Meriam Yehya Ibrahim, con el Papa.

A propósito de la liberación de Meriam

Il Sussidiario
Renato Farina

Qué guapa está Meriam, tan feliz, con su pequeña Maya en brazos, mientras el Papa Francisco dibuja el signo de la cruz en su frente. Es esta una imagen que muestra sin duda una realidad mucho más profunda que el horror.
Recordemos brevemente su historia. Cristiana, pero perteneciente a una familia que en un tiempo fue musulmana, fue denunciada por apostasía en Sudán y condenada a muerte. Le ofrecieron la posibilidad de salvar su vida a cambio de renegar de su fe. Sencillamente dijo que no. Dio a luz hace dos meses en prisión. La movilización (¡por fin!) de algunos estados y de mucha gente ha sometido al gobierno a tal presión que ha terminado pidiendo al tribunal su liberación.
Antes de llegar a América (en Sudán serían posiblemente objeto de venganza) con su marido, que tiene ciudadanía americana, ha podido viajar a Roma y visitar al Papa, que simplemente le ha dicho: «Gracias». ¿Acaso hacen falta más palabras? Cada uno puede ver en esta mujer que ha estado en manos de sus verdugos la fuerza de su «Yo creo en Jesucristo, no renuncio a Él».
Claro que este es un pequeño hecho luminoso, un episodio individual cuando se producen muertes en masa en este tiempo tenebroso. La guerra contra los cristianos es una más entre todas las que inundan de sangre nuestra tierra. Es verdad. «El mal en tiempos de guerra se recoge en sacos, el bien con una cuchara», decía Solzhenitsyn. Pero esta cuchara de verdad –de gracia, de vida y de libertad– ¿acaso es una pluma sin peso alguno? Tiene un peso inmenso, porque es un testimonio de amor. Por eso debemos gustar este pequeño sorbo de vino dulce afrutado. De nosotros depende que dé fruto. Y eso vale para cualquier conciencia, no se trata de dar lecciones a nadie.
Pero esta historia también tiene una dimensión política que salta a la vista. Ha sido el poder político-religioso (en el islam ambos coinciden) la que ha decretado la pena de muerte. Luego el poder político luchó para liberarla, con el apoyo de la opinión pública. Ahora el presidente italiano ha organizado su expatriación y ha puesto a su disposición un avión del Estado.
El que escribe ha sido muchas veces muy crítico con el gobierno italiano y con su primer ministro. La Liga ha acusado a Renzi de citar el caso de Meriam en el discurso inaugural del semestre italiano de presidencia europea diciendo que «se ocupaba de casos perdidos». Meriam ha sido un maravilloso caso perdido y el acto de bienvenida a su familia sudanesa en el aeropuerto me ha hecho sentir orgulloso de mi gobierno, al que tantas veces detesto pero no por eso deja de ser mi gobierno. Pero este gesto debe dar paso ahora a un compromiso más serio. La libertad religiosa es la libertad suprema, como afirmó una vez el Parlamento italiano con una moción que tuve el honor de escribir, es «la madre de todas las libertades». Pero en cambio Europa ha dejado vilmente que en Oriente Medio y en todo el mundo se ataque a las comunidades cristianas, se ha limitado a mirar cómo se desarrollaban las cosas y solo se ha preocupado de la seguridad energética.
Hay una seguridad más valiosa. Hay una verdad evangélica que se puede constatar en la experiencia de cualquier ser humano: «¿De qué sirve conquistar el mundo entero (el gas, el PIB, etc) si luego pierdes tu alma? ¿Qué dará el hombre a cambio de sí?». La libertad religiosa está al nivel de estas preguntas, como pone de manifiesto el testimonio de Meriam, y el de tantas Meriam que han muerto por ello.