivas y negativas de una época muy compleja. Por una parte ha sido el presidente de un país que quería salir de la transición debida a la crisis de Tangentópolis; por otra, esta salida solo se ha producido a medias. Han pasado más de veinte años y no se puede decir que esta transición haya terminado. Ciampi intentó devolver a Italia una identidad, aunque solo fuera mediante símbolos: la tricolor, el himno, la proyección hacia Europa.

¿Y Napolitano?
Se planteó el problema de salir definitivamente de la transición con un sistema totalmente renovado, basado en el principio de que la moneda única europea debía llevar consigo, como si fuera la otra cara de la moneda, un proceso de reformas adecuado. Este aspecto ha marcado el hilo rojo de su presidencia. Pero este proyecto se ha logrado solo en parte, porque nosotros estamos con mucho sufrimiento en la moneda única, y al mismo tiempo todavía no hemos establecido una base institucional y económica adecuad a esta nueva condición de socios de otros países que han sabido renovarse mejor que nosotros.

¿Su historia personal ha ayudado a Napolitano?
Creo que ya había rendido cuentas de su pasado mucho antes de convertirse en presidente: fue el hombre del PCI en Estados Unidos, y luego fue el hombre de la opción europeísta y de la evolución socialdemócrata de la vieja izquierda marxista italiana. Napolitano tuvo un papel muy eficaz en la celebración de los 150 años de la unidad italiana, que celebró sin énfasis pero yendo a lo esencial, a descubrir los elementos de cohesión nacional que debían salvaguardarse y valorarse. Ha sido el presidente que ha cerrado una página oscura de la izquierda italiana, ha promovido una verdadera reconciliación.

¿Qué errores cometió?
Tal vez el único sea haber aceptado la reelección. Si el sistema político estaba tan fracasado como para no ser capaz de elegir al jefe del Estado, quizás fuera demasiado optimista pensar que de pronto habría encontrado el dinamismo necesario para retomar las reformas.

¿Pecó de excesiva confianza?
Sobre todo en el Parlamento.

Napolitano ha sido el primer presidente en comparecer ante un tribunal en un juicio, sobre las negociaciones mafia-Estado. ¿Qué relación ha tenido con la magistratura?
Considero que el juicio de Palermo fue un intento de deslegitimar la institución de la Presidencia de la República. Napolitano envió mensajes correctos, no engañó, animó a la reforma y fue duro con respecto a ciertas distorsiones del sistema judicial. Pero ahí los resultados tampoco se adecuaron a lo que él pretendía.

Ha sido también el primer presidente que se ha enfrentado a la antipolítica, a la que ha definido como una «patología subversiva».
Una patología tanto más peligrosa y virulenta cuanto más incapaz es el sistema de renovarse. La mejor medicina para la antipolítica es la capacidad de autorreforma del propio sistema político. Pero estamos hablando de un señor que sentía que se acercaba el fin de su mandato como alto responsable, y aquellas palabras, quizá también un poco fuertes, eran un modo de lanzar un grito de alarma: existe el peligro de una subversión, hay que hacer algo para evitarlo. Su verdadero temor es a un sistema que no consigue enmendarse.

Ahora el sucesor se encuentra con los mismos problemas sin resolver.
El nuevo presidente tendrá que tener la misma autoridad que Napolitano. Deberá ser capaz de construir una imagen autorizada y moverse en la misma amplitud de onda. La función del Quirinale en nuestro sistema es la que Napolitano ha interpretado: un factor de equilibrio. En otros países, como Francia y Alemania, no es así, el presidente tiene otras funciones.

¿Es pronto para un cambio presidencial?
Para nosotros el jefe de Estado es un punto de equilibrio en el sistema. Italia tiene esta característica totalmente particular y es muy peligroso comprometerla antes de que haya culminado la reforma de la Constitución. Hasta entonces el presidente debe hacer lo que ha hecho Napolitano. Incluso con iniciativas que pueden resultar polémicas. Pero es mejor correr el riesgo que descuidar esta función, que hoy sigue siendo esencial.