“Me gustaría que hicieran esto por mí”

Jornada de Recogida de Medicamentos
Marc Massó

El pasado 12 de febrero tuvo lugar en Barcelona y Madrid la Jornada de Recogida de Medicamentos organizada por la Asociación Banco Farmacéutico. Ésta es una entidad sin ánimo de lucro que nació de la intuición de bien que un grupo de amigos tuvo al conocer una iniciativa en Italia de las mismas características. El reconocer no sólo el bien social que eso suponía, sino el bien en la vida personal de cada uno y la amistad que se empezaba a generar entre ellos, los movió a constituir el Banco Farmacéutico en España.
Yo participé en la jornada, aun estando en plenos exámenes*, movido por el mismo deseo y una experiencia similar; ya que de hecho es el cuarto año que se organiza y ya había participado antes. ¿Y por qué he vuelto a participar este año? Porque realmente he visto que así aprendo a vivir y a entender muchas más cosas de la vida. Personalmente soy poco dado a participar en gestos solidarios y demás, pero hay dos cosas que no puedo negar: la necesidad de ayuda de mucha gente con pocos recursos existe y además existe otra necesidad mayor que tenemos todos, que es la de ser bien amados y queridos. Por ello, no se trata simplemente de si uno tiene más o menos riquezas en la vida, pues hay muchos que teniéndolo todo siguen albergando dentro de sí una profunda nostalgia y tristeza que nada llena. De lo que se trata es de si hay algo por lo que merezca la pena vivir, a lo que valga la pena dar la vida.
En un contexto donde todo cae, las perspectivas de recoger medicamentos gracias a los clientes de las farmacias que los compran y los donan gratuitamente -tras la exposición de los motivos e invitación por parte de los voluntarios del Banco Farmacéutico-, no era muy halagüeña. De hecho, lo primero que el farmacéutico, casi con compasión, nos dijo fue: “Bueno, ya veis que éste no es un barrio de gente muy ‘pudiente’, no sé si podréis recoger mucho”. No obstante su sorpresa crecía según avanzaban las horas, pues él, buen conocedor del barrio, se sorprendía de mucha gente por la que jamás habría apostado que comprasen medicamentos.
Uno se encuentra con la mayoría de posturas posibles frente a la vida, que en el fondo es la posición que toma cada uno frente a la realidad en cada instante: desde el cliente que sólo viendo la novedad que supone observar a dos jóvenes no habituales en la farmacia, embutidos en unos peculiares ‘petos’, viene directo a preguntar e interesarse por la causa llegando al detalle; pasando por el ciudadano que percibiendo simplemente el bien da con sencillez; hasta el que antes de que tú articules palabra ya proclama un “No me interesa” o el escéptico que piensa que sólo es cuestión de tiempo (debido a tu corta edad) que cambies de opinión respecto a las bondades de este mundo y te suelta un “Lo siento, pero yo ya tengo suficiente con lo mío”. Hasta tal punto es esta postura importante, que los amantes de la historia coincidirán conmigo en que los grandes y más importantes cambios se han dado en situaciones concretas, decisiones únicas; tal como el gran Stephan Zweig relata en sus Momentos estelares de la humanidad.
Ciertamente, si cada uno sólo se preocupara por lo suyo, no sobrevivirían los drogadictos, ni los ancianos sin recursos, ni los niños abandonados, ni nadie necesitado; porque nadie tendría una mirada de ternura sobre ellos, porque nadie les ayudaría; habría que esconderlos o “recortarlos” de la testaruda realidad. Sin embargo, es bonito ver que lo que subyace detrás de una iniciativa como el Banco Farmacéutico no es sólo una obra social más: esta iniciativa surge entre un grupo de amigos que han encontrado la experiencia cristiana como algo grande, como una humanidad que merece la pena ser contada y vivida. Y en segundo lugar es que hay gente cuya vida muchas veces pende de que nosotros renunciemos a un par de cafés para comprar un medicamento porque realmente no tienen nada, de hecho no saben ni lo que necesitan, por eso nuestro mínimo esfuerzo tiene sentido.
A mi parecer, el dato más importante es el que se trasluce en la frase que una anciana me decía mientras otra dudaba si comprar o no por culpa de su corta pensión: “A mí me gustaría que hicieran esto por mí”. Ahí está todo, sólo amando a los demás como nos amaríamos a nosotros mismos es posible una caridad, una gratuidad sin contemplaciones. Si bien eso sólo es posible si antes lo hemos experimentado nosotros, pues sólo es posible dar lo que uno ha recibido.
Todos llevamos dentro la misma promesa, que la vida tenga un sentido, que nos amen bien, que las cosas buenas perduren. ¿Qué pasaría si diéramos crédito a esta promesa? No nos engañemos, si todo acaba en el polvo y una losa fría o en el cruento pasto de llamas con sus inertes cenizas, no se puede defender nada, todo muere, todo decae… ¿Qué más da todo? No hay esperanza. Sólo la posibilidad de un más allá permite mirar el drama de la persona que tienes enfrente y decirle: “Estoy contigo, te ayudaré, porque tu vida vale más que tu drama, tu miseria, porque tu corazón ansía el mismo Infinito, la misma felicidad que el mío”. Esto es lo que se respiraba el día de la jornada, una realidad que posibilita que las cosas sean algo más, que no se queden vacías en la nada. La gente, quizás sin ser consciente de ello, compraba con algún atisbo de esa esperanza en el corazón, de que las cosas perduren, de que sirvan para algo. Por eso, como nos recuerda el Papa en su encíclica Caritas in veritate, la única caridad posible es la verdad.
Sólo si se entiende la verdad del corazón y del mundo se puede no sucumbir ante la imposibilidad de sostener la vida, ante la persona que se tiene delante, porque su Infinito, su deseo de felicidad, no lo puedo colmar yo, pues también lo busco. Sólo quien conoce el significado de la vida puede dar sin esperar nada a cambio, pues no debe defender nada; y así sorprender a quien lo recibe. Las palabras, justo antes de morir, de uno de los moribundos que la Madre Teresa de Calcuta cuidaba testimonian esto: “He vivido toda la vida como un mendigo y muero como un rey”. Esto es lo que genera vínculos verdaderos entre los hombres, relaciones interesantes para la vida, una felicidad no equiparable a cualquier gozo momentáneo. Hasta tal punto es verdad que cuando volví a la biblioteca una amiga sorprendida me decía: “Pero si estás contento” y yo casi sin darme cuenta le respondía sonriendo: “¡La caridad salvará al mundo!”. Algunos compañeros se reían, pero ¿alguien tiene un plan mejor?
* Marc es estudiante de Ingeniería industrial en el IQS (Barcelona)