“¿Por qué estoy yo aquí precisamente ahora?”

Betty

Publicamos la carta de una estudiante de Zurich que ha viajado a Tokio con una beca Erasmus. Después del terremoto se ha trasladado a Hiroshima y ahora está en un lugar seguro: “¿Pero quiere eso decir que estamos salvados?”.

Queridos amigos:
Gracias por todos los mensajes que me estáis escribiendo y por vuestras oraciones. Estoy intentando responder a cada uno, pero no me da tiempo. Llegué hace unas horas a Hiroshima. Nos hemos desplazado hasta aquí desde Tokio por el riesgo de emisión de material radioactivo. Ahora estamos a salvo, pero tenemos mucho miedo. Estamos literalmente en manos del Señor. Por desgracia, ya son las tres de la madrugada y mañana me espera una jornada... os lo podéis imaginar. Así que os pido que me disculpéis si os transcribo el fragmento de un mail que he enviado a uno de vosotros.

Reuní el valor para venir a Japón por una serie de hechos e intuiciones que me hicieron entender que sería bueno para mí. Después de tres semanas de intensas sorpresas e interesantes relaciones... ¿quién iba a imaginar que el Señor me iba a pedir afrontar este enorme drama tan en primera persona? ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué justo ahora? Señor, ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué me estás pidiendo?
Como ves, todavía no tengo nada resuelto, pero estoy segura de que el Señor me acompaña. De eso estoy absolutamente segura. La Gracia del Señor me acompaña allá donde vaya. Éste es el único motivo de esperanza, especialmente cuando la situación es tan apremiante como estos días.
Podría decir: “Bueno, estoy en Hiroshima, lejos del peligro, estoy a salvo, puedo subir a un avión cuando quiera”. ¿Pero esto me basta? En absoluto. Estoy literamente dispuesta a seguir cualquier mínimo indicio que me indique por qué el Señor me ha enviado aquí en este momento, por qué estoy con estas personas (tres adultos y cuatro niños de la comunidad de Comunión y Liberación de Tokio), cómo Cristo vence también aquí, y ahora.
Son las dos de la madrugada, esta mañana me desperté a las cuatro y a las siete estábamos discutiendo para decidir qué hacer, estoy triste por el sufrimiento de decenas de miles de personas que están destrozadas. Pero estoy llena de certeza, no puedo hacer otra cosa que seguir escribiendo para decir que Dios existe, y que en la dramaticidad de este momento nos acompaña.
Él nos abraza con la caricia de su Presencia. Eso es lo que emerge cuando miro a los que están aquí conmigo, cuando veo la atención de unos hacia otros, la conciencia de estar completamente en Sus manos (dos de las mujeres que están aquí han dejado hoy a sus maridos en Tokio, y muchos otros amigos se han quedado). La dolorosa serenidad que nos invade no viene del hecho de estar a salvo, ¡eso no basta! Aunque hayamos escapado del peligro, ¿podemos decir que estamos realmente salvados?
Yo tenía pocas cosas, pero mis compañeros de viaje hoy han salido de sus casas dejándolo todo (¡todo!... amigos, trabajo, casa) y no saben siquiera si podrán regresar. Para abandonarlo todo, ¡qué obediencia hace falta! Sin embargo ahora, despojados de todo, emerge con más fuerza la evidencia de que lo esencial no está en lo que llevamos encima sino en Aquél que es el único capaz de mantener el deseo de nuestro corazón, la pregunta de nuestra vida. Si no tuviera esta certeza ya estaría como muerta, aplastada por los acontecimientos.
Pero basta con levantar la mirada y conmoverse ante un grupo de ancianos sentados en sus sillas como los que he visto esta mañana intentando dibujar –con una seriedad muy propia de los japoneses- la fachada de una pequeña iglesia neogótica que destaca quién sabe cómo entre la maraña de calles de Tokio y que vuelve a despertar una voluntad incontenible de afirmar la vida. Al pasar a su lado con mis maletas, pensaba: quién sabe qué será de ellos...
O cuando admiraba la impresionante vista desde la terraza del apartamento donde vivía en Tokio, esa multitud de rascacielos abrazados por una nube de luz... Nunca he visto nada más bello... ¡Podría llevármelos conmigo, y con sus habitantes dentro! Mi alma se rebela si pienso que todo esto quedará en nada. Alabado sea Jesucristo, sea siempre alabado. Él, al morir, nos ha donado la esperanza más auténtica, nos ha mostrado cómo el amor del Padre lleva a la Resurrección.
Por eso, rezad constantemente, pero no sólo por las víctimas del terremoto, sino para que todos los hombres experimenten cuál es la verdad de la vida, una verdad que en estos momentos tan dramáticos se abre paso y debe dejarse ver. Si no, estaremos como muertos.
No dejéis de rezar, Dios es la única fuente que da verdadera esperanza.
Un abrazo.