Ferruccio De Bortoli.

«Nos dio la caridad de su fe»

Davide Perillo

«Es un aniversario importante. A los diez años de su muerte, me parece justo plantear la contribución que don Giussani ha supuesto para todos. Además, en Rizzoli hemos editado su biografía. Es un libro notable, lo valoro mucho. Quizás podría ser un poco más sintético, pero tiene el gran mérito de no caer en ningún momento en la hagiografía y suscitar reflexiones». Son palabras de Ferruccio de Bortoli, 61 años, director del Corriere della Sera, que ya ha participado en alguna de las presentaciones de la Vita di don Giussani, de Alberto Savorana. Pero ahora da un paso más: en su edición del domingo 22 de febrero, su periódico incluye un DVD sobre el fundador de CL, Don Luigi Giussani 1922-2005.
Casi una hora de imágenes y palabras tomadas de entrevistas televisivas, encuentros públicos, cartas. Una ocasión para conocerle, para que le puedan ver los que nunca le vieron en persona. Y para entender mejor qué nos ha dejado. «Hace diez años, en los funerales, me impresionó mucho la homilía del entonces cardenal Ratzinger», recuerda De Bortoli: «Nos permitió entender que la herencia de Giussani iba mucho más allá del ámbito de CL. Como milanés, yo siempre me he preguntado cuál era la raíz de aquella fascinación suya y de su experiencia».

¿Qué es lo que más le llama la atención?
La capacidad de sorprender a sus interlocutores. Tiene una actitud que impacta incluso a los más alejados. Si me permite expresión, la suya era una experiencia de catequesis fuera del terreno de cultivo. Su misión como sacerdote la ejerció saliendo al encuentro de los “otros”, animándoles a ponerse delante de sus responsabilidades, a razonar.

Usted ha dicho que «nos obligaba a usar la cabeza», pero también nos permitía «apoyarla en el hombre del amigo o del maestro que teníamos al lado…».
Es cierto. Removió emociones y sentimientos incluso en gente que luego tomó otros caminos. Sacudiendo las conciencias, permitió que emergieran las personalidades. En cierto sentido abrazaba y desafiaba a los que se rebelaban. Creo que en CL reside una fuerte carga revolucionaria, más que evangélica. Pero todo ello sin dar nunca la sensación de proselitismo. Me parece que hay que valorar especialmente el valor laico de su herencia.

¿En qué consiste ese valor para usted?
Nos mostró el verdadero significado de la palabra «comunidad». En él esta palabra tiene una fuerza universal irresistible. Es algo que nuestra sociedad ha perdido. Pero su reclamo al hecho de que como católico formas parte de una comunidad, concurres en la búsqueda del bien común, es algo a lo que todos deberíamos mirar. Encuentro mucha sintonía con la Evangelii Gaudium del Papa Francisco, con su idea de que un creyente también es en cierto modo un buen ciudadano. La fe no debe ser algo individualista, privado: se ejerce en la comunidad de la Iglesia, pero tiene un valor para todos.

¿Pero no es eso lo que el mundo laico siempre ha rechazado? La idea de que la fe pueda juzgarlo todo y sea por sí misma un fenómeno también social y civil es algo que se ha considerado como integrismo.
Mire, yo lo he dicho también en público: hubo un momento en la historia donde gran parte de los laicos consideraba que la Iglesia debía ser reconducida a un papel minoritario y marginal. Don Giussani se rebeló a esto. No quería una Iglesia “ornamento” de la sociedad civil. Debía ser el motor de la comunidad, un acelerador de los sentimientos, un catalizador de una idea de bien común que se debía mostrar. Fue un defensor de virtudes también civiles, en contra de la deriva nihilista e individualista que tomaba nuestra sociedad. Yo he sido crítico con ciertas tomas de posición de CL, probablemente no pienso como él sobre ciertos temas éticos, pero creo que el mundo laico debe valorarlo, y de qué manera.

En una ocasión le oí decir que don Giussani «encendió un faro en una sociedad de pasiones tristes». ¿En qué sentido?
Ya no creemos en nada. La ciudadanía se ha apagado, hay pocas ganas de participar. Pero cuando miro a CL, aunque a veces no aprecio ciertas modalidades expresivas o ciertas relaciones en política, veo una fuerte vibración emotiva, un deseo de entender, de acercarse al prójimo concibiéndolo como un bien. Es algo extraño.

¿Por qué? ¿Se debe todo a su carisma?
Bien pensado, “carisma” y “caridad” tienen la misma raíz. Creo que don Giussani nos dio la caridad de su fe. Vertebró una realidad que languidecía, se apagaba, secularizada. Y volvió a alumbrarla. A costa también de usar, a veces, tonos fuertes. De dar algún puñetazo en el estómago de la gente.

¿Y hoy? ¿Qué contribución nos sigue aportando?
Tal vez, paradójicamente, se ve más entre los que menos le frecuentaron o incluso se enfrentaron a él. Ahora se dan cuenta de que nos ha dejado algo que va más allá de su rol o de sus ideas. Es una forma de estar en el mundo, un modo de vivir y de pensar que te sacude, que sobresalta a una sociedad que parece apagarse.

¿Alguna vez le vio en persona?
Un par de veces. Como sabe, publicamos algunos de sus artículos. Por desgracia, nunca tuve ocasión de estar con él en privado. Pero creo que son afortunados los que tuvieron un maestro así. Con esos ojos encendidos, que no daban tregua, que te hacía descubrir caminos que nunca habrías imaginado.